Ensayos | La potencia del aborto: apuntes sobre un debate urgente - Por Ezequiel Gatto | Fotografía: M.A.F.I.A.

Desde hace un par de semanas, todos los martes y jueves, a la mañana, mientras Maru trabaja haciendo marunesas y yo laburo en alguna de las cosas en las que ando, nos clavamos las sesiones de comisión del Congreso sobre la legalización del aborto. Me enteré que, con este debate, las vistas de diputadostv son las más altas desde que transmite, un signo de salud política.

Escuchando el debate no se puede más que admirar y agradecer a esas mujeres que se prepararon para esto durante años (y que, indudablemente, sabrán trabajar con las consecuencias) y que sostienen cotidianamente, con sus prácticas, los efectos dañinos, letales, de la inexistencia de una ley de aborto seguro y gratuito. Se aprende mucho de ellas y de lo que saben y lo que pueden. Una obra maestra de estrategia política.

El gusto por escuchar sus exposiciones es casi inversamente proporcional al disgusto que provocan los antiaborto (porque ese es su verdadero nombre: no pro-vida, aunque sospechosamente en google aparezcan 6500 expresiones con antiabortismo y 1.500.000 con pro-vida), la mayoría de ellxs profesionales ligados a universidades e instituciones privadas con fines de lucro, religiosas o abogadxs.

Es notable el tipo de vínculo que los antiaborto establecen con el futuro. Básicamente, postulan imágenes potenciales de individuos realizados (ingenieros, malos poetas, niños por nacer) para discutir la actualidad del embrión. Ven potencialidades humanas (escribir, pensar, manipular símbolos, proyectar deseos) en algo que, por el momento es, indiscutiblemente, sólo un humano en potencia. El ejemplo del médico que hablaba de «bébe» es ilustrativo, no sólo como aberración conceptual sino como operación discursiva de poner un humano con potencias para que no se vea con claridad que allí, con suerte, hay un humano potencial. El cambio de acento de la segunda e a la primera delataba lo forzado de la operación, y lo patético.

#AbortoLegalYa | Foto: M.A.F.I.A.
Porque un adn singular no convierte a un bicho humanizable en humano. Y si se cree lo contrario hay que ver El niño salvaje de François Truffaut, que cuenta la historia –real– de un nene que, en el siglo XVIII, fue abandonado con muy pocos meses de edad y se crió entre animales en el bosque. La vida humana no es una realidad meramente biológica, es una realidad vincular.

Casi todos los antiaborto que intervienen, irremisiblemente, operan el olvido y negación de las dos actualidades potentes: la de la mujer que decide abortar y la del colectivo de seres humanos ya nacidos. Son adictos a la promesa que para ellos anida en el porvenir; de esa manera, aplastan el despliegue de las potencialidades efectivamente humanas (que son las que tenemos los seres humanos efectivamente nacidos). Las aplastan de dos maneras: una, indirecta, invocando la potencialidad de lo potencial; la otra, bien concreta, condenando a la mujer a una única figura de futuro: la maternidad.

Ellos afirman cuidar la vida, el porvenir, la especie, pero en verdad manejan una categoría abstracta de vida, porvenir, especie y, por supuesto, de mujer. Y para eso, paradójicamente, extorsionan con una figura en apariencia concreta: el feto que, milagrosamente, habla, escribe, opina de política. Y que en estos días se presenta como la realización idealizada de una carrera universitaria. Porque mientras niegan la educación a las potencias humanas existentes se desviven por la educación de los humanos potenciales.

No es casual que procedan, la mayoría, de una religión que se basa en un bebé y un nacimiento y que ve en ese bebé la salvación de la humanidad. Se apuntalan en una promesa y una proyección absolutamente rígida (el que vendrá nos salvará) para desestimar todas las posibilidades y potencialidades que, activas, existen en el mundo sin ser desplegadas. El antiaborto es un futurista, un adicto al futuro como redención. No es casual tampoco que apelen a las figuras de la victimización para ensamblar su política. Hablar por los que «no tienen voz» es un modo de condenar a la invisibilidad a aquellos en nombre de los cuales se habla. Los antiabortos se asumen más humanos al asumir esa posición, cuando en realidad replican una figura de la piedad que reproduce la impotencia. Si ni siquiera nació o habló y ya le avisaron que va a ser ingeniero…

#AbortoLegalYa | Foto: M.A.F.I.A.

Nosotros, en cambio, que ya no creemos en la redención, que no creemos en esas figuras que ponen la potencia absolutamente en el futuro, preferimos apostar a los seres humanos y a lo que pueden ahora. Al despliegue de las potencialidades humanas (una de las cuales, por supuesto, es la reproducción, pero hay otras miles de búsquedas y experiencias) y no a la fe en lo meramente potencial de devenir humano. Es una opción por las capas de posibilidades que se abren y que requieren algo que está en el núcleo de uno de los actos humanos fundamentales, quizá el más sagrado: la decisión. Y a construir mundos en los que tengamos más derecho a explorar lo que podemos y no a hacer pasar una posibilidad como Destino.

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