Lecturas | «Informe. Historieta Argentina del Siglo XXI» - Por Eva Wendel

Primera impresión

«La experiencia era parecida a viajar en un ascensor que se detiene cada tanto para que suba, en grupos irregulares, gente que habla en simultáneo idiomas distintos», dice José Sainz en el prólogo de esta joyita que tengo entre mis manos. La acabo de terminar de ver/leer por segunda vez, porque la primera me sumergió en esa ensalada de idiomas (imagen-color-espacio-texto-sensación) de una masa heterogénea de gente que iba subiendo conmigo en el ascensor de mi cableado neuronal.

Ante todo, quiero disculparme con los eruditos de la historieta, porque soy una gran neófita del género; de hecho, este libro cayó en mis manos sólo porque Juan Campos consideró que si yo estaba leyendo El eternauta en este momento, era condición de sobra para hacerme cargo de la reseña. Por lo tanto, no sólo me disculpo por lo que termine saliendo de todo esto, sino, de igual modo, agrego que mis intenciones son intentar traducir lo que me provocó su transitar, más allá de un estudio crítico de arte en serio. Convengamos, igual, que soy bastante crítica de la crítica literaria, así que, por lo menos para mí, va a estar todo piola.

Vamos al grano

Se convoca desde la Editorial Municipal de Rosario a artistas de varias áreas para lograr una antología de historieta argentina actual, a presentar en el sexto Crack Bang Boom, conocido festival del género en la ciudad (aún debo mi visita). Estos artistas tienen que ser menores de cuarenta años, es decir, la mayoría nacidos en los ochenta y el resto en los noventa. Y resulta que además los 80 son mi generación y también la de Sainz, pero creo que lo que me causa más impresión es reconocerme en muchos de aquellos paisajes que se dibujan en Informe; así lo llamaron, dice Sainz (compilador y editor), por su significado: «Informe significa descripción de un estado de situación y, a la vez, algo sin una forma definida o en proceso de alcanzar determinada figura».

De qué va la cosa en Informe

Yo encuentro estilos muy diferentes y también encuentro chicos de otra generación pero con mucho de esta realidad actual, historias que señalan nuestros más grandes miedos como sociedad (y por qué no como generación). El primer cimbronazo me lo provocó María Victoria Rodríguez (Rosario, 1989) con su fascinante Montañas de humo que atrapa de principio a fin; sin diálogos, pura imagen atravesada por un fondo puntillista aterrador: un humo que todo lo va atomizando. Las últimas viñetas, con unos primerísimos primeros planos que reflectan el humo en los ojos del niño, son magistrales.

Mi disfraz, de Beerseba (Israel, 1988), artista que llegó a nuestro país en 1993, nos lleva de paseo por la tan vigente lucha por el derecho a la identidad. En estos últimos años se alcanzaron grandes victorias sociales como la Ley de Identidad de Género (2012) que nos permitió despertar de una larga pesadilla inquisitoria del «serás lo que la sociedad diga que debes ser o no serás nadie».

«Gracias a esa amplitud de mirada, es posible una de las sorpresas del libro: la inclusión de la obra historietística de Effymia, artista performer en tratamiento de reasignación hormonal, que murió el año pasado, con apenas 25 años de edad. “La descubrimos a último momento”, confiesa Sainz, que explica que a pesar de que su obra dentro del medio es breve, se integraba naturalmente al conjunto seleccionado por la antología. “Suponíamos que era difícil que ese material apareciera en una publicación de historieta que no estuviera limitada a cuestiones de género o de «Mi disfraz», de Beerseba sexualidad, pero para nosotros las virtudes de su obra no son sólo sus temas sino también sus formas, ya que es tan buena contando una historia o usando los recursos del lenguaje del medio como cualquiera”»[1]

Mi disfraz fue expuesta en la muestra TRANSita lento + TRANSita rápido (Casa Brandon, Buenos Aires, 2012). Una historieta con colores crayonescos que remontan a una furiosa infancia de trazos gruesos. Las viñetas cargadas de colores, pura mezcla, verde por todos lados, corazoncitos adolescentes y muchísimos signos de preguntas llenos de angustia por existir casi toda una vida como ausentes, como un otro, como un nadie, nos transporta al gris de esa  desolación que se construye sobre el pertenecer que impone la sociedad, impidiendo, inevitablemente, el ser.

Pablo Boffelli es otro que labura sin guión en Una casa no es un hogar. Mi sensación es que no necesita de palabras, ya que las imágenes minúsculas, detallistas y avasalladoras, sumado a las escenas que van proyectando la arquitectónica imaginación del gato viéndose sometido a mudar cada rincón de su historia en función de la orden de un Amo, proporcionan una inteligente visión sobre cómo nos vemos y desde dónde nos miran.

No es mi intención llevar a todos los historietistas hacia el mismo compartimento estanco porque estaría haciéndole un gran mal a este hermoso libro, tan ecléctico en diseños e imágenes, por cierto; pero me permito sacar conclusiones respecto de lo que me sedujo de este desafío de escribir sobre un género que no conozco más que por sus lineamientos básicos. Creo que fue la mezcla de esos diferentes idiomas lo que me atrajo, ese saber que estaba pisando suelos desconocidos, mezclado con la adrenalina de querer volcar todas las sensaciones que me explotaron en el cuerpo al leer/ver casi todas las historietas (hubo sólo dos o tres que no me provocaron nada) y, al mismo tiempo, la sensación de no poder largarlo, sintiéndome paralizada por la maldita prepotencia del «lo tengo en la punta de la lengua pero no me sale».

Y con los días la sensación persiste y eso me impide traducir lo que me provocó una historieta como Inválido, de Natalia Lombardo (Buenos Aires, 1985); para mí, con las mejores combinaciones de colores del libro. La historia es «Inválidos», de Natalia Lombardocrudísima y de principio a fin el dolor, el enojo y la angustia se ven en los rostros de sus personajes, así como en los colores nítidos, prepotentes. Es la vida de un niño que no eligió nacer y sin embargo… (Hasta los puntos suspensivos me permito llegar, dado que respondo a un juramento literario de no contar los argumentos. Y créanme que éste no merece ser estropeado).

Pablo Vigo (Buenos Aires, 1985) me dejó estupefacta con Good boy! El reflejo claro de una sociedad sin límites de agresión física, psíquica y verbal, me transportó por estresantes escenas de la vida cotidiana que nos ponen en situaciones de afrontar o de huir de la in-constructiva realidad de los otros. Tan cargado de significado para estos momentos que estamos viviendo que la mayoría de las veces la interpretación se me fue convirtiendo en interpelación y así sucesivamente.

Finalmente, Patrones, la historieta que abre esta antología, juega con ese cara/cruz bicolor (magenta el presente y violeta el pasado) para mostrarnos la insoportable realidad de las relaciones humanas. El historietista e ilustrador, Berliac (1982), maestro en el arte del detalle (objetos, rostros y formas de vestir) que identifican y diferencian a las protagonistas, nos abre la puerta a las maravillosas y eclécticas historietas por venir, en las que la mirada de los otros, aquello que nos condiciona y nos define al mismo tiempo, eso que no elegimos pero que igual nos toca en suerte («la familia no se elige»), nos permite ponernos en perspectiva, marcar nuestros propios límites y comprender que todavía hay mucho por mirar para adentro, por la historia que nos interpela, pero también por las propias decisiones que constituyen nuestro ser. Ver: Un viaje de Peyote, de Sofía Gómez (Buenos Aires, 1989); La carnicería de la muerte, de Andrés Alberto (Bahía Blanca, 1986); Leteo, de Manuel Depetris (Rosario, 1985); El túnel, de Pedro Mancini (Ituzaingó, 1983); Tonga, de Nacha Vollenweider (Río Cuarto, 1983), entre otros.

 Andá cerrando, me dijeron.

Me da la impresión de que si hay algo que conecta a estas historietas es esa sensación de vacío informe que se despliega a lo largo de los mensajes de estos pibes y pibas de una generación nacida en una democracia incipiente, que venía de un fuerte golpe a la memoria de todos los argentinos y que nos era imposible olvidar, inclusive, a pesar nuestro. Había que reconstruir de cero, pero las condiciones de aquella época todavía no estaban dadas para eso, aún nos lastimaba la pérdida de esa manga de pendejos valientes que lucharon hasta el final en Malvinas y la voz en off de los desaparecidos en las historias de sus Madres y Abuelas.

La intolerancia y el control sobre el otro hizo que nuestros padres nos criaran con miedo: por las dudas llevate el documento, por las dudas no vuelvas solo, por las dudas volvete en taxi. Un miedo que se expande por las historietas y se convierte en surrealismo, algunas veces, y en otras, «Qué bien crecimos», Estefanía Clottidirectamente, en búsqueda idílica de un pasado que ya no existe. También se convierte, por momentos, como tan bien lo representa Qué bien que crecimos, sin colores, de Estefanía Clotti (Rosario, 1985), en un miedo atroz de ser lo que nos hicieron creer que debíamos ser (Ver viñeta de página 190). Sin embargo, el final nos avisa que hay un camino, la vida por sobre la muerte: «salgo», dice la protagonista de esta historieta, y en el horizonte aparecen palmeras y un pájaro.

Eso era lo que había que reconstruir y recuperar después de 1983. Y me permití la digresión porque creo que esta lectura que hago del vacío informe atraviesa muchas de estas historietas y de un modo u otro debe habernos modelado, también, como generación.

Me imagino El día siguiente, de Javier Velasco (Buenos Aires, 1977) como ese lugar que hay que recuperar en todas las otras viñetas, esa suerte de volver a encontrar a los amigos con los que compartíamos la imaginación y el asombro que nos proporcionaba la infancia, para no perdernos de nuevo, para no olvidar nuestra historia y para que la oscuridad de su última viñeta no nos alcance. (Ver página 153).

¿Dónde buscar?

La búsqueda aparece desde la portada, una ilustración de Federico Calandria que de entrada nos pone frente al largavistas de un voyeurista encarcelado en su propio reflejo. Existe, en su perspectiva, un muro. Pero entonces, ¿Qué ver? ¿Hay algo más allá de esa pared?

Sí, aparecen las impresiones de estos artistas que nos representan también por ser la generación que tuvo que adaptarse a la web, llegando, gracias a esta herramienta, a infinidad de lugares más allá de una editorial o la contratapa de un diario matutino. Dice Martín Pérez en «Los nuevos monstruos», para Página/12:

«Si el desierto de fines de los 90 se atravesó a fuerza de fanzines y efímeras revistas autogestionadas, el correr del nuevo siglo marcó el comienzo del reino de la autoproducción y la difusión por Internet, lo que multiplicó autores y también –increíblemente, justamente en tiempos de proliferación de entretenimientos digitales, supuestos enemigos mortales de la historieta– el interés por el medio».[2]

Hoy Sainz los recupera y los une, trayéndolos nuevamente al papel, para el disfrute de todos los que no teníamos ni la más remota idea de que estos maravillosos artistas existieran.

José Sainz (comp.): Informe. Historieta Argentina del Siglo XXI, Rosario: Editorial Municipal de Rosario, 2015.  

[1] http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-11018-2015-11-04.html

[1] Ibídem.

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  1. Editorial municipal | El Corán y el Termotanque

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