Cuentos | Cabeza de medusa: adentro de ella - Por Isabella Portilla | Ilustración: Franco Belnudo

El amor, con sus perfumes y sus escollos, tarde o temprano termina comiéndose la carne de aquellos que lo significan. Ya sean envueltos en una metáfora o heridos por las mordidas del desengaño, los amantes juegan mano a mano con el destino en la búsqueda de una eternidad imposible, que los arranca y los devuelve sin tregua a las miserias de la realidad que habitan. 


Los habitantes de Micenas encontraron el hueso de lo que al parecer era una pierna humana junto a una alcantarilla. Horas más tarde, gracias al reporte de un extraño olor, la policía inspeccionó un pequeño parque ubicado en la calle Perseo. Allí se hallaba otro fémur fragmentado, ligeramente corroído por los perros. Gracias al hallazgo, los peritos del instituto forense practicaron pruebas de identificación que arrojaron como resultado la confirmación de sus sospechas: los dos huesos pertenecían a una misma persona.

Ilustración: Franco Belnudo
Las partes humanas permanecieron en el laboratorio durante casi un mes, hasta que la Fundación Perdidos reportó la desaparición de Agamenón Felón, de 48 años. Cuando la madre de Agamenón atendió al llamado de la morgue para practicarle la prueba de ADN, se supo que los huesos pertenecían a su hijo. Así que la policía empezó las pesquisas sobre el caso. La primera en ser interrogada fue la esposa de Agamenón, quien quedó paralizada con la noticia y por ello llegó a enmudecer completamente. La única manera que los policías encontraron para tomarle su declaración fue a través del papel. Esto fue lo que anotó la viuda de Felón mientras las lágrimas se escurrían por su rostro: «Mi marido me confesó que me fue infiel. No he vuelto a saber de él desde que me abandonó». La policía prosiguió a ingresar al domicilio que ambos compartían en el sector de Gorgona, pero allí no se registró ninguna novedad: ninguna carta, ni armas, ni mancha de sangre alguna. La única curiosidad que encontraron los investigadores del caso fue una cocina atiborrada con toda clase de alimentos, entre los que se incluían numerosas legumbres, especias y verduras. Cuando se le preguntó a la viuda por sus provisiones, ella contestó que la única forma de calmar la ansiedad tras la pérdida de su esposo era comiendo. Los policías, perturbados, se marcharon. Pero algo extraño pasó. Cuando se dirigían a la patrulla, uno de ellos fijó la mirada en un diminuto pedazo de carne cercado por un remolino de moscas en un rincón del jardín. Al examinarlo detalladamente, el agente supo que se trataba del dedo meñique de un pie, así que los hombres entraron de inmediato a la casa para corroborar sus sospechas. En ese momento vieron que la mujer sacaba una bolsa plástica de su congelador. En su interior se hallaban los trozos de unos dedos tiesos que más adelante iría a freír en aceite de oliva.

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