A Julia Cutró Milán
Vuelvo del trabajo en el último asiento del 101. Cierro los ojos y pienso en la sonrisa de Julia. Quien sube al colectivo, ve a alguien de camisa blanca y corbata azul, sonriendo con los ojos cerrados.
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(Sobre la obra “Cine en Nueva York” de Edward Hopper, 1939)
La mujer de sombrero tan cerca de la pantalla, el hombre sentado dos butacas más atrás, la acomodadora con su espalda apoyada en la pared, mirando el piso, hasta el joven, que no vemos, pero proyecta la imagen, están solos. No sabemos si arriba, en la calle, llueve o hay sol. En el cine la muerte lleva otro nombre.
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La radio permanecerá encendida. ¿Cúanto dura una palabra en la boca? La voz de una silla rota en el dilema de los límites. Colores de la desolación. Respira en la acuarela la plenitud de otra existencia. Nubes que no llegan a ninguna parte. El sonido faltante, espera al costado del sueño que el lenguaje reconozca esas figuras.
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Tras la ventana estalla el campo, su latido desmedido. La primera mañana aparece al hablar, luego asalta el secreto, cierta unanimidad que ordena los idiomas y los cielos. En la mesa no hay mantel, lo aterrador pretende fugacidad. Los pájaros no vuelven.
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El viento en la boca de los árboles, la noche proviene de tu nombre. Todo es fiesta y azul. Luna de alacranes para verte bailar. Insistencia que falla, no imaginar palabras, solo espacio hacia atrás. Todo tiempo es verbal. Sábanas en movimiento, una trompeta parpadea hasta dormirse.