La pelota gira, atraviesa los charcos que la lluvia siembra en los potreros, y salva a los pibes del espanto de las obligaciones venideras que los alejaran de las risas inocentes. El destino es un solo sueño con forma de cancha. Pero la bocha rueda un poco más, la inocencia se apaga y el dinero, con el dios mercado como capitán, manejan los hilos del juego; por suerte, de vez en cuando, aparece algún «rebelde irrespetuoso» que se anima a tirarle un caño al poder.
A menudo, el fútbol es víctima de una acusación que lo sentencia como una actividad burda, carente de complejidad y no bien vista como destinataria para la actividad analítica propia de los espacios intelectuales. Sin embargo, resultaría una grosera falta pasar por alto ciertas situaciones que, así como ocurren en los ámbitos más intrincados de la vida cotidiana, se manifiestan también en el mundo de la pelota. A continuación, un breve y fugaz ejemplo:
Karl Marx nada ha hablado sobre fútbol. Su obra intelectual estuvo basada en cuestiones más trascendentes para el transcurso de la vida por este planeta. En realidad, nada ha dicho al respecto de manera directa, pero sus aportes literarios, aunque sean sin querer queriendo, tranquilamente podrían abordar la esfera de quien se transformara en el deporte más popular del mundo. Tal vez sus inexistentes acotaciones explícitas al respecto puedan entenderse a partir de la escasa contemporaneidad que ambos compartieron, ya que mientras el juego nació a principios de la década de 1860, el intelectual alemán vivió hasta 1883. Así y todo, podría entrarse en el juego de adivinar qué hubiese pensado o dicho al respecto si viviera en los tiempos que corren.
Sabido es que Marx se presenta como el delator del costado oscuro que presenta el sistema capitalista. Fue él quien denunció, mediante pruebas convincentes, que la estructura de este régimen se construye mediante la explotación del hombre por el hombre y que el enriquecimiento de algunos se hace a expensas del esfuerzo de otros. Ésto, que poco parece tener que ver con la actividad futbolística, puede comprobarse que, en realidad, no escapa del todo a dicho ámbito.En su obra principal, titulada “El Capital”, el autor destina el primer capítulo a la descripción de “La mercancía”. Allí, define a la misma como “un objeto exterior, una cosa que por sus propiedades satisface necesidades humanas de cualquier clase” y aclara que cualquiera de ellas posee un doble carácter, ya que se constituye tanto como un valor de uso, como también un valor de cambio. La mercancía vendría a ser, entonces, el jugador de fútbol.El futbolista es para su club lo que la mercancía era para su propietario. Así como a mediados del siglo XIX los dueños de los medios de producción contaban con objetos que luego podían vender en el mercado, los dirigentes y representantes de los jugadores de fútbol cuentan con los mismos como si se tratara de metales preciosos que luego pueden transferir, conformando así también un negocio, aunque en este caso de fútbol. Pero el proceso no se constituye simplemente en eso.
Dice Marx en el capítulo II de “El Capital”, el cual está destinado a la explicación sobre “El proceso de cambio”, que “las mercancías no pueden acudir ellas solas al mercado, ni cambiarse por sí mismas” y que “para que estas cosas se relacionen las unas con las otras como mercancías, es necesario que sus guardianes se relacionen como personas cuyas voluntades moran en aquellos objetos, de tal modo que cada poseedor de un mercancía sólo pueda apoderarse de la del otro por (…) un acto de voluntad a ambos”. Poco difiere esta acción de aquella que, en el mundo del fútbol, llevan a cabo los dirigentes y representantes cuando se proponen transferir un jugador.
Siguiendo el curso que la obra de Marx va tomando, puede encontrarse otro punto en común más adelante, el cual se sitúa en el capítulo IV y hace alusión a la generación de plusvalía. Allí, el pensador alemán enumera dos formas de circulación de capital, siendo aquella denominada “en función del capital” la que consiste en que “el poseedor de mercancías puede, con su trabajo, (…) aumentar el valor de una mercancía añadiendo al valor existente nuevo valor mediante un nuevo trabajo”. Esto es, el dueño de una mercancía le incorpora trabajo a la misma y, posteriormente, la vende a un valor mayor respecto del que poseía al comienzo del proceso.
En el fútbol, por su parte, es de conocimiento común aquella situación donde un chico ingresa gratuitamente o con la cobertura de los gastos básicos a las divisiones inferiores de un club y, luego de pasar por todas las categorías, incluyendo la Primera División, es transferido a otro club por una suma de dinero superior a la invertida inicialmente. También sucede el caso que consiste en la compra de un jugador ya profesional y su posterior venta en un valor mayor respecto del que fue adquirido.
En el mismo capítulo, un poco más avanzado en el desarrollo, Marx insinúa el concepto de capacidad o fuerza del trabajo, el cual entiende como “el conjunto de las condiciones físicas y espirituales que se dan en la corporeidad, en la personalidad viviente de un hombre y que éste pone en acción al producir valores de uso de cualquier clase”. Esto, trasladado al jugador de fútbol, pareciera la definición exacta del talento o de los atributos técnicos que porta cada uno de ellos.
Por último, puede también establecerse una breve comparación a partir de lo que Marx denomina en el capítulo XXIV como “La llamada acumulación originaria”. En esa sección, el autor se encarga de exponer “el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción”, en el cual demuestra que la existencia de ricos y pobres deriva de una serie de sucesos de expropiación de los agricultores y no, como afirmaba la economía política clásica, de un comienzo común para todos, donde mientras algunos acumularon riqueza, otros la despilfarraron y desaprovecharon la oportunidad de crecer.
Algo similar intenta asegurarse en el ambiente del fútbol para justificar la existencia de clubes grandes y chicos. Se lleva imaginariamente a un escenario inicial, donde todos partieron de una misma idea aunque cada cual con sus respectivos recursos, conformando así los distintos puntos de partida o nacimientos de los equipos. De esa forma, se oculta la particularidad de que aquellos que desde un principio contaron con mayores atributos, pudieron desde siempre aprovecharse imperiosamente de las necesidades de los más modestos, condicionándoles sus posibilidades de crecimiento. Tal como sucedió tras la revolución agrícola entre aquellos que se adueñaron de los medios de producción y aquellos que nada pudieron poseer.
Sin dudas, resulta descabellado vincular de manera directa la obra de Marx con el fútbol. Se trata de dos contextos demasiado distanciados tanto en el tiempo como en las condiciones dadas de uno y de otro. De hecho, un elemento esencial en su trabajo, como es el caso del Proletariado, no fue ni siquiera mencionado en esta nota. De todas formas, no deja de resultar llamativo cómo ciertas características inherentes al sistema se presentan todavía en cualquier ámbito dentro del mismo; y cómo el fútbol, a pesar de todo ésto, sigue sufriendo el desprecio por parte de algunos que lo consideran como la simple puesta en práctica de una actividad deportiva.
*Esta nota fue publicada en la décima edición de Revista Post (http://www.revistapost.com.ar/blog/)