Séptimo Arte
Darín y Trapero juntos no pueden no despertar polémicas. Nuestro compañero se estrena en la revista metiéndose con la peli de la que todo el mundo habla.
Por Lucas Alarcón
“Elefante Blanco” es una película tan grande y pesada como su propio título indica. Pablo Trapero, sin dudas el más refinado cineasta clásico de lo que queda del “Nuevo Cine Argentino”, encaró con su cámara y oficio un tema tan complejo como lo fue la construcción de lo que iba a ser el hospital más grande de Sudamérica y que da nombre al film: la villas miserias (o “de emergencia”, para ser políticamente correcto). Ambientada en Ciudad Oculta, Trapero elige a Nicolás, un curita belga (personaje muy bien compuesto por Jeremy Renier) para utilizar como los ojos que registran el movimiento diario de una villa que puede ser todas las villas del país. Echando mano a gigantescos (otra vez, el elefante pisando fuerte) planos secuencias, construye una narración de altísima factura técnica sin dejar el componente dramático de lado.
Pero las villas nos son simples. Son tan inabarcables como los perros huesudos que rompen bolsas de basura en esos lares. La película intenta tocar la mayoría de los problemas posibles que habitan el imaginario popular argentino de lo que allí dentro sucede. A lo largo del metraje vemos guerras de narcos, desocupación, in-habitabilidad, dependencia de la ayuda social, hijos del paco, policía violenta, y, encima, la cuestión de la fe de los curas protagonistas.
Sin ser confusa entre tantos frentes de batalla, Trapero logra llegar al hueso del asunto. No deja de retratar fielmente (sin acudir la esterilización publicitaria de la pobreza, por suerte) la calles de tierra mojadas pisadas democráticamente por gordas matronas y pibes chorros, dejando expuesto el esqueleto que nadie quiere ver de ese grupo social que son las “personas que viven por debajo de la línea de la pobreza” y que afecta a 1.640.000 millones de personas en Argentina, de las cuales 427 mil se ubican por debajo de la línea de indigencia, según el INDEC(1).
Pero Trapero sabe llegar al tuétano. Lo hizo en “Carancho”, y de qué forma. Expuso al mundillo jurídico-legal que lucran con los accidentes del tránsito en un envase de policial negro de los buenos y jodidos. Pero tal vez allí reside su efectividad, eligió una pequeña porción del espectro para diseccionarlo. No se metió con las fábricas de automotores que construyen autos cada vez más inseguros, por ejemplo. Solo vistió a Darín como un abogado de mala muerte intentando inútilmente de zafar a fuerza de planes y tiros de las garras de la mafia leguleya.
Esta vez, la enormidad de la villa le jugó en contra. Hay demasiado aspectos, y muy complejos, dando vueltas todo el tiempo en “Elefante Blanco”. Si bien aparece el paco, por poner un ejemplo, la película no profundiza en la problemática. No se explica por qué los pibes se dan, como se comercializa, que mano mete la política y la policía en el asunto, el increíble valor de las madres del paco. O los chanchullos que hay detrás de emprendimientos públicos/privados como la construcción de viviendas sociales. O el legado del padre Mujica. O el mismísimo Elefante Blanco, que observa pero que nunca se mete de lleno más allá de la anécdota que se repasa en las primeras escenas.
Sin embargo, Trapero se anima con las más nobles armas del cine comercial (con Darín incluido) a retratar en la pantalla grande a esos “otros” que miles ignoran a diario en su ida a la oficina. Solo queda esperar el paso del tiempo que diga si la explosión en las boleterías se debe a un gran ataque de “lavar culpas” de los espectadores diciendo “que barbaridad” cuando se muestra un cadáver infantil como trofeo de guerra; o si hay una real necesidad de discutir qué clase de democracia permite la existencia y proliferación de este tipo de asentamientos marginales (como reflexionó hace poco Osvaldo Bayer).
A Trapero lo llevó por delante el Elefante Blanco, pero al menos tuvo el coraje de hacerle frente.