Crónicas | Sobre cómo llegué al feminismo - Por Tatiana Pace

«El proyecto queda rechazado», sentenció la vicepresidenta de la Cámara de Senadores y culminó una histórica y maratónica sesión que tuvo en vilo al país por doce horas. Al fin, porque desde que empezó la resolución era evidente y me daba ganas de silenciar la transmisión pero tenía que resistir. Es que mucho tiempo pensé que era una «tibia» hasta que conocí al feminismo. No me acuerdo el día que aprendí su concepto ni mucho menos el que sin miedo me proclamé así, solo sé que una serie de experiencias me cachetearon lo suficiente para tomar conciencia, identificarme y luchar. Hoy cuento la historia indignada desde mi cama pero con más ganas. Después de salir a bailar, terminé la noche con una acalorada discusión defiendo el derecho a decidir sobre mi propio cuerpo nada más ni nada menos que con un cumpleañero. Esta fue la gota que rebalsó el vaso de una semana bastante agitada. Y aunque sienta un sinsabor, lejos de aplacarnos nos empoderó un montón.

La primera vez que marché fue cuando escuché y entendí los fundamentos a favor de la legalización del aborto. No fue hace mucho tiempo, un 8 de marzo de 2017. Estaba sola. Una chica que apenas conocía me invitó y acepté con un poco de miedo. Soy de un pueblo y allá las multitudinarias manifestaciones sociales significan disturbio o peligro. Por eso, como buena rebelde,  mi mamá no supo que recorrí las calles rosarinas acompañada de miles de mujeres. Era algo nuevo para mí y chusmié todo lo que ocurría alrededor: chicas en tetas, movimientos LGTB y rituales feministas. Cuando nos acercábamos al Monumento de la Bandera, las puertas de la Catedral se cerraron y el murmullo se intensificó. Me chocó un poco escuchar«aborto legal en el hospital» y un «¿vos qué opinas?» me devolvió a la realidad. Desconocía sobre el tema y mi postura era un tanto más retrógrada pero unos minutos más tarde los argumentos y ejemplificaciones de mi compañera me hicieron hacer click.

Fotografía: M.A.F.I.A.

Marzo de 2018 fue una revolución. La marcha del Día de la Mujer me encontró distinta. Más carácter, convicciones firmes y el doble de empatía. Crease o no, gracias al feminismo (y bueno, también al psicólogo). Con ello la llegada de mi primer trabajo y la suerte de encontrar una editora que no hacía más que hacerme escribir sobre género. Así fue como los prejuicios se corrieron un poco más y el #8M marchaba esta vez como periodista y no como una niña desorientada. Para mí era toda un acontecimiento, así que me clavé plataformas (es estúpido lo sé) y sobre unos 10 cm caminé muy muy rápido las veinte cuadras de movilización. De ese día me acuerdo un papá participando con su hija en brazos y un abuelito que lo hacía en honor a su mujer. Estaba concentrada hasta que un «¡Mujer, escucha, únete a la lucha!» me puso la piel de gallina. Esas cuatro palabras cantadas con puños arriba me hicieron dar cuenta la unión del movimiento y toda su dimensión. Esta vez mi vieja ya sabía y unos días después, milanesa de por medio, me pregunto qué buscamos ahora las feministas con el aborto. No le contesté porque sabía que la apuesta se iba a redoblar, la Cámara de Diputados comenzaba a definir el cronograma para debatir el proyecto de ley.

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No todo era empoderamiento y seguridad, una noche de estas cuestioné mi postura. No porque dudara de los argumentos a favor, sino por qué en una discusión mis papás me dijeron al azar que uno de ellos pensó en abortarme. Me volví una filósofa existencial preguntándome si estaba en lo correcto defendiendo la interrupción voluntaria del embarazo cuando tuve la oportunidad de vivir. Hasta que me di cuenta que si estoy acá es porque mi mamá decidió sobre su cuerpo, y justamente eso es por lo que se está luchando.

Desde muy chiquita la educación sexual no me faltó aunque hablar de ciertos temas siempre dio pudor. En jardín me enseñaron qué era vagina y qué era pito, lloré el día que me hice señorita y mi mamá me llevó a la ginecóloga para que con dibujitos me explique a los once años cómo era el ciclo. Aprendí a poner un forro con un palo de escoba en una charla del secundario y mis amigas qué iban más adelantadas eran una fuente de información. «Si no fuera ley, el debate sigue abierto y ha dejado de ser tabú en la República Argentina», pronunció con tonada una senadora y es cierto. Audiencia tras audiencia, aquello clandestino y oscuro, se fue naturalizando y deconstruyendo. Por eso, una tarde cualquiera le mandé un Whatsapp a mi mamá para charlar lo que me habían dicho al azar en esa discusión. Siempre peleamos, pero lejos de eso el intercambio de mensajes fue tranquilo y muy íntimo. Como lo fue también con mi abuela y mi mejor amiga, que sensicibilizadas por el reclamo nacional, me contaron con detalles experiencias muy heavys. Jamás me hubiese imaginado que algún aborto las había tocado tan de cerca.

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Después de ir a reiki, me senté muy tranquila a tomar mates la mañana del 14 de junio y sola me largue a llorar cuando la Cámara de Diputados daba media sanción al proyecto de ley sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Me estremecí al mirar para atrás y ver el largo y arduo camino que recorrió el movimiento feminista en Argentina. Las horas del debate fueron tensas y, en la previa de la Copa del Mundo, el Mundial de las Pibas ya había comenzado. La definición fue más sentida que un final por penales porque esta vez se trataba de derechos, de marchar un antes y un después, y hacer historia por todas nosotras.

Fotografía: Revista Crisis

Al caer la noche del 8 de agosto las sensaciones se encontraron. Sentía orgullo de pensar que había millones de mujeres de todas partes del país y de todas las edades seguían pujando, bajo el último frío de invierno y el duro panorama de la Cámara de Senadores. Discurso tras discurso, la angustia y el sueño me vencieron pero mi despertar fue otro. «El proyecto queda rechazado» sentenció la vicepresidenta, pero sepan que nuestra lucha, nuestra fuerza y nuestros deseos no, la consagración ya quedó demostrada en las calles. Este revés nos potenció. Hace siglos que las mujeres tratamos de adaptarnos a situaciones adversas, pero hoy ya no más porque el futuro ya llegó.


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