El pianista
Son las nueve.
El vecino toca el piano.
Me llega la música desde las cañerías
que se conectan con el departamento de al lado.
Yo escribo que es un hombre,
que está solo y tose en las madrugadas.
Recuerdo con precisión
la tarde en que lo escuché silbar
la misma canción que yo tarareaba
mientras preparaba mi cena.
Me quedé quieta en esas ganas
de comprobar la casualidad.
El hombre deja de tocar el piano.
Yo camino ciega por la casa,
acaricio los bordes y pienso:
la escucha es parcial,
aunque decisiva.
Adentro de las cañerías
cabe el agua que se pudre,
los pelos perdidos,
la basura de los días,
la música ajena con la que escribo:
así de solos estamos.
Un mendigo
Un viejo escarba debajo de un árbol seco
en un container de basura
y encuentra una radio a pilas.
La da vuelta sobre sus manos.
Estira una antena metálica.
Gira un botón circular con los dedos sucios,
observa la aguja que se mueve
de un extremo
a otro de la radio.
Acerca el oído al pequeño parlante
escucha el ruido de la interferencia.
Camina unos pasos buscando alguna señal.
Le saca las pilas que lleva puestas,
se las vuelve a poner.
La coloca sobre el cordón de la calle,
la enciende.
Desesperado,
desea escuchar una palabra.
El dial se mueve.
Él oye el sonido de lo que está roto.
El viejo se enoja y la patea.
La radio se desarma en pedazos.
El mendigo vuelve al container,
sigue buscando.
Revuelve,
explora,
indaga,
tantea,
hasta que sus dedos
tocan algo en la oscuridad.
El viejo saca rápido la mano y la mira.
Algo filoso le cortó la piel y ahora sangra.
A veces, yo también escarbo en los restos,
busco una palabra.
Tanteo en la oscuridad y cuando desespero
el filo de la nada me corta
y escribo.
Grumo de café
Montado por una cuchara metálica,
fina,
demasiado larga.
Cae
con inercia.
Ha estado siempre en el fondo de un paquete,
o de un frasco
o de una taza.
Conoce ese lugar donde ya no llega la luz.
Agua caliente.
Batir.
Agua caliente.
Cae
una pestaña
y yo veo que
sobre la superficie
flota
el iris de lo imposible
y me mira.
Yo cierro los párpados,
sorbo con seguridad,
siento el vapor que me moja la nariz
y los pómulos,
dejo la taza en la mesa.
Entre mis dientes
está
la partícula
que rozo con la punta de la lengua,
con la suavidad necesaria
para que no se deshaga
el ojo de lo que adentro mío
todavía
no se cansa de permanecer.
En un arrebato de incertidumbre
tomo la decisión,
la aplasto contra el paladar:
polvo frío.
Humo
Tenés la forma
de las marcas que no se ven
Qué decirte:
hoy no me gastes
las palabras.
No te la agarres con
las cosas
ni las dichas.
De ser necesario,
acompáñame
en el imperativo
que pudre los silencios
de las babas de la noche,
de la efervescencia mojada
que nos falta
o nos concluye.
Ahora,
esmerilado en el poema,
fíjate vos
Un nosotros
inclusive.
Inventario
Tenemos:
Una madrugada de renuncias,
el epitafio de la nada,
la espalda transpirada de los que siempre llegan tarde,
la tela fría que se pega sin darse cuenta,
la ceguera de un murciélago que corta el aire,
el miedo que nos manosea en público,
la repetición como principio de incerteza,
el papelito de un caramelo de limón
que mi mano abolla en el bolsillo izquierdo del saco,
con las últimas falanges de los dedos,
como buscando que se transforme en otra cosa,
en otro papelito
o en otro caramelo que me convides otra vez,
antes del beso en la mejilla
y del inventario necesario
que nos devuelva.