Ensayos | Las ideas en la historia -   La inteligencia cipaya ha dispuesto un marco de ideas que explicaron los fenómenos con ansias de universalidad. Marcaron los límites de la racionalidad y, dentro de ellos, proclamaron la libertad de análisis. Ese territorio dispuesto, es el de la reproducción abstracta y el olvido de la esencia material que compone la naturaleza americana.  Por […]

 

La inteligencia cipaya ha dispuesto un marco de ideas que explicaron los fenómenos con ansias de universalidad. Marcaron los límites de la racionalidad y, dentro de ellos, proclamaron la libertad de análisis. Ese territorio dispuesto, es el de la reproducción abstracta y el olvido de la esencia material que compone la naturaleza americana. 

Por Tulio Enrique Condorcarqui

El tiempo histórico es una elección de hechos, una selección de acontecimientos, parcelaciones más o menos rígidas, que conllevan, ellas mismas, una valoración orientadora, una serie de presupuestos lógicos y prejuicios axiológicos que constituyen de un modo determinado el relato histórico. No solo la elección de los hechos es una fuga de intencionalidad, sino la constitución de un acontecimiento en un hecho de valor histórico es movida por una conceptualización.
La historia, entonces, es escrita y contada desde una perspectiva particular –que no necesariamente se reduce, en todo su momento narrativo, a uno, y bien puede caracterizar ciertos intereses compartidos por una globalidad de subjetividades afines-; esto quiere decir que persigue fines políticos, aspira a tener ciertos efectos estratégicos sobre el desarrollo de lo real. Pensar la historia argentina es pensar el proyecto político que sus vencedores depositaron en ese relato; la actividad contraria, la respuesta, no se trata de acusar falsedades ni de recompensas de justicia mediante una revisación crítica de la historia y la reposición de héroes; de lo que se trata es de anular esa historia, vencerla políticamente y oficializar la historia de los vencidos, la del pueblo profundo subordinado, entre miserias y olvidos, ante la prosperidad portuaria de Buenos Aires; recuperar y fortalecer la historia de lo nacional, la de aquellos hombres que lucharon y pensaron, dedicaron su vida al restablecimiento material de la soberanía, es decir, la recuperación de la tierra por las masas populares, sus verdaderos dueños.
Esa lectura lleva, invariablemente, a la necesidad de consultar la acción de los grandes hombres de esa historia nacional y, en base a lo que dejaron escrito, a la profundidad de sus pensamientos, establecer conexiones con momentos subsiguientes y re-encontrarse con la grandeza de tipos quizás olvidados o marginados y destratados por la historia mitrista y sus derivados, que ofrecen sus categorías antinacionales para el análisis histórico y al caracterización de los personajes.
El ejercicio de pensamiento histórico tiene que hacerse por las huellas críticas, interrogando las lógicas que predominan en cada tiempo, investigando las ideas de la historia, a fin de descubrir el pormenor de las categorías, los esquemas conceptuales, los procedimientos intelectuales que los protagonistas de la historia llevaron a cabo y nutrir, así, en efecto, el análisis del presente. Consultarnos desde dónde pensó cada uno de aquellos hombres que firmaron con tinta las largas páginas de la historia de las ideas argentinas; qué objetivos concretos tenía; cuáles fueron sus motivaciones y sus valoraciones profundas que lo llevaron a decir lo que dijo. Investigar las ideas consiste en revelar el fondo de los pensamientos históricos, dimensionar las ideas y contextualizarlas, entendiendo sus lógicas profundas que se trasuntan en las proposiciones de cada uno de los protagonistas.
La historia oficial ofrece una exposición mucho más frondosa de las sistematizaciones del pensamiento: largos recorridos académicos se abocan al estudio de las ideas de los próceres del coloniaje, desmenuzando sus ideas fundamentales y comprendiendo al detalle cada una de sus proposiciones. Su lógica, naturalmente, no se define como antinacional y se la pretende, ejercitando una misma costumbre de extrañamiento, equiparar a la herencia civilizatoria del iluminismo europeo. Nuestra intelligentzia es pensamiento iluminista americano; hombres doctos que tomaron las ideas de la iluminación transoceánica y la reprodujeron en sus matices profundos en la Argentina. No se trata de una interpretación, sino de una cabal reproducción.
Esa misma acusación de repetición esconde, tras de sí, un contenido igualmente extranjerizante y, a su mismo tiempo, fatalmente omnicomprensivo: se pretende que las ideas pueden ser copiadas y registradas en un orden ajeno al que surgieron; se da por supuesto que son entidades trasladables, que pueden llevarse de un sitio a otro mediante un proceso de aprendizaje textual y la emulación consiguiente. Esa vocación crítica que puede tener auspiciosas intenciones de enjuiciamiento y denuncia, se convierte a la complicidad con ese pensamiento extranjerizado, la abstracción y vaguedad que confía en cierta universalización de las ideas y que, por lo tanto, reprime su contenido concreto, es decir, que lo ata indefectiblemente a la subjetividad parcial de una mente que la piensa situada materialmente. Si una idea puede pasarse de una mente a otra tal cual es, significa que el acto de comprensión no requiere de la materialidad, que las ideas se asumen en un marco plenamente espiritual, desligadas por completo de su contenido concreto, que es el que le proviene de ser el producto de una hombre frente a su realidad.

El acto mismo de aprendizaje, como la asunción de una idea ajena, es una pretensión des-concretizadora de las ideas, volviéndolas entes divinales que surgen en el vacío y, por esa propiedad inherente, pueden ser llevadas de un espíritu a otro, sin necesidad de la materialidad, más que como canal por dónde transitar. Sí insistimos con el carácter concreto de las ideas, como representaciones mentales producidas por un sujeto particular ante una realidad particular, estamos necesitados de reconocer el carácter hermenéutico de la lectura de los textos, como un estimulo al propio desarrollo de las ideas, sin ser asumidas tal cual son, sino como concretamente se las lee. El objetivo de lo dicho es demostrar que si se reconoce la función de repetición de nuestros intelectuales cipayos, estamos asentándonos en un plano de cierto espiritismo idealista y, por lo tanto, estamos complicados de asumir una defensa de la noción material de lo nacional. Es, en cierta medida, una descarga de las responsabilidades de esos intelectuales y, justamente, la des-materialización de su acción política: que ellos hayan adoptado esas ideas no responde a ninguna causa de la materialidad histórica, sino que se debe no más que a ciertas simpatías y afinidades, un gusto por esas ideas que por eso fueron asumidas.
Los libros llegados desde altamar no fueron re-escritos con exactitud en nuestras tierras; el pensamiento europeo no se tradujo literalmente en las voces y plumas de los autores de la intelligentzia; ellos leyeron esos libros desde una posición material específica, movidos por intereses específico y, por lo tanto, los interpretaron desde dicho lugar. La línea de continuidad no debe buscarse en las ideas esgrimidas a un lado y el otro del Atlántico, sino en las lógicas racionales con que elaboraron sus conceptos, la serie de razonamientos y presupuestos que derivaron en la formulación de sus proposiciones: no se trata de lo que pensaron, sino cómo lo pensaron. Saber o, por lo menos, preguntarse, cómo lo pensaron, indica, por lo menos mínimamente, cuál era su mundo, es decir, qué posición tomaban y cómo veían lo que ocurría, de manera de digitar, diseñar, tallar una estrategia de fuerza que le permita –como le permitió, desgraciadamente- llegar a la gloria política y asegurar sus intereses en la consumación del poder.
Concretizar el pensamiento de los hombres antinacionales, implica ubicarlos en una situación histórica específica, adherirle sus intereses, sus voluntades y sus creencias, enmarcarlos en un cuadro de interpretación medianamente determinado desde dónde leyeron a los autores que le llegaron y por lo cual entendieron lo que entendieron y, ulteriormente, hicieron lo que hicieron.
Esa lectura de la historia, esa investigación de las ideas, está, todavía hoy, muy flaca y desfalleciente; son escasos los recorridos que dimensionan realmente las ideas y se preguntan por sus lógicas racionales, para complementarla a los proyectos políticos y dar una comprensión algo más acabada de la acción puntual de cada uno de los actores de la historia.
Esa función crítica, de investigación, es la tarea que un pensamiento nacional debe proponerse en adelante: la búsqueda y el desentramado, no solo de los pensadores antinacionales, sino de aquellas inteligencias que se volcaron a la defensa de lo nacional y comprender, asimismo, sus mecanismos lógicos íntimos por los cuales formularon sus representaciones y deseos más profundos. Las sistematizaciones de esas ideas, la conformación de un cuerpo ideológico concreto, con fuerza, solo se logra mediante la consumación de política, el avance real en la toma del poder. Las ideas del seno nacional, ni bien pasada la revolución de mayo, fueron perdiendo fuerzas políticas y se vieron avasalladas y aplastadas por las tendencias, mucho más fieras y agresivas, acompañadas de ventajas que volvían desigual la lucha, que encarnaban en la tradición antinacional. La victoria de Buenos Aires fue, también, la victoria de las ideas de Buenos Aires y la condena al letargo del pensamiento nacional.
Solo con el peronismo esas ideas recobraron fuerza y, acompañando el proceso político de revolución nacional, pudieron sistematizarse con algún vigor y tomar presencia activa, como un cuerpo ideológico definido en la práctica. Es de ahí que pueda decirse que San Martín fue el primer peronista. Esa sistematización del pensamiento nacional es una necesidad que tuvo algunos comienzos en la etapa peronista, mediante la concreción práctica en la cima del poder político, de esos proyectos hasta entonces solo teorizados desde una ubicación de inferior fuerza, pero quedó irresuelta por el batacazo destituyente de las fuerzas antinacionales. Su puntada final va de la mano con la consecución definitiva de la liberación nacional y el ejercicio pleno de la soberanía. Sin embargo, es bueno ir descubriendo héroes y recuperando experiencias como fundamento de la práctica política presente.

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