A pesar del bullicio que ensordece, o del eco agónico que paraliza, o de la fauna atroz que deambula y ocupa los territorios, asecha e infunde el terror y enseña el dominio, a pesar de la triste nostalgia y de la prometida urgencia, aún surgen unas lenguas bailoteantes, que salen de la tierra, o que son la tierra misma, que no escupen fuego, pero enardecen, que andan sintiendo como si no tuvieran otra cosa más para hacer.
Desde el primer escalón saludan ellos,
que valsan y sonríen hacia una muchedumbre encandilada.
Mientras brindan, con burbujas de alto calibre,
rozando los cristales de las copas que desfiguran su rostro,
gritos sin luz resuenan desde las grietas.
Sus zapatos relucen
el negro azabache del cuero parido en la pampa
que sangra el saqueo que sus bocas pronuncian.
Una risa filosa, como la hoja del puñal que va por la espalda,
cuelga sobre su cuello y esconde los secretos de un futuro predecible;
el jolgorio, enviciado y risible, tapa pero no calla a quienes rugen desde las grietas.
Las manos se aprietan sellando
las ruinas que desconocen los cimientos de la pasión
y elucubran destinos imposibles que,
con la rapidez de un vórtice y la impiedad del verdugo,
arrancarán – si ya no arrancaron – la identidad que apellida a la tierra.
Yo, refugiado en el valle de tu cuerpo,
canto a coro con las voces que agitan el aire de las grietas.
Las voces desconfían, porque el pasado les enseñó,
de los que atan el nudo de la corbata
con la misma mano que aprieta la soga que ahoga al condenado.
Sus ojos lloran la verdad
inmortalizada en los gritos de los que murieron por ella.
Sus manos cargan las banderas
que serpentearon con el viento de la libertad.
Sus lenguas bullen y arrojan las palabras
que escribieron los adelantados.
Sus sueños sueñan el perfume dulce de la sublevación.
Oscurecidos, pero no apagados,
silenciados, pero no en silencio,
relegados, pero no rendidos,
desde las grietas se asoman los fantasmas
que perturban la tranquilidad de los que brindan.
Levantan los mismos trapos y se confunden en una sola garganta
que amenaza, en sus cuerdas, arrebatarles el privilegio.
Han aprendido, tras los golpes que la historia lanza
y los estigmas que el tiempo deja,
que las luchas populares son la fiera embravecida
que le muerde el cuello al poder.