La ficción se revela como una argucia, cuyo único sentido, consciente y nada secreto, es el de hacer perdurable la fantasía. Acaso, en última instancia, como un inextricable consuelo ante la implacable semejanza, fruto de su consanguinidad inadmisible, que guarda, con cínica indiferencia, la realidad cruda y la más alevosa de las ensoñaciones. De la historia, que es un relato sobre los hechos, surge este relato, que se vuelve hecho histórico en su misma existencia.
El Subteniente ha colgado el sable firmado por Jorge Rafael Videla en su despacho, se lo habían entregado cuando se recibió, un año antes. Se ha esmerado en su carrera, sabe –lo ha experimentado – que una mínima diferencia en el promedio puede aventajarlo frente a sus camadas y hasta lo puede, llegado el caso, convertir en Presidente de la Nación.
Antonio Cruz Gil advirtió que no podía mantenerse mucho tiempo más en el frente de batalla combatiendo contra otros gauchos como él, hermanos paraguayos que estaban allí al norte y al sur del río Paraná, cuando Mitre decidió terminar con esa guerra absurda, que hasta entonces estaba perdida. No era él quien avalaría que la sangre guaraní se siguiera derramando por caprichos que no llegaba comprender.
Al Subteniente le han comunicado que habría de partir en comisión hacia Tucumán, una tarea especial, su destino: Montero. Enseguida de llegar, se ha dado cuenta de que la acción militar no se jugaba en La Rioja, su destino inicial, sino en el monte tucumano donde el ejército ha estado combatiendo militarmente al último foco que la guerrilla ha mantenido en ese lugar. Pronto ha entendido que involucrarse directamente como parte del «Operativo Independencia» hacía la diferencia, era una oportunidad que no se le habría de escapar.
Cruz Gil supo de las consecuencias a las que se exponía, pero optó por desertar creyendo que la muerte le alcanzaría tarde o temprano. Pudo entender que en tiempos de guerra deserción era lo mismo que «traición a la patria», más allá de que a él le hubieran llevado arriando hasta allí, sin ley, sin patria, como a un paria.
El Subteniente ha partido hacia Tucumán, en la comisión lo han acompañado otros militares y algunos conscriptos. Entre estos últimos ha ido Alberto Ledo, un soldado que había salido bedel porque había estudiado en la universidad y había aprendido a escribir a máquina, él también ha sido de la partida pese a que años antes mientras estudiaba, ha simpatizado con el brazo político del erp que hasta ese momento había intentado resistir combatiendo en el monte tucumano. Él ha llegado allí cumpliendo con la ley del servicio militar obligatorio. Por fin ha podido ver desde dentro lo que ha sucedido en Monteros.
El Gaucho Gil supo que, para no quedar manchado por la injuria, la única forma que su honor conocía era dejar en claro durante su incierta huida que lo que sucedía, entre tierras paraguayas y correntinas, era una cruel matanza que estaba diezmando a sus paisanos. A su paso, las mujeres de la ranchería le ofrecían asilo, sabían del dolor de haber perdido a sus hombres por una causa que no les era propia, concebida a miles de kilómetros de allí, lejos de Corrientes, lejos de Buenos Aires, en algún lugar siniestro. Mientras que la distancia que separaba al Gaucho del frente de batalla se agrandaba, su fama de bandido desertor y justiciero se hinchaba en igual medida.
Hay testimonios del mismo personal del Ejército Argentino que ha consignado que el soldado Alberto Ledo en más de una oportunidad había salido al mando de un capitán afamado por su bravura con destino en Monteros, a «hacer una recorrida por la zona». Alberto Ledo se ha dado cuenta de que le queda poco tiempo porque ha estudiado historia y porque lo ha constatado con sus propios ojos; que su suerte tucumana ha de ser la misma que la de sus compañeros en la selva, que para entonces ya habían sido diezmados por la dictadura genocida que encabezaba el mismo Ejército. Desertar o morir: puertas adentro del vivac han sido una misma opción para Ledo. Tres meses antes de que su madre hubiera reportado su desaparición, habían llegado a ese lugar los Decididos de Córdoba, la última célula del prt que ha peleado tratando de revertir la situación y que ya por entonces parecía perdida. Un día después de que su madre hubiera reportado su desaparición y a tres meses del golpe militar, los jefes guerrilleros habían decidido replegarse.
A Cruz Gil Núñez, finalmente lo alcanzó una comisión policial a ocho kilómetros de la ciudad correntina de Mercedes. La tradición oral cuenta que, para evitar su fuga y como se solía hacer por entonces con los reos obstinados que podrían traer problemas a la partida, fue acusado de querer fugarse, puesto cabeza abajo sujeto a un espinillo y, sin más trámite, degollado a manos de un sargento de la policía. Antes de ser colgado, Gil llegó a advertirle a su verdugo que su orden de perdón estaba en camino. Viendo el gaucho que la policía desoía su exhortación, cuentan que en sus últimos minutos de vida le presagió lo siguiente a quien habría de ultimarlo por desertor: «Cuando llegues a Mercedes, junto con la orden de mi perdón te van a informar que tu hijo se está muriendo de mala enfermedad, y como vos vas a derramar sangre inocente, invócame para que medie ante el Altísimo por la vida de tu hijo; porque suelen decir que la sangre del inocente es de servir para hacer el milagro». Así ocurrió, como lo había anunciado Antonio Gil. Esta vez, quién lo pasó a degüello fue el que acarreó una cruz de ñandubay gigante hasta el lugar donde había enterrado al difunto y la clavó en suelo correntino, en el mismo sitio en donde hoy se venera al santito.
Por los testimonios de sus compañeros nos hemos enterado que, de la tercera «recorrida» que Alberto Ledo realizó en compañía del capitán, no ha regresado. El Ejército Argentino, como en tantas otras ocasiones similares, ha resuelto el caso para el lado de la deserción y así lo ha informado a su madre. Cinco días con sus cinco noches ha estado ausente. El Subteniente que, porque ha estudiado el reglamento militar ha sabido de estas cuestiones, no lo ha dudado y ha instruido y firmado el expediente donde ha declarado a Ledo como «desertor del servicio militar obligatorio». Firmar o no, ha sabido que hacía a la diferencia de poder convertirse en un futuro Jefe del Ejército o llegado el caso, en Presidente de la Nación.
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