No interesan tanto los géneros ni las formalidades, menos que la acabada resignación que impone el deber de las normas, yace entre nosotros una contumacia, hecha de la inspiración misma y de los anhelos. En la zona vigorosa de las emociones, se descubre una figura. Su nombre es una simple anécdota que solo indica el curso de una obra. Con estas palabras, nuestro compañero, nos invita.
Por Agustín Peanovich
Trazándose el rumbo derrotero de algunas de las arduas jornadas que abrazan los puntos decisivos del puerto de Liverpool, puede ser o seguramente fue -según nuestro calendario- una tarde de 1962. Los meros tedios que impulsan la voluntad de cada mañana -así lo aquejaba el marino, por qué no, un obrero- para reconstruir los hogares magullados por la doctrina Nazi, lo cual, dieron lugar a la post-guerra, al sollozo irremediable, también al enfriamiento de los corazones ingleses.
No nos interesa todo de esta perorata. Únicamente la voz, quién poseyó un cuerpo, y a su temprana edad, largo vericueto atravesó. De periplo a cuento, al fin residieron sus vestigios, que se acobijan en las conciencias comprometidas por la paz y el amor. Si bien, su voz vela los colores menos el gris, el de la angustia, la bronca, la tristeza. También Platón lo juzgará de irascible con razón, pero nada significa eso para nosotros, nadie ahora y por venir podrá mitigar la protección de John sobre nuestros hombros, es más, en un leve crescendo será mayor.
Propongo el hermoso tono de voz zumbando el oído, propongo concretar de forma más real lo que él imaginó. En su presente, (nuestro ayer) vivió el hoy, solo por amor a nosotros.
Propongo un llanto y el silencio.