Como un grito o una proclama, emerge de la sierra misma una construcción, una escuela o un apartado salón donde se sueltan los fogonazos y se da muerte, como el acto triunfal de una batalla. En el cadáver que ahí yace, en la sangre o en la memoria de las enseñanzas, otra cosa se precipita. Nada de eso terminó con el disparo, ni siquiera la batalla. Ninguno de los hombres ha quedado sano, todos son dueños de sus manos.
De la senda guevarista a los tiempos que corren
para hacer otra vida con la sal de esta tierra
con las voces amarradas al canto de los libres
que atraviesan las páginas de una historia sin memoria
Solapados antifaces de verdugos traidores
caerán por el peso de la infamia y la mentira
y las manos del pueblo harán mar de tu impronta
retomando el fusil, que aún aguarda ser disparo
A la orden comandante, que acá estamos y seguimos
escuchando los consejos de tu huella, ensanchando con hambre otros caminos
A la orden comandante, que tu sangre ya es la nuestra
reafirmando la doctrina de tu sueño, encendiendo otros fuegos que nos guíen
Cada quien tiene su muerte, cada cual sabrá encontrarla
las balas que mataron tu cuerpo creyeron ingenuas, acallar tus latidos
pero la ráfaga asesina, con su eco que jamás será silencio, aturdió
a los seres que sufren la vida, a los vivos que viven la muerte,
y que en un grito responden unidos:
¡a la orden comandante! Patria o Muerte, ¡venceremos!