Cuentos | Rubito - Por Marcelo Sevilla | Ilustración: Turner

«…que otros olviden,
lo que uno no puede olvidar».

I

El dictador Galtieri confirmó, en su locución posible, por cadena de televisión, que se había perdido la guerra: «El combate de Puerto Argentino ha finalizado».

14 de junio de 1982. La represión comenzó después, en plaza de Mayo. «Galtieri, cagón, salí al balcón». Los primeros movilizados fueron a protestar por la «rendición». Esa flora vernácula salía desde sus cuevas y mostraba la fealdad de sus rostros. La imagen delirante de una mujer desaforada en su grito: «no se rindan, cobardes». Una curiosa astucia para definir cobardía y, sobretodo, valor.

Después la policía, como siempre; y después, ya otros que fueron llegando, pidiendo el fin de la dictadura. Después carros de asalto, gases para hacer llorar, balas de goma. Eso.

Apenas un tiempo antes, en una madrugada de Abril. Rubén. «Rubito». Clase 62. Oriundo de Venado Tuerto. Batallón de Mercedes, Corrientes. A las cuatro de la mañana. Una bolsa de dormir, un sándwich y una manzana. Ese día, en tren hasta Paraná y de allí, en avión a Comodoro Rivadavia. Otros colimbas parten en colectivos o en otros viejos trenes que pasan por otros pueblitos. La gente sale a saludarlos, les tiran besos, pan casero. Cigarrillos. Caramelos. ¡Suerte, chicos!

Quién puede decir: Esto es la patria.

II

El general que nunca había estado en una guerra (y no iba a estar), desde un balcón demasiado célebre, vocifera: «¡Les presentaremos batalla!». Y rugió la leonera. La multitud brama. Aprueba. Agita sus banderas, sus pañuelos mordidos.

¿No son los mismos generales que vienen matando argentinos? Nadie pregunta. ¿Quién paga el crimen? Nadie pregunta. Desde hace años, aquí sólo se obedece. Y hay silencio. Hay el silencio que colabora con las tiranías. Esos modos disciplinados y masivos de funcionar al tono. Pero algo más hay (y lo sabíamos), en esta larga tierra por donde estos colectivos y estos trenes, marchan: «Hay cadáveres». Escondidos, enterrados, ardidos, desaparecidos, explotados, ahogados, atados, fusilados, perdidos. Sobre el pabellón nacional se selló ese pacto de sangre (de sangre joven otra vez, fresca). Los nuevos muertos se enredarían con los otros muertos. Y ahora «unidos» (Unidos en la muerte).

Esa patria, no valía un solo cuerpo.

III

«Vienen pechando arriba/ las aguas nuestras. /Veinte de guerra vienen/ con sus banderas. / ¡La pucha con los ingleses, / quién los pudiera!».

 La campaña por todos los medios de comunicación. Juntar ropa, chocolate, latitas de conservas, esas cosas. Llevar donaciones. «Cada uno en lo suyo, defendiendo lo nuestro». Participar de las jornadas solidarias, de los programas ómnibus. El festival folklórico a beneficio. Las trenzas prolijitas en el cabello negro, el Pericón, las empanadas.

Rubito

«¡Qué los tiró a los gringos / uni’ gran siete, / navegar tantos mares, / venirse al cuete, / qué digo venirse al cuete!»

 Y en la tienda:

—Busco camisetas abrigadas, para mandarle a los chicos de Malvinas…
—Sí, a ver, me quedan éstas… Son escote en V…
—¡Ah! Qué lástima, porque con el frío…
—Sí, sí –lamenta el comerciante porque la venta se puede caer–. Igual, por ahí los chicos las prefieren, para que no se les vea la camiseta abajo. Dijo, para persuadir a la clienta. «Para que no se les vea la camiseta abajo…», dijo, sórdido, rumiando en su caja. El hielo de las islas en el viento de las islas, en una guerra. Y no importa qué hizo la mujer.

 Esa patria, no valía un cuerpo.

IV

«El 1° de Mayo, llegaron los primeros bombardeos terroríficos». La cosa ahora es en serio. Entonces, el cuero congelado, la humedad en los huesos, el olor a pólvora, el olor a carne quemada con pólvora. El olor a miedo. Los gritos. El enemigo, el pozo, el hambre, niebla casi nunca sol, un compañero muerto, el otro no sé. ¡Ingleses de mierda! Correr, esconderse, vigilar. La voluntad de vivir, el egoísmo alucinado. Los ruidos y las luces de esos ruidos en las tinieblas ciegas. Puerto Argentino, Puerto Darwin, Ganso Verde. Y matar lo que se mueva. «El horror es una nube grabada en mi cabeza», dice. «Ese instante criminal» llevaba años. Nos hicimos amigos de un gobierno infame. Fuerzas militares dirigidas por asesinos, violadores, torturadores. ¿No sabíamos eso? ¿A ellos había que entregarles, donarles, el sacrificio de esos hijos? ¿El don sagrado de la vida? «Argentinos, a vencer».

«El 29 de mayo, fue el penúltimo ataque. Los ingleses avanzaban y cada vez estaban más cerca. Yo era cañonero, junto a dos soldados más. Tiramos seis balas de cañón y cuando pedimos colaboración a los oficiales, ya no estaban más. Ahí nos dimos cuenta de que nos habían abandonado, y entonces nosotros también nos disparamos; rompimos los vidrios de un supermercado y pasamos toda la noche ahí». Junto a 1050 soldados más, fue tomado prisionero, y trasladado en barco hasta Montevideo. Antes, los que quedaron en pie: a juntar esos cadáveres desparramados como piedras y subirlos a un camión.

V

Ocultos los trajeron de regreso, para que nadie los viera. Ahora no había ni brazos, ni caramelos, ni pan casero en las banquinas. Los recluyeron en cuarteles para curarlos, recuperarlos, engordarlos y, sobretodo, obligarlos a callar. A Rubito le tocó Campo de Mayo.

Días después, la larga fila de gente que llega para preguntar por sus familiares. Rubito reconoce a su papá y a su abuelo. Y se les presenta. Y su papá y su abuelo, dicen sus nombres y a quién buscan. Pero no lo reconocieron.

Sólo ellos –los ex– en su puro presente perpetuo, pueden contar lo que sucedió allá. Pero no son ellos los que deben explicar lo que sucedió acá. Lo que hicimos nosotros.

VI

Vélez Sarsfield y Belgrano. La luz de esa esquina es tenue. La calle de tierra por entonces, todavía. En medio del revuelo, esperábamos a Rubito. Esperábamos a un héroe. El héroe llega, todos lo quieren tocar, él tiembla. No sabe dónde está parado. Le cuesta hablar. Busca un lugar donde apoyarse. Saluda, sin reconocer. Siente que se ahoga, está nervioso. Quiere que esta confusión desaparezca rápido, se lleve a casi toda esta gente y pueda –por fin– recostarse en su cama caliente. Mirar el techo despintado de su habitación, respirar profundo y sentir que eso, es una forma elevada de paz.

Después, el cortejo se dispersó. Ese largo día terminó. Luego vinieron los otros días y se abrieron otros abismos. El ex ha regresado, pero no hay nadie. Las ventanas del vecindario están cerradas. Y no hay con quien mirarse. El ex, reaparece. Mira el barrio empobrecido, degradado, más vencido que su espalda. De lo que encuentra, nada le anima el sinsentido desde el que –milagrosamente– retorna. Su balbuceo busca «que el dolor tenga alguna explicación…». También la indiferencia es despótica, brutal. Acompañar ese sueño de victoria fue una última ofrenda a los asesinos. No quedaba nada más para darles. Y «ya casi no quedaba nadie a quien matar».

Esa patria, no valía un cuerpo.

VII

Después, cada 2 de Abril, se repetirá el feriado. La comitiva oficial de turno, la marcha, los altoparlantes, las escarapelas, en las plazas San Martín. Y todavía el 2 de Abril, como si nada hubiera pasado. En el aniversario de lo que todavía llaman Gesta. No el 14 de Junio, cuando el general Menéndez, Jefe de las tropas en Malvinas, nombrado El Gobernador, engominó su pelo y se vistió con el uniforme de gala militar para ir a firmar la dimisión. «Tras un manto de neblinas…» queríamos olvidar, pero perdimos. Hagamos de cuenta, entonces, de que la derrota no existió. Y sigamos hablando de lo que no existe. Símbolos vacíos, por esas vidas tiradas al mar.

VIII

Hacía pocos días que Rubito estaba de vuelta. Como, en cada una de sus noches, estaban de vuelta las pesadillas, los temblores del espanto. El insomnio. Las sombras. Una madrugada, emborrachado, a la salida de un baile, en el tumulto. Y luego la policía, otra vez, como siempre: se lo llevaron, lo encerraron en un calabozo y le dieron palo, como les gusta a los muchachos y celebran las señoras: El encierro y los palos.

Ésa patria, no valía un cuerpo. Nada.

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