Lecturas | Los desmalvinizadores al ataque - Lecturas Ni Natasha Niebieskikwiat, la autora del libro “Lágrimas de hielo”, ni Osvaldo Gallone, su reseñista elogioso y compañero del diario Clarín, se salvan en esta contundente crítica que, como buena crítica literaria, no teme incorporar la política y plantarse con firmeza ideológica. Por Gustavo Cangiano «Lágrimas de hielo. Torturas y violaciones a los derechos humanos […]

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Ni Natasha Niebieskikwiat, la autora del libro “Lágrimas de hielo”, ni Osvaldo Gallone, su reseñista elogioso y compañero del diario Clarín, se salvan en esta contundente crítica que, como buena crítica literaria, no teme incorporar la política y plantarse con firmeza ideológica.

Por Gustavo Cangiano

«Lágrimas de hielo. Torturas y violaciones a los derechos humanos en la guerra de Malvinas» es uno de los tantos libros muy malos que se han escrito sobre el conflicto del Atlántico Sur en 1982. ¿Por qué razón, entonces, el periodista Osvaldo Gallone escribe en «Ñ» del 5 de mayo último el siguiente elogio: «el libro de investigación de Natasha Niebieskikwiat -la autora- es un cúmulo de datos probatorios y testimonios de primera mano en torno a las torturas y violaciones a los derechos humanos en el curso de la Guerra de Malvinas (que lo convierten en) un libro tan devastador como necesario»?

La respuesta es sencilla: Niebieskikwait es compañera de militancia de Gallone en las filas de ese poderoso aparato ideológico al servicio de la colonización pedagógica que es el multimedios «Clarín». El elogio de Gallone, por lo tanto, debe ser leído con las mismas prevenciones con las que uno lee el elogio a un niño formulado por su madre o por la abuelita. O dicho de otro modo: entre bueyes no hay cornadas.

 La pobreza intelectual de la investigación periodística

No es en absoluto casual que el género conocido como «investigación periodística» haya eclipsado en las últimas tres décadas a otros géneros de divulgación como el ensayo de ideas o las producciones historiográficas. Salvo pocas excepciones (como «El Almirante Cero», de Claudio Uriarte, el fallecido trotskista convertido postreramente al neoliberalismo), las «investigaciones periodísticas» se caracterizan por la incapacidad de sus autores para inscribir los episodios que refieren en un marco analítico que los dote de «unidad de sentido».

Y esto es así porque la contrarrevolución triunfante en 1976/82 se encargó no sólo de hacer «desaparecer» a los sujetos individuales y colectivos que encarnaban la alternativa «material» al capitalismo trasnacionalizado, sino que hizo «desaparecer», simultàneamente, al menos del horizonte inmediato, toda perspectiva ideológica capaz de disputar la hegemonía discursiva a ese chirle demoliberalismo derechohumanista que ha venido anestesiando y envenenando la conciencia colectiva, sin solución de continuidad, desde el año 1983 hasta hoy.
Natasha Niebieskikwait es entonces, al igual que su apologista Gallone, una hija dilecta de ese derechohumanismo que elude el examen de los fenómenos histórico-sociales reducièndolos a los dramas individuales que experimentan sus protagonistas.

De este modo, allí donde hay revoluciones y contrarrevooluciones, luchas de clases y guerras civiles, de opresión o de liberación nacional, etc., los derechohumanistas no ven más que «genocidios» en los que malvados «asesinos», sin más razón que un aparente desequilibrio psíquico, acaban con la vida de «gente inocente». El «hecho social», que según Emilio Durkheim debe constituir el «objeto de estudio» de la sociología, es entonces ignorado en las «múltiples determinaciones» que lo configuran, como decía Marx, para aparecer como una suerte de charca informe cuya comprensión es posible con sólo mirarla desde el lugar del «sentido común».

Así, Gallone asegura que «de ‘Lágrimas de hielo’ se puede inferir, sin forzar demasiado el argumento, que la Guerra de Malvinas fue la continuación de la dictadura por distintos medios». Y como muchos otros «Niebieskikwait» nos vienen ametrallando con que «se puede inferir, sin forzar demasiado el argumento, que la dictadura fue la continuación del nazismo por distintos medios», entonces el relato se construye solito; efectivamente, «sin forzar demasiado el argumento». El «Mal Absoluto», para decirlo con la terminología del fallecido abogado videlista-alfonsinista Carlos Nino, se corporiza en una línea de continuidad que va desde Hitler a Malvinas y pasa por Videla y los golpes militares, y por Perón, el «populismo» y la Triple A. Así, «sin forzar el argumento», con la claridad y la espontaneidad que brinda la atmósfera ideológica post-contrarrevolucionaria en la que estamos inmersos, no hace falta más que referir hechos, registrar datos, contar anécdotas y… ¡nada más! Lo demás, que es lo principal, es decir, la incorporación de todas esos ingredientes discursivos en una trama significativa, es algo que va más allá de las «investigaciones periodísticas».

Ceferino Reato lo expresa con claridad en la introducción de su libro-reportaje a Videla: «en un libro de periodismo històrico el desafío es hablar con los protagonistas de esos hechos que ya ocurrieron. No importa què pensemos de ellos y si nos caen simpáticos o no. Lo relevante es la información y para llegar a ella es necesario entrevistar a quienes la tienen».

Ya se sabe: cuando a uno le hablan de moral, lo que conviene es resguardarse los bolsillos. Análogamente, cuando los «investigadores periodísticos» nos hablan de «información objetiva», pongamos a resguardo nuestra inteligencia.

¿A quién le sirve el cuento de los «estaqueos»?

Un «libro demoledor», con «datos probatorios» y «testimonios de primera mano» sobre la «violaciòn de derechos humanos en Malvinas». Así exalta Gallone el libro de su compañera de militancia. Veamos ahora si las cosas son como los milkitantes-rentados de «Clarín» nos las cuentan.

Según Gallone, son «numerosos» los «testimonios de soldados con nombre y apellido (que) documentan que fueron estaqueados de pies y manos, a modo de castigo, por espacio de diciseis horas, vestidos sumariamente o, a veces, desnudos, soportando las temperaturas del invierno malvinense». Y agrega que «luego del castigo, aquel que sobrevivía, podía escuchar la advertencia de algún suboficial, el subteniente Mario Benjamín Menéndez, por ejemplo, homónimo del gobernador militar de las islas, diciendo ‘esto es la guerra soldado, más vale que guarde silencio, porque si no lo vamos a mandar a una junta militar y lo vamos a fusilar'».

Se trata de un párrafo sin desperdicio. «Deconstruyámoslo», como aconsejan los académicos «posmodernos».

En primer lugar, ¿qué tan numerosos son los testimonios de soldados estaqueados? La respuesta es: muy poco numerosos. Apenas unas decenas de testimonios sobre la base de un total de unos diez mil soldados movilizados a la Islas Malvinas. Es decir, aun si le diéramos crédito a los supuestos testimonios de soldados estaqueados, habría que concluir que se trató, desde el punto de vista cuantitativo, de casos excepcionales, a todas luces insuficientes para inferir a partir de ellos que fueron violados los «derechos humanos» de los sodados combatientes.
Pero sigamos.

Casi de pasada, Gallone señala que los estaqueos fueron una modalidad de castigo por faltas cometidas. No dice nada más al respecto, aunque en el libro de Niebieskikwait el tema se aborda con más detenimiento.

La verdad es que los soldados tenían prohibido robarles a los kelpers ovejas para carnearlas. No obstante, algunos soldados lo hacían. Cuando eran descubiertos,naturalmente, se los castigaba. ¿Qué pretenden los derechohumanistas? ¿Qué en medio de una guerra los problemas de disciplina sean abordados por un psicopedagogo en una reunión de padres? En todas las guerras habidas y por haber el rigor disciplinario es extremo. Si así no fuera, ningún ejército sobreviviría al desorden y a la disolución que los amenazan desde la noche a la mañana. ¡Es la guerra, Gallone! ¡No es una excursión de boys scouts!

Ahora bien, ¿constituía el estaqueo una práctica tan monstruosa como se la pinta? Dieciseis horas de castigo no parece demasiado. Pero estar dieciseis horas desnudo en pleno invierno malvinense parece suficiente para acabar con la vida del más robusto de los soldados. Es lo que sugiere no sólo el sentido común, sino también el relato de Gallone, cuando menciona a «aquellos que sobrevivían» tras el castigo. ¿Y quiènes sobrevivieron? ¡Todos! No hubo ningún soldado que muriera a consecuencia del estaqueo. ¿No es algo verdaderamente extraño? ¿No es tan extraño que nos hace dudar tanto de los «testimonios de primera mano» como de quienes han registrado esos testimonios?

Queriendo darle verosimilitud al cuento derechohumanista de los estaqueos, Gallone reproduce el testimonio de un ex soldado llamado Mihalfi. Escuchémoslo: «El soldado Mehalfi rememora la tortura a que lo sometió el subteniente Flores: ‘Me estaquearon de las dos muñecas y de los dos tobillos (…). Flores agarró su granada y me la puso en la boca sin la espoleta para que yo no pudiera escupirla. Yo me estaba ahogando con la granada, y mandó a soldados a tirarme agua helada del lago (…). Y cada cinco minutos venía un soldado y me tiraba agua del lago hasta que en un momento perdí el conocimiento'».

¿Puede alguien dar crédito a semejante relato? LouisAlthusser aconsejaba hacer una «lectura sintomal» de los textos, para descubrir en ellos los engaños que contienen. Sigamos el consejo de Althusser y examinemos críticamente el relato, en vez de dejarnos impresionar por él. Resulta que un soldado desfalleciente es atado de pies y manos bajo el rigor de temperaturas bajo cero. Por si esto fuera poco, le echan cada cinco minutos agua helada de un lago.

Increíblemente, el oficial colocó una granada sin espoleta, que estallaría ni bien el soldado dejara de morderla, volando no sólo al soldado castigado, sino porobablemente a toda lacompaía, incluyendo al propio oficial. Y el soldado finalmente se desmaya, pero… ¡he aquí que no se sabe por què razón la granada no estalló volando al castigado y a los castigadores por los aires! Más adelante veremos por qué razón hay que desconfiar de la memoria de los testigos y protagonistas de un suceso, aun cuando sean sinceros, lo que no parece ser el caso del ex soldado Mehalfi (entre paréntesis: ¿por què Niebbieskikwiat no ha obtenido testimonios de los sodados que protagonizaron este episodio y que abonen el testimonio de Mehalfi?). Ppr ahora sólo consignemos un hecho: el «suboficial homónimo» (sic) del gobernador Menéndez era en realidad el oficial Menéndez (h).

Tanto ha insistido el discurso desmalvinizador en que los oficiales habrían mandado al frente a los soldados conscriptos mientras ellos se resguardaban en la retaguardia, que la presencia del hijo del Gobernador en el frente de combate merecería una reflexión de parte de los «periodistas investigadores». Pero será inútil buscarla. Los empleados de «Clarín» no hacen «lectura sintomal». Su perspicacia investigativa tiene los límites establecidos por el aparato ideológico al que se reportan.

Las mentiras de la memoria

La psicología cognitiva ha establecido experimentalmente la existencia de un fenómeno en el que deberían reparar los derechohumanistas y todos los cultores de la «política de la memoria»: los seres humanos tenemos una tendencia a acomodar nuestros recuerdos del pasado a las creencias actuales sobre esos episodios del pasado.

Esto significa que si los medios de comunicación nos bombardean diariamente haciéndonos creer, por ejemplo, que hubo un genocidio en Argentina en 1976, nosotros acomodaremos nuestros recuerdos de diferentes episodios de aquella época a la idea de que hubo un genocidio. Así, si un día de 1976 vimos a un policía reprimiendo un delincuente, por ejemplo, ese recuerdo será convertido en un dato confirmatorio del presunto genocidio.

En cambio, si vimos a un policía ayudando a una anciana a cruzar la calle, ese episodio no será registrado por nuestra memoria. Es perturbador reconocerlo. Pero así como vemos lo que esperamos ver, recordamos lo que esperamos recordar. O lo que se espera de nosotros que recordemos. O lo que los aparatos ideológicos controlados por las clases dominantes esperan de nosotros que recordemos.Y más perturbador todavía: la memoria nos trampea no sólo impidiéndonos recordar mucho de lo que realmente ocurrió, sino… ¡hacièndonos recordar lo que jamás ocurrió! Esto se debe a que la memoria no almacena todo lo que ha ocurrido, sino que toma lo que hemos vivido y lo asocia con lo que sabemos. El recuerdo, entonces, está impregnado de «interpretación». Todo esto indica que debe ser tomado con pinzas el apoyo empírico que proporciona a una determinada tesis(que en Malvinas se violaron los derechos humanos, por ejemplo) la memoria de los testigos o protagonistas.

¿Inferencia o apriorismo?

Gallone pretende que creamos que los «datos probatorios» que Niebieskikwiat ofrece en su libro demostrarían que la Fuerzas Armadas argentinas (no las inglesas, para las que la autora de «Lágrimas de hielo» no tiene más que muestras de agradecimientos por el «buen trato» dispensado a lnuestros soldados) violaron los derchos humanos. Pero nada de esto queda demostrado, a no ser que consideremos que, por definición, una guerra viola, por ejemplo, el derecho a la vida y a la libertad de quienes participan en ella. claro que si este fuera el caso, habría que condenar post mortem al propio general San Martín.

Los estaqueos, en tanto formas de un castigo necesario para quienes infligieran reglas disciplinarias, no prueban nada (ni siquiera que hayan sido de aplicacion sistemática). Tampoco las dificultades para proveer de alimentos a las tropas, que fueron consecuencia directa de la superioridad político-militar del enemigo imperialista sobre Argentina semicolonial. Por lo demás, no se comprenderia por qué razón los militares argentinos habrían querido «violar los derechos humamnos de sus propios soldados». La analogía con la supuesta «violación de derechos humanos» en la llamada «guerra antisubversiva» no cabe en este caso: la dictadura necesitaba exterminar politica y físicamente a los militantes revolucionarios setentistas para aplicar el programa del imperialismo, pero no tenía razones para torturar y exterminar a sus propios soldados.

¿Es correcto, en cambio, «inferir» de los «datos» del libro que «la Guerra de Malvinas fue la constinuación de la dictadura por distintos medios», como dicen Gallone y Niebieskikwiat? La respuesta a esta pregunta es contundente: en modo alguno. El cerebro «inductivista» de los militantes de «Clarín» les conduce a creer que una tesis determinada (la continuidad o «identidad significativa» entre dictadura y Malvinas, en este caso) es la conclusión lógica de una suma de hechos entendidos como «datos probatorios». ¿No están allí, dispuestos para que los tomemos, los registros de la memoria de los ex combatientes? ¿No son esos registros hechos perceptibles? ¿Y los hechos perceptibles no son acaso «datos probatorios»? Pero todas estas creencias son equivocadas. La transformación de un hecho empírico en un dato probatorio de una tesis es una operación intelectual en la que intervienen presupuestos conceptuales. Aunque no lo sepan, tanto Niebieskikwiat, como Gallone y como los testimoniantes de «Lágrimas de hielo», seleccionan aquello que convierten en «dato», al tiempo que omiten considerar otros hechos que bien podrían ser considerados, si sus presupuestos conceptuales fueran otros.

Niebiskikwiat: siguiendo a Sarlo, Rozitchner y Lorenz, apoya al imperialismo británico

De su entusiasta comentario de «Lágrimas de hielo» en «Ñ», pareciera desprenderse que Osvaldo Gallone ignora que el significado de un texto (del libro de Niebieskikwiat, por ejemplo) deriva de la conjunción entre su contenido y el «lugar» (conceptual, politico, ideológico) de la enunciación. Atendamos, entonces, ciertos «hechos discursivos» presentes en el libro que para Gallone no parecen tener el estatuto de «datos». Así, por ejemplo, para magnificar la presunta «violación de derechos humanos» que habría tenido lugar en Malvinas, Niebieskikwait escribe lo siguiente: «Como está comprobado, y pese a que los britànicos casi empataron la cantidad de bajas que los argentinos tuvieron en los combates en tierra -sin contar los muertos por el hundimiento del Belgrano- la mortalidad en la guerra de Malvinas fue más alta (151/1000) que la de la Segunda guerra (52/1000), que la de la guerra de Corea (43/1000), y la de Vietnam (18/1000) si se tienen en cuenta sus escasos días de duración».

¿De dónde sacó la militante de «Clarín» esas cifras? Si hubo diez mil argentinos combatiendo en Malvinas, la cantidad de 600 muertos totales significa poco más de 50/1000, y poco más de 30/1000 sin contar los muertos del Belgrano. Por otra parte, si en Malvinas la base porcentual puede computarse a partir de la cantidad de tropas movilizadas, ¿sobre què base se computan los muertos en Vietnam, en Corea o en la guerra interimperialista? Niebieskikwiat necesita inflar los números por la misma razón que los mercaderes del derechohumanismo necesitan inflar los números de la represión «procesista»: para darle cierto sustento empírico a la absurda y reaccionaria tesis del «genocidio». Porque, ¿qué genocidio puede existir si en un país con casi 30 millones de habitantes, son exterminado 7 mil o 10 mil? Análogamente, ¿qué violaciòn masiva de derechos humanos puede invocarse si una guerra que movilizó diez mil combatientes apagó la vida de sólo 300, sin contar el «crimen de lesa humanidad» de los caballeros britànicos que tanto admira la «periodista de investigación»?

La «exageraciòn numérica» está, en ambos casos, al servicio de lavar las culpas del imperialismo, tanto por la contrarrevoluciòn sangrienta llevada adelante por sus títeres dictatoriales en 1976, como por la guerra colonial que libraron contra esos mismos dictadores en el instante en que, por obra de las determinaciones estructurales que son más fuertes que lavoluntad de los individuos, ellos dejaron de ser sus títeres.

¿Acaso esta conclusión es descabellada? En la página 19 del libro, Niebieskikwait escribe el párrafo más alumbrador de todo su miserable trabajo: «A mi juicio, lo correcto es respetar el nombre de la capital, Puerto Stanley, que preexiste al bautismo de Galtieri tras el desembarco: Puerto Argentino». Para la autora de este pésimo libro, entonces, Puerto Argentino es Port Stanley, las Malvinas son las Falklands, y la Gran Gesta de Malvinas no fue más que una «aventura irresponsable» en la que los enemigos de la Patria eran nuestros propios soldados, oficiales y suboficiales, y no los mercenarios británicos. Natasha Niebieskikwiat pertenece a la nueva generación de «progresistas» pequeñobrugueses que no aspiran a emancipar la Argentina del imperialismo, sino a hacer carrera periodística o académica congraciàndose con los amos. Una generación de pequeñoburgueses cipayos, derechohumanistas y desmalvinizadores. Por esa razón reivindican a «Rozitchner, un precursor deteor´ñias sobre Malvinas que luego siguieron otros autores, como la ensayista Beatriz Sarlo o el historiador Federico Lorenz».

Dime a quiènes reivindicas y te dirè quièn eres.


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