Hace algunos años tuve la oportunidad de ver cerca de diez obras de teatro en una semana. Mi ciudad fue sede del Festival Internacional de Teatro, con obras destacadas de nuestro país y de otras partes del mundo. En una de las funciones me crucé con una prima, y ella me regaló una entrada para ver la última del día. En ese contexto tuve mi primer acercamiento al trabajo de Pompeyo.
Esta última obra se llamaba Muñeca. Texto de Discépolo (y poemas de Marosa di Giorgio), dirigida y protagonizada por un tipo de nombre y apellido extravagantes: Pompeyo Audivert. Llegué al teatro cansado, distraído. Empezó la obra. Veía lo que podía desde las últimas butacas del Teatro La Comedia. Una obra lenta, densa, con palabras pesadas, melancólica. Recuerdo que por momentos el cansancio me ganaba. Me dormía. Pero luego me sucedió algo. No sé qué. Me encontré absolutamente hipnotizado. No podía dejar de ver lo que pasaba en el escenario. Mi conciencia estaba atrapada. La distancia entre el escenario y mi butaca desapareció. Estaba yo en el escenario, sintiendo el mismo dolor que aquél personaje desgarrado. Esta obra tenía algo.
Tiempo después conocí la máquina teatral, una técnica creada por Audivert. Un método de actuación sostenido por tres o cuatro principios básicos. El cuerpo del actor rompe el cuerpo cotidiano y genera una composición nueva, extrañada. La voz sale transformada desde el estímulo de este cuerpo no-cotidiano. El escenario se divide en zonas preparadas para la improvisación. La composición escénica final se asemeja (casi siempre) a pinturas manieristas. El cuerpo transformado larga palabras desde una asociación libre, desde el estímulo de la afectación hacia la liberación del inconsciente. Esto, a grandes rasgos, es algo de mi experiencia con la técnica. Invito a la investigación y (principalmente) a la experimentación.
Pompeyo fue invitado a Rosario a dictar un seminario de máquinas teatrales. Dos días de trabajo intensivo orientado a una aproximación a la técnica. Fui invitado a una conferencia de prensa organizada como complemento del seminario. Llegué al histórico bar en el que se realizaba. Me senté y comencé a escuchar. Pompeyo casi no daba lugar a preguntas. Cuando hablaba de su relación con el teatro (con la vida, con los misterios) algo se apoderaba de él. Soltaba un sinfín de palabras que buscaban acercarse a algo verdadero. Romper con la máscara y acceder a la respuesta fundamental de la pregunta por el ser. Escuchando hablar a Pompeyo comprendí qué era ese algo que me hipnotizó en Muñeca.
Mi relación con el teatro estuvo siempre acompañada por la filosofía, mi vocación fundamental. En cada una de mis clases intento hacer ver a mis alumnos que hay algo más allá de la rutina y de lo cotidiano. Quiero que resuene en ellos la pregunta por el origen de las cosas. También la pregunta por el sentido de nuestra existencia. Preguntas que buscan romper el velo de lo cotidiano, lo que no nos deja ver lo que está detrás, o lo que está debajo. Estas son algunas de mis preguntas. Esta también es mi relación con el arte de Pompeyo Audivert.
La técnica teatral de Pompeyo busca quebrar las máscaras que crea la vida en sociedad. Hoy en día «se cree que la máscara es todo», dice. Entonces el arte se vuelve necesario «para rasgar las apariencias que nos ocultan las verdaderas experiencias». Un arte comprometido con la esencia misma de la realidad, o al menos con la búsqueda. Las palabras de Pompeyo tienen un halo de misticismo. De lo que se trata, según él, es de «conectarse con la fuerza, con la fuente oculta de la verdad». «Hay que bañarse en el misterio», porque «la realidad no es más que una apariencia». Hay que «rasgar la máscara» para que se libere la «sangre metafísica».
Los hindúes (y Schopenhauer) creían que lo que separa las apariencias de lo real es un velo, el velo de Maya. La técnica de la máquina teatral es una «ortopedia»que pretende que el actor pueda quitar ese velo para «conectarse con la verdadera fuente, quitar la máscara para percibir lo real». El actor se convierte así en «un prisma que refracta la luz emanada por la fuente y la transforma». Cualquier persona puede convertirse en prisma, siempre y cuando haya despertado «la curiosidad metafísica que anida en cada uno de nosotros». No es sólo un camino teatral, artístico. Es «un camino personal» para conectarse con la fuerza que hace que todo lo que es, sea.
Ese algo que tenía Muñeca, ese algo que tiene la técnica y el teatro de Pompeyo Audivert es una búsqueda. Un teatro que busca lo real. Ante tanta máscara social, ante tanta insinceridad en el ámbito del arte (y la vida), las palabras de Pompeyo hacen vibrar las estructuras para que el teatro quiebre lo «tradicional-histórico» y en esa grieta surja lo real. El teatro puede ser un espejo, pero también debe ser una piedra que rompa ese espejo. Luego del impacto, la piedra sigue su viaje al centro del misterio.(1) El arte está para «revelar cuestiones sagradas del ser».
La conferencia de prensa se realizó el sábado 3 de noviembre de 2018 a las 10 am, en el Bar El Cairo de la ciudad de Rosario.
1 http://www.teatroelcuervo.com.ar/assets/el-piedrazo-en-el-espejo.pdf