A nuestro compañero, la sensibilidad le mojó la oreja. «El chico de la bicicleta» toca esas visceras más sensibles (no el bolsillo, en este caso). El amigo Alarcón nos describe con lujo de detalles su trama.
Por Lucas Alarcón
Cyril no sonríe. Tiene diez años, es un niño, y la felicidad es un sentimiento con el cual no se encuentra a menudo. Es algo desolador ver una película sobre un niño donde casi nunca sonríe.
Los hermanos Dardenne componen en «El chico de la bicicleta» una historia desde su anécdota: Cyril quiere reencontrarse con su padre. Afortunadamente la película no es simple en su construcción, sino que tras una puesta en escena en apariencia natural y sobria se esconde el estilizado oficio de los realizadores belgas, donde estructuran el relato sobre las bases de una cámara precisa y móvil, un escenario que se torna rápidamente familiar (la ciudad dividida en el bosque sin ley, la estación de servicio como lugar de tránsito y la peluquería, el hogar) y, fundamentalmente, en sus actores.
Cyril es interpretado por Thomas Doret, que lleva estoicamente la responsabilidad de aparecer en cuadro cada minuto del largo, y acierta en componer a este niño problemático, algo antipático, y por momentos tan violentado por la sociedad como Antoine Doinel de «Los 400 golpes» o Polín de «Crónica de un niño solo». Por suerte, Cyril encontrará en el camino a otra alma solitaria con la que podrá llevar adelante su búsqueda filial: Samantha (interpretada por Cécile De France, la misma de «Alta tensión» y «Más allá de la vida»), una hermosa peluquera de la que nada se sabe de su pasado, salvo el deseo maternal de ayudar a Cyril que escupe por sus ojos
Cyril continúa sin sonreír a la mitad del metraje, cuando ya dio con su padre y ya estableció una relación estrecha con Samantha. Sigue sin sonreír porque el mundo adulto aún es egoísta y desconsiderado.
La bicicleta del título es el único objeto de Cyril, que no tiene nada. Se la regaló su padre, que cuando decide que no quiere ser más un padre, se la vende a un extraño. Pero así como logra recuperarla luego de enfrentarse a todos, Cyril quiere recuperar a su único familiar en un mundo muy solitario. Dueño de una personalidad enérgica, incasable, y de contar con la particularidad de ser tan inteligente como inocente, Cyril lo encuentra a su padre con la ayuda de Samantha. Pero este padre (Jeremie Renier) no se encuentra ni a si mismo, y le dice sin miramientos que no quiere verlo más. Despechado, Cyril se refugia en los abrazos de Samantha, aunque en su mente su objetivo sigue fijo a pesar de los contratiempos. Tejiendo alianzas con otros niños-adultos, Cyril va desandando su plan para recuperar definitivamente a su padre, a pesar de que en ningún momento haya indicios que este plan pueda tener un desenlace feliz. Los climas de soledad y violencia (no gratuita ni explosiva, pero si impactante) que alcanza el film en esta parte de su desarrollo son notables. La ley, las autoridades, las figuras de poder, parecen no hacer mella en la topadora en la que se convierte Cyril. Imparable, llegará hasta las ultimas consecuencias. Pero Samantha aparecerá allí, nuevamente, para impedir que Cyril se inmole. Sufrirá, pero nunca bajará los brazos. En una escena que se desarrolla dentro de una gris oficina donde se da una burocrática firma de papeles, Samantha le otorgará a Cyril la mayor muestra de cariño que jamás recibió de ningún adulto. Cyril finalmente sonríe. Es verano y salió de paseo con Samantha en bicicleta, con su bicicleta. Pero el pasado, el mundo adulto y los sentimientos mezquinos que parecen ser el combustible que hace a esta sociedad funcionar, se hacen presentes otra vez en el ultimo tramo de la película. Samantha está en otro lado de la ciudad, y una vez más Cyril está solo frente al mundo. Y en esa escena final, definitiva, los Dardenne juegan con los tiempos cinematográficos con absoluta franqueza, sin golpes bajos, pero anudando la garganta de los espectadores a fuerza de emoción y casi sin mediar palabras. ¿Cyril, un niño solo, podrá volver a sonreír? Una pregunta que solo necesita de 60 minutos de buen cine para responderse.