Crónicas | Los opados - Texto por Ernesto David Sánchez

La novedad apresa a la memoria y la desafía a reinventarse. La locura, en un indefinible romance con la sorpresa, se anuncia como la etiqueta que envuelve a aquellos que no comparten su visión con el resto de los mortales. Locos y sorprendidos, ellos, se rebelan desde el escenario ante la condición que la intemperie les propone y desnudan las miserias que nos forman.


Nunca había entrado al Teatro del Rayo. Es un lugar al que todo rosarino debería ir aunque sea una vez, porque tiene una identidad muy propia. El bar de la entrada es un espacio de colores cálidos, con mesas largas para que personas desconocidas que quieran tomar algo pasen el tiempo de espera charlando entre sí. Las paredes están cargadas con libros, afiches, cuadros y títeres.
La sala de teatro está al final del pasillo; un salón muy espacioso sin demasiado decorado, más que las butacas y los elementos escenográficos que la obra requiera.

Busca del vicio el triste ensueño,
torna la mueca en carcajada,
que aquí no debes de llorar,
aquí debes reír, siempre reír

Los opados es una historia que se sitúa en el cuarto cerrado de un manicomio, en donde tres protagonistas parecen destinados a pasar el resto de sus vidas. A estos hombres los conoceremos bajo los apodos de «Nerón», «el Alemán» y «Tognazzi», rebautizados así por los enfermeros del psiquiátrico, según las características de la enfermedad que cada uno padece. Esta crueldad inicial parece moneda corriente en el instituto, donde cada persona responde más a un apodo que a su nombre de pila. Dentro de las paredes blancas, la identidad se desfigura y es la mirada de los otros la que define quién sos y en qué destacás.

El título de la obra seguramente está inspirado en la canción homónima de 1915, un tango trágico y melancólico como la vida de estos hombres. De hecho, el tango está presente en ellos mismos cuando el Alemán canta fragmentos sueltos de canciones cada vez que necesita expresar una angustia que le sobrepasa las palabras. Y la angustia es moneda corriente para estos hombres, encerrados en un espacio «sin dios, sin corbata, sin tiempo ni reloj». Sólo hay un objetivo que sirve de faro para no perder las fuerzas: huir del instituto al día siguiente.

En la situación que viven estos hombres hay una crudeza que ninguno de nosotros puede imaginar. La ausencia de rol o labor deriva en una rutina hueca dentro de una burbuja atemporal, en la que uno no puede hacer más que esperar la muerte. La falta de reloj y ventanas crea un vacío que anula la noción de tiempo –una de las formas más básicas de orden que el ser humano encontró para poder asimilar ese afuera inabarcable y misterioso que llamamos «mundo»–. Esto deriva en un vacío existencial. Una angustia que podría enloquecer hasta a los más cuerdos. Es por esto que Nerón invierte gran parte de sus días en calcular la hora a partir de un pequeño rayo de sol que entra en el cuarto por un agujero del techo. Este agujero es «el ojo de Dios». Y así, nuevamente, la religión y la ciencia aparecen como formas de dar sentido a la vida.

tus amores han logrado,
triste hazaña de un dopado
que hoy, festeja el cabaret 

Por fuera de lo que expresa la sinopsis de la obra, Los opados no parece razonar tanto sobre la decadencia del sistema hospitalario, como sí sobre las nociones de normalidad que sostienen el mundo. Se acerca más a una reflexión sobre la condición humana y la vida contemporánea.

Desde lo profundo hasta lo aparentemente banal, los personajes recorren ciertas situaciones límites que pasan camufladas entre sus risas y lágrimas. Pasan por la guerra, el amor, las relaciones virtuales, el acoso de las empresas de telecomunicaciones y la locura del mundo exterior. La idea, en definitiva, parece ser que uno se pregunte si la verdadera locura está dentro o fuera del instituto.


Contacto: Los Opados

Fotografía: Anna Blank

Integrantes
Dirección y Dramaturgia: Adrián Almaraz
Actúan: Julio Cejas, Flavio Soso, Juan Cabral


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