Cuentos | Blackout - Por Emanuel Moreira

La literatura de género es una cueva donde se conservan expectativas que, en ocasiones, parecen impalpables en otras esferas de la misma disciplina. Nuestro compañero, imbuido en tales sutilezas, nos ofrece una pieza del más puro horror, para deleite de quienes se emocionan con un hígado ensangrentado atravesado por un puñal.


Hoy me levanté negativo. Me desperté tipo 5 am, cansado y asqueado de tener sueños «lindos» en los que me caso. Yo considero el casamiento como algo innecesario pero, ¿en el fondo es algo que deseo?, ¿acaso mi subconsciente reveló un lado «bueno» en mi alma?, ¿puede una persona como yo, fría como un témpano, tener la capacidad de «amar»?

Asustado tomé las llaves del auto y me puse a deambular por las calles, aún vacías.
Paré en una plaza y me puse a matar aves con la mente. El recital que estaban brindando las aves, a dúo con el silencio de una ciudad poluta de ruido, fue interrumpido por la voz «angelical» de una niña, que iba a jardín de infantes, acompañada de su madre.
Ver esa escena volvió a plantearme los interrogantes anteriormente mencionados.

Poetisa, de Carmen Luna

 

¿Acaso había un atisbo de esperanza, que desde las tinieblas de mi helado ser, puede existir un sentimental otro yo, queriendo incitarme a desear todo aquello a lo que me dediqué a detractar?
Al día siguiente volví a despertar ofuscado. Esta vez había soñado que era un padre de familia, y mi esposa y mi hija eran aquella mujer y niña que me habían conmovido el día anterior. Todo era felicidad, hasta que el sueño se rompió en pedazos y me desperté.

Rápidamente agarré el auto y me dirigí hacia la plaza, aguardando por ellas.

Decidí tomar el sueño como una epifanía, y tenía la esperanza de que aquella madre fuese soltera. Pero nunca aparecieron ese día, ni el siguiente, ni siquiera la semana después.
Los sueños «lindos» jamás se repitieron. Aclaro que uso comillas en esas palabras que yo no uso habitualmente, pero para darle una referencia a la persona que lea esto.

Un día me despertó un olor nauseabundo que provenía de la cocina, y me levanté a chequear que era lo que causaba tal hedor. No podía creer lo que estaba viendo.
Aquella nena y su madre de la que probablemente me enamoré, estaban descuartizadas, desparramadas en pedazos podridos por todo el lugar.

Entonces recordé. Esa mañana en que las vi, las secuestré, las llevé a mi casa. Primero abusé sexualmente de la mujer y después la apuñalé tantas veces que perdí la cuenta, todo esto mientras la niña observaba. SI !, ella había presenciado tal atrocidad. Era tan inocente, aún recuerdo sus gritos de dolor cuando le arranqué el cuero cabelludo con el mismo cuchillo con el cual había matado a su madre minutos antes. Las arrastré hasta la cocina, donde las corté en pedazos, pero eso es todo lo que recuerdo.

Por eso, para no volver a olvidarme de la barbarie que cometí, he decidido escribir esto que estás leyendo.

 

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