La soledad se esconde detrás de la mirada de un perro callejero. Errante, camina por el asfalto de una ciudad que lo esquiva. Será su propio buen dios quién les arrime las migas de un hueso viejo para salvar la noche y aguantar hasta mañana. ¿De qué otra cosa se trata la vida de un pordiosero sino de resistir avanzando?
El parque
está
vacío.
Cuando ella
no está
también se hace sentir.
Andará allá,
peleándose,
perdiéndose,
diciendo a los demás
que la forma de ser de algunas cosas,
no es como algunas cosas
deberían ser.
Poema: Tango raro, de Eduardo D’anna | Fotografía: Fernando Der Meguerditchian