Crónicas | A cuatro voces - Por Malvina del Olmo

La poesía está allí. Donde usted quiera. Se trata de perseguirla y tal vez no encontrarla, o quizás de encontrarla y sangrar su encanto. Cada palabra tendrá que ser inamovible para que el texto aguijonee el tiempo y sobreviva al óxido de los años. Nuestra cronista tomó nota de ello, acomodó sus cosas sobre la barra de un bar y describió una noche de textos, lecturas, música y fotografía. 


A cuatro voces I | Foto: Guillermo Fournier

Los cuatro organizadores recitan un poema sobre los poetas, sobre la poesía. Un verso cada uno; se mezclan los tonos, las tonadas, los acentos. Unas voces están más cerca, hay otra más allá, otra sale por el altoparlante. Así empieza A cuatro voces, el ciclo de poesía que se hace todos los miércoles en Oui, un bar, dentro de todo nuevo, que parece el patio de la Facultad de Humanidades, porque buena parte de la concurrencia está compuesta por caras conocidas de la Escuela de Letras.

Mis expectativas eran bajas: no por los poetas, no porque no confíe en el trabajo de los organizadores, sino porque las veces anteriores que estuve en este bar, en otras lecturas, el público jamás hace silencio. Y si bien no está mal que me pase, después de tanto barullo me voy con cierto malestar, me voy pensando, preguntándome y preguntándole a todo el que se me cruza: ¿Por qué? ¿Es que a nadie le importa? Con todos los bares que hay en los que no pasa nada, ¿por qué ir justo al que se lee poesía a murmurar constantemente? Por suerte, esta vez me equivoco y logramos escuchar del primer al último texto en el mayor de los silencios. Parece un dato irrelevante, pero si bien me puedo conformar con cenarme una hamburguesa casera tan rica, la idea es que la poesía justifique la comida y no al revés. Y está buenísimo que estas lecturas se hagan en bares y no en bibliotecas, justamente porque en el bar picás algo, relojeás al de la barra, entre recitador y recitador escuchás algún tema, te distraés con un auténtico francés hablando en francés a otro que parece que le entiende, et cetera, para ponerlo en latín en honor a mis años mozos de maratones de latín y griego, diccionarios, fichas de declinaciones y parafraseo motivacional a Max Estrella: «Seré pobre (probablemente toda la vida), pero al menos conozco las lenguas clásicas».

Apenas nos sentamos (en la barra, porque no había más lugar), nos dejan un papelito para anotar preguntas que queramos hacerles a los que lean esta noche. Esto es inquietante, no voy a escribir en este papel, sobre todo por A cuatro voces II | Foto: Guillermo Fourniercamaradería.

La primera poeta es Paula Aramburu, que lee algo de otro autor, algo propio en prosa y felizmente, algunos poemas que nos gustan mucho. Tomo nota para buscar después: Paula Aramburu, poema: «Rezo». Le sigue Manu Díaz (Manu, te busqué en Facebook y no te encontré) que lee, sentadito en la tarima, cerca del suelo, el extracto de una novela: algo que escribió en colaboración con un amigo y que habla sobre una inundación en Ludueña. Divertido, bien escrito, bien leído; la voz y la actitud acompañan lo satírico del texto. El público, ni mu, y eso que es prosa. Ésta aficionada, agradecida. La tercera voz es la de Romina Costilla, que lee con voz vibrante y actitud de nena empacada sus poemas escritos a partir de fotos de Guillermo Fournier. Acá me agarra una cierta extrañeza, creo que debido a lo dispar que me resulta este dúo: ella escribe poemas modernistas y él saca fotos que siguen una estética más contemporánea. Modestamente, pienso que hay que revisar esta conjunción: ponerse de acuerdo o agarrar cada uno para su lado. El cuarto y último poeta de la noche es más bien un performer: Miguel Erre. Lee algo de Onetti (creo), dos o tres aforismos suyos, se calza una capa negra con una capucha que le tapa toda la cara y corona con la interpretación inmejorable de un poema de Enrique Symns, que probablemente haya sido lo mejor de la noche. Sigo investigando por la web, con apenas retazos del poema que guardo en mi frágil memoria, y todavía no sé cuál era. No importa, gracias a Erre estuve leyendo a Symns todo el fin de semana. ¿Les parece poco para un ciclo de poesía?A cuatro voces III | Foto: Guillermo Fournier Celebro la idea de que cada poeta deba llevar para leer algo de otro autor, así la cosa sigue funcionando: hacia atrás y hacia adelante. Me gusta, me quedo pensando en palabras sueltas que suenan, que dicen, que se frotan y me enruidecen la cabeza: vaivén, bamboleo, variación, fraseo, tumbo, álamo, lábil, turquesa…

Salgo a fumar. Hay un guardia que me abre la puerta. Le pregunto a una chica si siempre hay guardia. Me dice que sí, pero que más que montar guardia parece que lo único que hace es abrir y cerrar la puerta. No recordaba yo haberlo visto, y esto también es inquietante. ¿Se agarrarán a piñas los de Letras? ¿Se revolearán botellas de cerveza en discusiones más o menos absurdas, más o menos trascendentales sobre lo que es y lo que no es poesía? ¿Sobre lo que es y lo que no es literatura? ¿Se mofarán del elitista? ¿Se pegarán carteles en la espalda que digan «Yo leo a Bonelli»? Habrá que A cuatro voces IV | Fotografía: Guillermo Fournieresperar a ver cómo sigue esto. Todavía faltan las preguntas del público en los papelitos.

Vuelvo, la media hamburguesa que había dejado no está más. Alguien decidió ocupar mi lugar en la barra. Ya están los cuatro poetas de nuevo sobre la tarima, también los organizadores. Les van a hacer las preguntas. Acá, medio que me pierdo un toque o mucho no me interesa, o directamente no quiero saber qué van a responder. Apenas pude oír uno solo de los cuestionamientos del público: ¿Cuál es para ustedes la relación entre la escritura y la muerte? Nada, una pavadita. Oí algo sobre la reencarnación, oí algo sobre el destino, algo sobre la única certeza, oí que hacia ahí vamos todos, oí una cita de Onetti y oí la respuesta más sensata: «Paso». No siempre que se habla se dice algo interesante, mejor seguir escribiendo y esperar a que alguien nos conteste o que al menos, recoja nuestro sombrero, se lo ponga, y después lea algo suyo.

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A cuatro voces


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