Lecturas | «Cenizas de carnaval», de Mariana Travacio - Por Mercedes Blanco

Cenizas de carnaval es el tercer libro de la escritora (nacida en Rosario) Mariana Travacio. El conjunto de relatos editados por Tusquets fueron escritos entre 2012 y 2014, y tienen la forma de una unión de voces, con una fuerza dramática que se desteje a medida que avanzan las narraciones y, a su vez, se va dando lugar de un relato a otro. En ellos, la noción de ausencia, el vacío, la falta inasimilable adquiere una espesura tal que termina por volverse corrosiva, desintegrando la aparente solidez de las vidas domésticas, rutinarias y pacientes, de los personajes. Es decir, son textos que intentan dar forma a un adiós, a la pérdida, al momento insoslayable de la precipitación.

Pero, ¿de qué ausencias se trata? De la realidad. Si en Cotidiano Travacio despuntaba los mínimos aspectos que se tornan decisivos en el día a día, en Cenizas del carnaval esos acontecimientos parecen inflarse por fuera del curso habitual de las circunstancias, generando una atmósfera de abstracción que deviene en catástrofe. El agobio resulta entorpecimiento, el instinto una manía hacia la derrota, la búsqueda de respuestas una deliberada autodestrucción. La neurosis de las vidas simples, sin matices extraordinarios, sin rasgos destacados, se desliza por una superficie de aparente liviandad, donde hasta los propios episodios traumáticos no terminan por dejar una huella, aunque lo fulminen todo.

En ese sentido, el movimiento del relato desliga lo confortable de la intimidad. Lo disloca, como en «Certeza de lo inmóvil», donde un tipo perturbado con la movilidad de los objetos pretende la apacibilidad de la fijación, como dice: poder hacerse un café con los ojos cerrados. De ahí se traba una exploración por los ámbitos interiores, las vidas encerradas en sus propias obsesiones, sus miedos y trastornos. No hay afuera, los relatos prescinden del contexto: están cerrados al universo exclusivo de sus protagonistas, son una enorme máquina paranoide, de encierros y automutilaciones.

Cenizas de Carnaval | Foto: PlanetaLibros

De tal modo, la fragilidad de la risa vengativa de la abuela en «Los Osorio» es capaz de desmoronar un espacio que se creía estable. Hay ahí una actualización intolerable: la posibilidad sin gobierno de un acontecimiento que echa todo por tierra –fracasos mínimos, insignificantes, que son vividos como la culminación lamentable de una existencia–. La escritura de Travacio avanza al tanteo, deletreando situaciones, abriendo las capas superficiales de lo habitual, extrayendo palabras de los cuadros frecuentes, rutinarios, como un ejercicio para descalabrar «eso» habitable. Así, en «Cantero», la placidez de un barrio ordenado, espectral, se destruye con la travesura de unos niños que arrancan flores y arrojan al testigo al abismo de su mirada: se convierte, así, en observador pasivo de un desenlace que lo aplasta.

En los cuentos de Travacio, los lugares se borronean, pierden la consistencia de lo concreto y se vuelven una materia onírica, de fabulosas representaciones, separadas del cauce complejo y paradójico de la realidad. «Temprano en el penthouse» narra la decadencia de una familia rica: el hijo que lee la «Fenomenología del espíritu de Hegel», puntualmente sobre la dialéctica del amo y el esclavo, rodeado de sirvientes y ante los ojos defraudados de su padre gerente general, que lo quería médico o ingeniero. Es la ruina ineludible que se cierne sobre la riqueza. Lo inevitable en los ojos –y los cuerpos– de los desdichados que acumulan dicha frágil, en bienes durables mientras haya vida. Por su parte, en «Matriz», se cuenta la historia de una costurera obsesionada por cuidar a sus hijos de la mugre. Les muestra su cicatriz, producto del descuido de su madre: una herencia del riesgo, un traslado del pavor generacional. Es decir, un cuadro sobre la desensibilización por sobreprotección, las paradojas inscriptas en las precauciones diarias.

En cierto sentido, en Cenizas de carnaval se forja una literatura de irrealidades, distanciada del mundo exterior, inscripta en las particularidades herméticas de los protagonistas, cooptantes, envolventes, habitantes de una comodidad mediana que se encuentran fatalmente con lo inesperado, la incursión no deseada en esa realidad que alcanza a filtrarse como una dimensión turbulenta del ensueño individual: «La literatura como paciente mental material y viviente»1.

Mariana Travacio: Cenizas de carnaval. Tusquets editores. Buenos Aires: 2018.

                                                 1 http://www.lavoz.com.ar/numero-cero/cenizas-de-carnaval-de-mariana-travacio-vidas-que-cuentan-la-muerte

 


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