Siempre se trata de andar, o así parece. Buscando estrépitos, manillas, roperos abiertos y ropa caída. No pasa por estar en un adentro o un afuera, sino sólo de estarse, sin estacionarse, estar y andar, a un mismo tiempo. Tanteando deseos, detectándolos, fríos de invierno, pesados en días nublados. También de sol y calores y ventolinas. Todo eso, ni menos.
Poder prescindir de la metáfora.
Hallarla desnuda,
sin revuelos
aprender a moverme
en el zaguán de los deseos
para quedarnos,
extasiados
en el vértigo lumbar
entre la penumbra y la desidia
donde no existe más
que la exacta cadencia,
la perdición de nuestros cuerpos.