Yo ya ni sé hasta que punto sirve la catarsis.
¿Se espera algún tipo de respuesta después de que se haya desatado la tormenta?
Lo pienso y vuelvo al tema. La necesidad de espectadores. (¿Espectadores?)
Lo pienso y comparo al decir con el rebote.
Lo pienso y de nada me sirve.
De nada me sirve ni siquiera definirlo, ya no me quedan palabras.
No me queda nada por decir, tensar o romper.
No me quedó nada, y sin embargo me lo volví a edificar.
Lo tengo frente a mí. Y se contorsiona, gira, brilla. Y entre convulsiones me desafía.
Y lo quiero romper.
Lo quiero rearmar, lo quiero apropiar.
Lo quiero vaciar, lo quiero abandonar en alguna esquina.
No sé si me pertenece, no sé si quepo en él.
Y eso que volví a construir, me mira desde los pies de la cama, y en toda su ambivalencia me provoca.
Sé que si me quedo con él, no va a haber palabras que lo comprendan.
Sé que si me alejo de él, no va a haber medida que lo envuelva o presión que lo destruya.
Sé que si lo dejo del lado de afuera, mañana me lo va a haber quitado la del sexto c.
I
Es como la prolongación del sentimiento.
Como concreto cayendo en mil pedazos,
como la detonación de todo limite.
Pero siempre una constante se traza a través de mil horizontes distintos.
Y encontrarla, ese lugar exacto donde se tensa el espinazo, donde se arremolinan todos los vientos.
Y sentirse ahí, encontrarse girando sobre uno mismo, en la misma piel, sobre el mismo eje.
Donde uno no es otro y nada es ajeno.
Plegarse sobre si, verse en la convergencia de lo eterno.
Sentir como se tornasola el corazón, como arremete ese golpe, tan fuerte, tan infinito.
Puramente visceral, bien adentro.
Verde capricho de puro esplendor, mezcla entre admiración y tormento, verte a los ojos.