Hace más de 70 años años, la Argentina culta y bien vestida recibió un aviso: se enteró que existe un pueblo vibrante y corajudo que lucha sin descanso por sus intereses; se enteró que existen masas sucias y desarrapadas que harán lo imposible porque se las escuche.
El 17 de octubre de 1945, la Argentina europea se enteró que el pueblo profundo comenzaba a vivir y esa vida, intensa e incontenible, amenazaba arrasar sus privilegios y sus comodidades.
Ese pueblo se lavó sus patas sucias en las limpias aguas de la plaza sin saber la gesta que estaba realizando: a partir de ese momento, ese agua de la plaza ya nunca más volvería a ser la cristalina y pulcra agua de las oligarquías; esa agua era ahora el agua turbia y febril del pueblo argentino, y esa plaza, que antes alojaba paseantes en descanso, era ahora el campo de batalla, desde donde el pueblo alzaba su voz por su líder y encontra de la imbecilidad de los elitistas.