Hay fronteras que no se cruzan. Son contornos establecidos por una convención social que nunca se juntó a discutirlos, pero que simplemente han quedado ahí: delimitando los movimientos. Atravesar esas líneas es una apuesta en la que está incluida hasta la propia piel. Nuestro compañero tomó nota de los comportamientos clásicos de los detractores y esbozó el siguiente ensayo.
Por Amancio Normando
Roberto Melaño nunca fue un hombre demasiado presto a las amistades. Más bien diríamos que rehuía de las confianzas propias de una relación fraternal con sus pares. Pocas son las personas que pueden comprobar haber tenido una relación con el pensador que trascienda lo meramente profesional o no tenga nada que ver con encuentros casuales en salas de espera de hospitales, pasillos de verdulerías o burdeles.
Esta proclividad a la antipatía lo hizo merecedor del mote de ‘El renegado de Villa Delina’. Nunca se supo con certeza porque lo de ‘Villa Delina’, ya que Melaño nunca visitó tal lugar y, muy seguramente, no tenía ni la menor idea de dónde se encontraba.
Pese a esto, las crónicas y biografías cuentan que los cumpleaños del profuso intelectual eran multitudinariamente concurridos. Quienes conocieron personalmente a Melaño corrigen la falta de rigor en los datos y agregan que esas multitudes concurrían, en su mayoría, para insultarlo o reclamarle el pago de deudas ya imposibles de postergar.
Roberto Melaño nunca acepto manifestarse públicamente al respecto, aún cuando se le haya ofrecido grandes sumas de dinero para las entrevistas y hasta una docena de empanadas de humita que, según se cuentan, eran de las delicias del pensador, a tal punto que lo habían llevado a cometer más de una inmoralidad por conseguirlas, como por ejemplo, escribir una reseña elogiosa de un libro de astrología.
Para conocer que pensaba este escasamente ilustre hombre al respecto, nos quedan algunas de sus anotaciones, encontradas en diversos trozos de servilleta y tickets de almacenes. Quizás su poca propensión a la amistad lo transformen en un preciso observador de las situaciones y le permita arribar a conclusiones polémicas, cuya intensidad se vuelve insoportable para el común de los mortales que aspiran a no perder sus amistades y seguir siendo invitado a los asados y partidos de fútbol.
Observemos algunos de estos apuntes.
Irrupción sin permiso en la cocina:
La irrupción de un amigo en la cocina propia tiene ciertos puntos permisibles, sin embargo, existe una clara delimitación de las acciones, más allá de las cuales, no merece la pena sostener una amistad.
Si el susodicho irrumpe en la cocina y únicamente investiga visualmente los potenciales restos sobre las mesadas, no representa mayores riesgos. No ocurre lo mismo si éste decide atravesar las fronteras del decoro y se manda temerariamente a abrir una alacena u otear la heladera. De todos modos, el escándalo inicia cuando la supuesta amistad decide violentar todo principio y normativa y toma de la heladera el último trozo de milanesa napolitana guardado para preparar un sándwich de tardecita o se bebe de un rápido tirón el jugo que quedaba, sonriendo posteriormente como si nada pasara.
Comentario innecesario en momento inoportuno
Suelen ocurrir los casos en donde, azarosamente, una amistad presencia situaciones incómodas tales como discusiones o revelaciones de una verdad largamente escondida, como una relación paralela al matrimonio o que en verdad uno no se llamaba Eugenio Uriarte ni era un prestigioso doctor en leyes dueño de ingentes estancias, sino que su nombre es en verdad Pedro González y solo tiene un puestos de revistas alquilado del que lo están por echar por incumplimiento de pagos.
Lejos de intimidarse y llamarse a silencio, algunos personajes consideran que su acreditación de amigo les permite realizar comentarios u observaciones, las cuales muchas veces, no respaldan la posición de su amigo sino que la confrontan directamente y lo hunden sin más en la desgracia.
Exclamaciones como ‘Tiene razón’ o ‘Vos también… ¡Mirá lo que vas a hacer!’ constituyen una falta gravísima a las reglas básicas de la amistad. Una opinión fuera de tiempo y hasta un simple gesto pueden resultar caóticos y desprender los conflictos más aterradores. Muchas separaciones y hasta asesinatos pasionales fueron desencadenados por comentarios de amistades. En efecto, si usted se pelea, procure no hacerlo en presencia de sus amigos y, en todo caso, antes de responder las acusaciones, expúlselos de inmediato.
Coqueteo insolente con la pareja propia
Algunas amistades, con el solo argumento de los años y la confianza, se creen con permiso de piropear y hasta proferir chanzas obscenas a las mujeres ajenas. Irrespetuosidades que no necesitan ser transcriptas generan que el amigo y la pareja entren en una situación de íntima confidencialidad, dejándolo a uno enclavado de lleno en las arenas de la imbecilidad.
Algunos propasados han llegado a tocarle las nalgas chistosamente a la mujer de un amigo o dudar en vozarrón de la virilidad de su par, ofreciéndose a saciar los goces negados, cual justiciero dionisiaco.
Semejante humillación, más aún cuando es pública, solo puede ser contestada con un coscorrón aleccionador y la pérdida inmediata de todos los derechos y privilegios que la fraternidad confiere.
Bancarlo con la menos agraciada
La amistad, en tantísimas ocasiones, suele ser la puerta abierta a la prestación de favores. Sin lugar a dudas esto es un elemento importante en la amistad –nadie sería amigo de aquel que nunca le hiciera un favor- tampoco se debe caer en los abusos y alevosías. Algunos muchachones, ya bastante entrados en edad y con cueros curtidos, todavía ignoran, por voluntad o torpeza, estos preceptos elementales y requieren sucesivamente favores a sus amigos, alcanzando el hartazgo de los más bondadosos.
El caso de la seducción de señoritas es muy concurrido. Las mujeres hermosas, es sabido, generalmente se refugian de los constantes acosos de los hombres embobados detrás de alguna amiga poco agraciada. Es un recurso natural que espanta a las bestias de caza que salen en solitario. Por lo tanto, para acercarse a alguna de ellas es necesario contar con un amigo bien predispuesto que generosamente distraiga y entretenga –y hasta, llegado el caso, concrete, dependiendo de la morbosidad del mismo- a la amiga y deje el camino sin obstáculos hacia la belleza.
Esta situación es tolerable en algunas ocasiones, pero cuando se llega al exceso y el personaje en cuestión, mediante sus pedidos reiterados de que se ‘le haga la gamba’, obliga a que el horizonte de expectativas románticas no trascienda el bagayismo, estamos en presencia, no de un amigo, sino de un decido enemigo que coarta las posibilidades viriles o, por lo menos, las dulces expectativas de soñar con una mujer hermosa.
Es posible que aquel tema que la belleza de su amigo lo desacredite y le quite posibilidades ante las mujeres; o también es posible que comprenda que la belleza en aquel no existe y, en consecuencia, sus pedidos no son más que una bofetada de realismo y por eso sea tan costoso digerir. En cualquier caso, es mejor evitar esos abusones y mantenerlos lejos.
Burla desmedida destructora de la reputación
Es bien cierto, también, que algunos amigos no saben medir los límites de sus bromas y chistes y, eventualmente, comenten la terrible inflación de soltar alguna chanza que pone en ridículo o pone de manifiesto algún pasado oscuro y olvidable, ante personas cuya opinión y estima uno pretende tenerla encumbrada y bien reluciente.
Algunos chistes desubicados del contexto pudieron echar a perder la carrera a grandes profesionales cuando un amigo recordó graciosamente su pasado de stripper y amante de las drogas duras ante al gerente de personal. También muchos matrimonios fueron inmediatamente disueltos, en el momento en que un amigo contó impúdicamente el pasado afín a los burdeles y la vida licenciosa del futuro marido.
La reputación es demasiado lábil y se construye con sumo cuidado y dedicación, por eso mismo, un individuo que no sabe medir los tiempos de los chistes y no regule las intensidades, no merece ser considerado un amigo. En el caso de los amigos exageradamente bromistas, es necesario tenerlos maniatados y amordazados en cualquier evento social o directamente no invitarlo más que a chorpaneadas sin mujeres ni patrones.
Estas son algunas de las reflexiones –tal vez las más interesantes y conmovedoras- que exuda el trabajo de Roberto Melaño.
No sabemos bien por qué Melaño se dispuso a realizarlo ni tampoco que finalidad perseguía. La cierto es que estas consideraciones nos pueden ser útiles en nuestra vida cotidiana para comprender si estamos rodeados de genuinas amistados o somos uno más de las tantas víctimas de esos operadores sinárquicos que, haciéndose pasar por seres cercanos y queridos, extraen provechos tales como encararse a una hermana y una prima o alimentarse indiscreta y sucesivamente con lo que tenemos guardado en la heladera.
Reflexiones que autentican,la fama,no consistente,de "escueto socialmente del tal Melaño….