Lecturas | La escena de la palabra: Fonemas violentados - El sumiso ímpetu de los hombres le impuso, como tragedia de los tiempos y las naturalezas, la distintiva necesidad de obstaculizar, de forma vana y gratuita la libertad que el humano anhela desde el encierro. Nuestro compañero analizó la crueldad del poder y nos regaló esto.

El sumiso ímpetu de los hombres le impuso, como tragedia de los tiempos y las naturalezas, la distintiva necesidad de obstaculizar, de forma vana y gratuita la libertad que el humano anhela desde el encierro. Nuestro compañero analizó la crueldad del poder y nos regaló esto.

Por Bernabé De Vinsenci

Es suficiente que exista una mirada
-la nuestra –
para que el mundo sea eternamente pleno.
Roland Barthes

 

«La persecución de un mundo mejor, que llevó a algunos grupos a abrazar la lucha armada, desembocó, tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976, en un mundo bastante peor, signado por el terrorismo de Estado»[i]. La hibridación de la prosa en ese período fue afectada por modos de subjetivación turbulentos, cargada de códigos a base del suplicio, el daño y el malestar. No sólo en el conflicto preciso de esos años; el transcurso de tragicidad-violenta ya radica en los inicios de la literatura nacional. Un caso emblemático es El matadero de Esteban Echeverría, que impregna en su narrativa del ciclo Rosista la simbología netamente beligerante entre unitarios y federales. En el texto logran revelarse signos de la miseria o vocabularios excesivos: «Reventó de rabia el salvaje unitario», «Viva matasiete». Las caracterologías violentas reinscritas en la dicción de la escritura están sujetas a la figura de un Estado que promueve innovaciones intrínsecas en su tarea. Otro componente determinante que alcanza el itinerario violento en la literatura nacional es el evidente vuelco del lenguaje clásico a un lenguaje de sondeo en la naturalidad de los lenguajes sociales: la restitución de pronunciaciones y de vocablos a partir de las jergas. En este sentido nace en la escritura cierta tragicidad y un inventario grotesco que aspira a rastrear el habla de las distintas capas sociales.

Atendiendo la situación del modo de Poder eugenésico en occidente, la pesadilla de lo bello y lo bueno que no incluye sino que excluye, Antonio Negri subraya en su texto El monstruo político. Vida desnuda y potencia: Sólo aquel que es bueno y bello, eugenésicamente puro, está legitimado para el mando. La organización de los deseos y las imágenes, el consenso y la coerción –el pelo corto, la abolición de prensa, dudemos de la cara extraña– en el periodo de la dictadura hegemonizaron e inhabilitaron, en diversos casos, la autonomía de saber qué era ciertamente lo que acontecía.

La aquiescencia de la sociedad política y la sociedad civil (Antonio Gramsci) jerarquizaban, postraban subjetividades, ultrajaban los símbolos, precarizaban vidas; toda una masacre recóndita desde los disímiles dispositivos, aparatos e instituciones, que pregonaban la hegemonía-fascista ya fuera en circunstancias peculiares o no. Se mencionó: «ultrajaban subjetividades» y me refiero a lo póstumo de esos años, cómo devienen las subjetividades con esas huellas o pérdidas. Es notable entreverse y rastrear estas huellas en la producción artística de Mabel Temporelli, Rosarina detenida a mediados de 1975 y liberada a fines de 1978. Mabel tiene una obra que tituló: Señoras Calientes, en su producción aparecen delantales, vestidos de fiestas, guardapolvos, etc. En cada una de ellas existe, usualmente en el centro, una quemadura de plancha. Es una obra poética, los elementos portan códigos, símbolos, mientras las imágenes parecen salir del soporte. Reside una crítica explícita por parte de la artista a la monotonía del sometimiento; las vestimentas promueven la sensación de evocar personas pretéritas. El espectador enfrentado a la obra enmudece al notar que las vestimentas sufren o han sufrido: se origina una desmaterialización sobre un plano armónico.

Negri, en el pasaje antes aludido, corporiza a los monstruos. El monstruo es lo contrario, es lo que estremece a lo eugenésico, puesto que es transformación en lo hegemónico; lo monstruoso resiste en él produciéndose dentro de él. En el setenta y seis, antes y después, los monstruos fueron aquellos que confirieron su voluntad para pugnar contra el asalto militar-fascista, contra la armazón económica, política y cultural del periodo: el bloque histórico. Los monstruos registraron al enemigo, a la máquina-masacre, y allí, en la confrontación, afloraron las potencias, los gestos por la disputa ontológica. Por esa razón, en el campo social tensionado de aquellos años surgía la resistencia (Madres de Plaza de Mayo), el reconocimiento como monstruos frente a la irrupción fascista. De acuerdo con lo expresado, César Cantoni señala en su texto Latencia: Poesía y Dictadura: «Esta circunstancia hizo que los poetas jóvenes de los años 70 fuéramos calificados por algunos como “los poetas de la dictadura”. Otros, teniendo en cuenta que padecimos las consecuencias de la represión y resistimos desde el lugar de la poesía, prefieren hablar de “los poetas de la resistencia”».

La literatura, no obstante, debe repensarse como «un dispositivo de construcción (material o utópica) en la historia de las luchas, y en torno a la posibilidad de nuevos mundos»[i], la literatura es parte de la contribución que grafica los monstruos enredados, implicados, aliados, reconocidos en una misma clase que resiste.

El poema «Miremos esta calle: este barrio es de niños», de Omar Favero, joven de la ciudad de la Plata desaparecido a los diecinueve años durante el Proceso de Reorganización Nacional[ii], da cuenta de la potencialidad monstruosa en esos años. «La violencia simbólica, ya perceptible desde el nombre eufemístico con el que la junta militar se autodenominó […] consistió en apelar a la defensa de los valores cristianos y patrióticos para justificar la tortura, los secuestros y los asesinatos de los “subversivos”»[iii]. Aún así restablecer el orden significó reorganizar los campos semánticos, los deseos, y las imágenes en pos de naturalizar la obediencia. El término subversivo es parte de esta reorganización semántica. Veamos los orígenes de la palabra: (del Latín subvertere: trastocar, dar vuelta) se refiere a un proceso por el que los valores y principios de un sistema establecido, se invierten; se relaciona con un trastorno, una revuelta o una destrucción.

Omar expresa: «Ellos, contra el cansancio, morirán dando golpes», a partir de aquí conseguimos denotar el pronombre ellos –los enemigos–, la presencia de mecanismos coercitivos burócratas y hondamente genocidas. No es del azar la productibilidad violenta de los contenidos, de los manifiestos de resistencia: nosotros contra ellos, es decir, contra el poder coercitivo-militar, mortífero. El poema traduce la dimensión de una monstruosidad situada, de una premonición histórica, al decir: «Nosotros renunciamos al combate algún día, por no sé qué valores o sabios pensamientos». He aquí el gesto ontológico del monstruo frente al militarismo que se introdujo configurándose simbólica y violentamente para naturalizarse con su metafísica de reorganización y constituir en esta embestida vidas desnudas.[iv]

La coyuntura del terrorismo de estado no fue únicamente un trance armado, de glóbulos derramados, violaciones y picanas en los ovarios o en los testículos, además personificó la resistencia monstruosa que signaba de componentes a la ética de los individuos a futuro. Inmediatamente de esta movilización político-social, del consenso producido por los aparatos e instituciones del poder en ese momento, Favero expresa: «No podremos: renunciamos al combate algún día». En sí es un enunciado que exhibe el sufrimiento frente al terror, la desesperanza frente a lo hegemónico-genocida, imponiéndose con sus dispositivos a la manera de una máquina que causa muerte: apropiación de niños, campos clandestinos de detención, plata dulce, desindustrialización, entre otros.

En términos filosóficos es una disputa –como está expuesto anteriormente– ontológica y fisionómico-social, de establecer potencialidades, barreras y alternativas frente a un devenir frenético que se denominaba «Proceso de Reorganización Nacional». Quienes estaban al tanto de los hechos acontecidos concienzudamente veían que al fin y al cabo la sociedad no sería la misma cultural y políticamente fenecido el proceso dictatorial. Un cambio drástico, una época crucial de la ontología «por no sé qué valores o sabios pensamientos», apunta Favero en su poema, de otra manera por un delineamiento fascista-eugenésico de corte universal, que venía propagándose en diferentes países en los inicios del siglo XX. El precedente fascismo mundial había logrado afianzarse y reproducirse como una máquina de moler carne, como una máquina de abolir toda libertad de expresión y que encarcelaba a los calificados como «subversivos».

Si analizamos algunos contenidos emergentes en el antes y durante del periodo de la dictadura militar, cada uno de ellos intentan dialogar y descifrar qué es lo que realmente aconteció, ponen en juego imágenes dialécticas: ontologías de resistencias. Como diría Walter Benjamin la historia es posibilidad, un evento abierto a la interpretación, un programa de continuar los espacios utópicos que otros han iniciado.

Las voces de los escritores trabajaban en un terreno tensionado intentando asearse de la subjetividad normativizada por una toma fascista-genocida. Innumerables libros fueron prohibidos. Un caso ejemplar es el del libro La torre de cubos, de Laura Devetach, prohibido por la resolución N°48 en la provincia de Santa Fe el 23 de mayo de 1979 (la prohibición se extendió luego a todo el país). «Según la resolución se prohíbe por: graves falencias como simbología confusa, cuestionamientos ideológicos sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos, espirituales y transcendentes […] centrando su temática en los aspectos sociales como critica a la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de la autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos con base completamente materialista, como también cuestionando la vida familiar, lo que lleva a la destrucción de los valores tradicionales de nuestra cultura».[v] En este sentido fue la reorganización semántica antes mencionada.

Retomando, el sociólogo y poeta Néstor Perlongher entrevé en su poema «Cadáveres» (1982) las secuelas del largo proceso monstruoso versus poder- fascista, percatándose del trabajo historiográfico para dar apertura a la voz singular, al pulido estructural de la forma y a la sutileza de las sílabas teniendo en cuenta la invención de figuras metafóricas. Refiriéndose no sólo a los cuerpos monstruosos, escribe: «Todo, Sobretodo, Hay Cadáveres». En el pensamiento hay cadáveres, en la subjetividad violentada al retorno de la democracia hay cadáveres. Perlongher evidencia, en la semanticidad de las imágenes y de los deseos, una nación históricamente atravesada por la muerte, por la agonía de las luchas que de algún modo hacen de su eco una resonancia hasta en la actualidad.

Desde el inicio del fenómeno de la Historia Oral la programación de la historia es edificada en un plano colectivo-deseante con la cooperación de quienes fueron monstruos sobrevivientes y exiliados en la dictadura: la historia es molida con la multitud de voces.

Unas de las fuentes indispensables para el imaginario de una nación, que no habría de soslayarse, es la literatura pensada en un espacio simbólico de construcción que resignifique eventos de luchas, trazos arquitectónicos e históricos, bocetos de una historia próxima a cimentarse. La dictadura –máquina reproductora de muerte– tiene que examinarse una y otra vez para no caer nuevamente en un orden normativo demoledor.

Pretendiendo efectuar este texto demasiado arriesgado, citaré la voz de Omar Favero:

«Quiero entrar, destruirte, devorar las raíces (tu palabra no es tuya ni tu mano ni el tiempo). Quiero que en las cenizas te levantes […] Entonces sí, serás y hablaremos, en calma, de la unidad futura».[vi]

La historia guarda memoria, pies, manos, ojos. La historia camina.

[1] Cantoni, César. Latencia: Poesía y dictadura.
[1] Negri, Antonio. El monstruo político. Vida desnuda y
potencia
, Prometeo Digital 2012.
[1] El lenguaje es una herramienta de la comunicación,
para la adquisición de una lengua determinada. Sin ir más lejos de estas
vertientes el lenguaje se define por su capacidad instauradora de subjetividad.
El “Proceso de Reorganización Nacional” quiso sugerir que ese nuevo “gobierno”
pondría orden a un supuesto desastre nacional que era preciso exterminar. Émile
Benveniste dirá en “De la subjetividad en
el lenguaje”
Pues bien, sostenemos
que esta «subjetividad», póngase en fenomenología o en psicología,
como se guste, no es más que la emergencia en el ser de una propiedad
fundamental del lenguaje. Es «ego» quien dice «ego».
Encontramos aquí el fundamento de la «subjetividad», que se determina
por el estatuto lingüístico de la «persona».
 (Ver más)
[1] Mangin, Annick. En “Literatura y dictadura: Cola de lagartija” de Luisa Valenzuela.
[1] Negri, Antonio. En “El
monstruo político. Vida desnuda y potencia”:
La vida desnuda representa al hombre, o más bien, presenta  los cuerpos al borde de un peligro y de una
miseria indecibles. La vida desnuda es la imagen de lo que queda después de que
el terrorismo del capitalismo moribundo
se ha ejercido sobre la vida y el trabajo de a multitud”
. (Ver más)
[1] “Biblioteca de
libros perdidos.”
[1] Poetas siglo
XXI, antología de Poesía
: (http://poetassigloveintiuno.blogspot.com.ar/)
Editor Fernando Sabido Sánchez.

 

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