Ensayos | Hacer periodismo para que nada cambie - El periodismo hegemónico se plantea, de tanto en tanto, el debate por el periodismo. Denuncias de uno y otro lado reivindican las posiciones: lo mismo termina en lo único. La agenda se impone como un marco de discusión infranqueable. Formas, estilos, tiempos, ritmos, lenguajes. Las versiones alternativas, los silencios, todo lo otro.

El periodismo hegemónico se plantea, de tanto en tanto, el debate por el periodismo. Denuncias de uno y otro lado reivindican las posiciones: lo mismo termina en lo único. La agenda se impone como un marco de discusión infranqueable. Formas, estilos, tiempos, ritmos, lenguajes. Las versiones alternativas, los silencios, todo lo otro. 

Por Apolonio Kona 

Desencantémonos de entrada: el periodismo no cambiará nada. A pesar de lo que el “periodismo militante”, capaz de justificar lo injustificable, pretenda promover, el ejercicio periodístico por sí solo no es ni siquiera reformista. Puede ser, seguro, una herramienta dentro de una estrategia global de transformación, pero de ninguna manera podemos caer en reduccionismos ni fanatismo zonzos.
Los periodistas somos seres con un ego de dimensiones considerables (¡Si no para qué le hablaríamos a tantas personas contándoles con tanta satisfacción algo que sabemos y se supone que ellos lo ignoraban por completo!), por eso de tanto en tanto surgen quienes se proclaman como “los fiscales de la Patria” o los “controladores del poder”. Pero nada de ello es verdad. El periodismo ha sido –como todo- parte del complejo entramado de relaciones de poder y, por lo tanto, ha quedado inmerso en la lógica de producción capitalista: produce, ni más ni menos, que información. El carácter “denuncista” ha sido la variante que se encontró en diversos periodos históricos de crisis para intentar quebrar desde adentro esa lógica. Los resultados han sido variados, qué duda cabe, pero eso no acredita una condición especialmente heroica en el oficio.
Hoy por suerte el debate se ha abierto y los “grandes popes” se han revelado como seres demasiado terrenales, tan llenos de las miserias y banalidades humanas como cualquiera de los mortales que deambula por las calles. Denunciar un hecho de corrupción dejo de ser visto como la gran gesta patriótica para pasar a comprenderse dentro de las diputas propias del seno del poder económico: son dardos que se lanzan de un lado al otro, pero que de ninguna manera quedan enmarcados como consecuencias inevitables del sistema mismo en el que se generan.
A partir de la desacralización de la palabra santa puede comenzar a pensarse en qué cosas se han abierto en el campo periodístico. Pero, de primera mano, es imposible asegurar que el periodismo ha tomado un rumbo revolucionario: creerlo sería abonar la teoría de la bipolaridad y denegar de una vez y para siempre la posibilidad de una alternativa que tercie en la disputa y permita, esta vez sí, plantear una perspectiva revolucionario. Entender, por ejemplo, que tanto el Grupo Clarín como el Grupo Spolszky son componentes del mismo aparato de poder, a pesar de sus adversidades, no permite por sí solo considerar un cambio.
Los voceros del “relato”
Este periodismo se fundamenta en la generación de “relatos” que construyan la realidad: a partir de una serie de categorías conceptuales se conforma un esquema de pensamiento que rinde cuentas de lo que está sucediendo. El “relato” es, en definitiva, un modo de interpretación. Pero no abunda en la inspección de la realidad objetiva. Se preocupa por decir algo mediamente coherente que explique en términos generales “eso que pasa”. De esa forma, por más adversos que sean los hechos, ese planteo general lo permite justificar todo.
Desde esos parámetros puramente racionales y abstractos se plantea una supuesta oposición entre “subjetividad” y “objetividad”, como si se plantearan las bases últimas de la problemática. Pero, ¿acaso existe la posibilidad de pensar una subjetividad que se exprese sin relación a una objetividad dónde se encuentre establecida? ¿¡Un sujeto puro, puro sujeto!? Una cosa extrañísima que debería estar en un zoológico y facturaría millones.
El periodismo de “relato”, que se asume como partidario del subjetivismo, estafa con su propuesta “militante”: no se trata de negar la objetividad (algo que es –quizás lamentablemente- imposible: la objetividad es algo que se hace notar cuando hay que pagar una deuda), sino de introducirse en sus tramas materiales para luego, desde allí, conformar un discurso que permita dar cuenta de ella con un fin específico. Decir lo que se dice, porque se tienen datos concretos para decirlo. Por lo tanto, el periodismo “militante” no es enemigo del periodismo “independiente” (más bien diríamos: técnico y tradicional) si no que es su contraparte igualmente legitimadora del orden existente.
El periodismo de “relato”, por supuesto, no es propiedad de un polo ideológico: una de las cosas que más me llaman la atención de los textos ultraizquierdistas es la increíble libertad de interpretación que tienen sus autores. La única explicación que puedo encontrarle a esa libertad interpretativa es la carencia de datos fácticos: no hablan con datos consistentes y eso les permite deambular por elucubraciones dispersas.
Las posibilidades revolucionarias del periodismo
Las posibilidades revolucionarias de lo que podríamos llamar “periodismo materialista” (mal nombre, pero oportuno), sin dudas, son mayores. La razón es sencilla: mientras aquel modo de ejercer el periodismo construye una realidad desde la pura abstracción lógica, el concepto puro, el otro se referencia en datos concretos de la propia materialidad para construir un discurso que legitime una determinada posición.
No se trata, por supuesto, de abonar una vertiente positivista que lo reduzca todo a las evidencias naturales y comprobables científicamente: algo así como “el método” que descubrirá la verdad. No seamos necios: la verdad es simplemente una construcción del poder. El punto es que la verdad no tienen por qué tener algo que ver con la realidad.

De lo que se trata, entonces, del viejo pero desusado recurso de invertir la lógica racional: partir del suelo de los hechos hacia el cielo de las ideas, y no a la inversa. La dimensión simbólica constituida en un discurso funcionaría como una etapa complementaria –aunque indispensable e inescindible- de la experiencia sensible de la realidad material, y no que ésta se encuentre determinada por la elaboración discursiva, tejida con conceptos y categorías de pensamiento abstractos.

El procedimiento, en fin, se da vuelta: las contradicciones materiales que flagelan a los trabajadores, por caso, no quedan resueltas con el abordaje discursivo que las impugna: decir ¡qué mal! No hará al mundo más justo. Tampoco lo hará el análisis desde la abstracción conceptual de un supuesto “carácter obrero” ideal; ni el hecho de impugnarlas y denunciarlas constituye en sí mismo un acto revolucionario: solo una acción concreta que intervenga en la estructura material que genera tal contradicción podría resolverla. ¿Cómo se articula ahí el papel del periodismo? Sin más: poniendo de manifiesto las condiciones materiales de la explotación. Esto es: apelando, ni más ni menos, que al dato.
Periodismo para que nada cambie
La sociedad de la opinión
La sociedad de la opinión nos impone la multiplicación de los “relatos” y nos acostumbra a valorar con especial atención el “qué se piensa”, cuando, en todo caso, lo verdaderamente importante para una comprensión acabada es el “por qué se piensa”, es decir: la serie de mecanismos lógicos, sostenidos en experiencias concretas y sensibles, que derivan en tales conclusiones racionales. En otras palabras: la más cruda y viva realidad, (¡Fuera los revoleos de palabra!), los hechos que sostienen a las palabras.
La argamasa conceptual permite dimensionar fidedignamente al concepto en sí: éste, por sí solo, aislado, extraído del curso histórico concreto, carece de todo valor empírico y explicativo: es chamuyo. Por lo tanto, está incapacitado para lograr un efecto transformador. El efecto en la realidad lo tiene (¡Ni una duda!) pero se trata de un efecto de conservación que legitima esa construcción llevada a cabo desde la pura abstracción.
En términos prácticos, la funcionalidad política del periodismo de “relato”, aún en sus cauces izquierdistas o contestatarios, es la de legitimar lo existente: alimenta el modo de producción en el que surge, porque no es capaz de quebrar la lógica conceptual desde la que se articula y, por consiguiente, no rompe con los modos de abstracción desde los que se ejerce el oficio. Habla al aire y no acostumbra a soltar datos que lo sustenten. El análisis, la opinión, el comentario, la reflexión… ¡El paraíso de los columnistas!
La tiranía del prestigio
¿Quién no se ha preguntado, alguna vez, por qué tal Fulano tiene que decirme algo a mí, si nunca me ha dicho nada nuevo? ¿A quién no lo asaltó la duda de por qué razón esotérica tal personaje llega a discursear desde los estrados periodísticos, en base a qué atributos, a qué virtudes, a qué excelencias, que de ninguna manera manifiesta? La propalación de “eminencias” (que si fuera por sus genialidades intelectuales no superarían el rango de cualquier Cuatro de Copas y cuyo heroísmo la mayor de las veces se basa en el trabajo de anónimos a su lado) aleccionando desde las publicaciones evidencia una cosa: la sociedad de la opinión impone la “tiranía del prestigio” que consiste, básicamente, en que solo las voces autorizadas socialmente son las que gozan del estatuto de la palabra.
Las publicaciones periodísticas, en efecto, marginaron los desarrollos investigativos y se concentran en el ofrecimiento de voces reputadas que “dan cuenta de lo que pasa”. ¡Palabrerío! ¡Bochinche! La firma condiciona al producto periodístico, porque lo que interesa es, en primer orden, quién lo dice y qué piensa. Las bases argumentativas, los procesos de construcción lógica y, fundamentalmente, los datos empíricos que fundamenten las posiciones, quedan relegadas.
¡Qué importa! ¡Qué mejor que el producto envasado! El consumo llevado a la información. En algo de eso debe andar la famosa “subestimación del lector”: aquel que solo se sienta a devorar noticias y análisis como devoraría los bizcochos entre mate y mate.
Periodismo de fragmentos
Este criterio individualista del periodismo es una consecuencia de la parcialización del conocimiento: el establecimiento de compartimentos estancos desde donde abordar la realidad, la confección de “especialidades”: ¿nunca se preguntó por las diferencias esenciales entre las Ciencias Sociales? Probablemente advierta la elegancia con que los académicos le explican las sutilísimas diferencias entre el objeto de estudio de una y otra disciplina. Lo peor: están avaladas académicamente por las instituciones que componen los aparatos de producción de sentido y significado. Los que dan el “título”. Sin eso, todo sería imposible: la acreditación, el guiño de autoridad, es lo que oficializa e institucionaliza esa explosión del conocimiento en miles de pedacitos inconexos. Y la consecuencia más trágica… ¡miles y miles de especialistas!
A eso, algunos, más sofisticados, le llaman: destotalizar la realidad. Básicamente es que impiden la integración conceptual de lo real: concebir la realidad como un todo. La consecuencia obvia de esto es la impotencia para ejecutar prácticas globales: ¡Si no somos capaces de abarcar la realidad como un todo! Los fenómenos no tienen que ver uno con otro ¿¡Un asalto relacionado con el pago de la deuda!? ¿¡La política hidrocarburífera con la muerte de un niño en una villa!? ¿¡La inversión china en ferrocarriles con la política minera!? ¿¡La legalización de la marihuana con los capitales financieros!? La realidad está fraccionada y cortados quedan los vínculos entre dichos fragmentos: las luchas de los actores sociales quedan confiadas a su propio campo (no tiene nada que ver la lucha de los metalúrgicos, con la de los mineros ni con las portuarios ni con la de los peones rurales: solo son noticias aisladas), como si ninguna relación guardaran con los restantes campos y con la estructura general que las produce.
Esta descomposición en partículas minúsculas del saber, en el periodismo, se expresa a través del valor de la noticia. El elemento “noticia”, que con tanto placer transmiten y halaban los tecnócratas, es la síntesis perfecta de esta “destotalización” de la realidad. La tecnificación extrema conlleva a recluir al periodismo en la función informativa: solo como transmisor de noticias. De ahí se desprende la reivindicación de la inmediatez en la disputa por la primicia, lo que vendría a ser el triunfo profesional (Sí, aunque suene patético, hay gente que se enorgullece porque cuanta algo antes que otro). El informativismo contribuye a la perdurabilidad del sistema que integra: la noticia pinta un paisaje de hechos aislado, inconexos y fugaces: su valor radica solo en el momento que sale a la luz, luego se apaga y desvance.
El periodismo de “relato”, que se propone como opuesto, comparte su contenido de pura abstracción: solo que ahora, no se reivindica la noticia sino la interpretación, es decir: la capacidad de generar un relato tan verosímil como para rendir cuentas de la realidad de una manera que convenza a varios. El ejercicio del verso, con algunas variantes más finas y aparentemente especializadas. Así pueden avalarse y justificarse hasta las cosas más estrambóticas. Ese ejercicio en donde el concepto cae a la tierra para trabajarla según sus necesidades, como si la actitud del periodista ante la realidad sería la de un escultor ante la macilla. El periodismo de “relato” funciona como el complemento perfecto del informativismo: son ambas caras de una misma moneda.
El establecimiento de conexiones entre los hechos concretos, el desentierro de las líneas entre las noticias y la búsqueda de la raíz empírica (los hechos que la generaron, el conjunto en el que se integra), solo puede lograrse desde el abordaje material de la realidad, es decir, investigando las conexiones entre un hecho y otro: preguntándose, nada más que algo cómo: por qué carajo pasa lo que pasa. Temas de los cuales el “relato” no se ocupa, preocupado como está en la formulación discursiva de conceptos que totalicen esa realidad abstractamente.
En otros términos, el periodismo materialista se propone “retotalizar” la información, para que esta rinda cuentas (desde la realidad concreta de los hechos) de la situación. Contar qué pasa para hacer algo, muy en criollo. El tema es que la mayoría de los periodistas no son revolucionarios (ni quieren transformar nada) y la mayoría de los revolucionarios no son periodistas (ni quieren serlo). La práctica transformadora será posible solo si el periodismo se propone volcarse a los datos de la realidad y deja los relatos totales donde lo único que sale mal es que nunca se acurdan de que existe una realidad.

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  1. Anónimo

    Nisman era un garca, el gob nacional no me representa… así que a mi no me vengan con la poronga esta de caminar con paraguas!!! Viejas chotas clase media empapadas de ignorancia y miedo mediático. Forros!

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