Cada nunca
este vaivén de sombras matinales,
flotando en el trolebús soviético,
pellizca los dedos rutinarios
que erosionan los huesos de la industria.
Cada nunca mi lengua madre y mi lengua amante,
juegan a tirarse versos en la nieve.
Cada nunca este vaivén de sombras matinales,
flotando en el trolebús soviético.
cada nunca un estornudo y nasdarovie.
Cada nunca, la ecuación cotidiana
despeja lo que la hace variable.
Cada nunca estos cables paralelos
abrazados en el infinito confín de Chisinau
tiemblan como piernas excitadas
ante el paso del títere soviético.
Cada nunca este vaivén de sombras matinales,
las vibraciones eléctricas en sus músculos repite.
Y se reproduce erosionando las huellas
de la Troika en los abrigos de piel.
Sin embargo,
algo permanece y nos conforta:
como el calor de una cama en la época del invierno,
o la sangre del borsch invadiendo un pedazo de pan.
Ese plato de sopa rojo donde ganamos la guerra.
O las líneas paralelas que se fugan,
en el cielo de los trolebuses rojos;
muletas caligráficas de alfabetos desprestigiados.
El boleto vale dos Lei; la comunión de nuestros dedos,
y las novias inertes que se impacientan en la vidriera,
justo cuando el «taxator» nos da el boleto de la suerte.
Vos abrís tu boca y te lo tragas como una hostia numérica.
Y Chisinau es la ciudad de Europa con más parques,
y para nosotros esa noche, es el paraíso.
Cada nunca me susurrás:
«tenemos el estómago alfombrado de boletos capicúas,
pero la suerte nuestra sigue siendo una mierda».
Cada nunca, cada
¡siempre!
Cada siempre tus parpadeos y tus piernas,
son el estuario de un arroyo milenario,
la conclusión de una orquesta que no termina.
Cuando cada siempre y cada nunca se encuentran
(cosa que sucede cada rato).
La rutina vibra de cosquillas,
se inflan los vientres de luz.
Y un leopardo se desplaza por el trolebús
(perdón por la rima, error de traducción)
En este trolebús soviético
cada nunca los muertos se subirán
sin embargo aprieto sus huellas
con un guante de luz,
matinal y oxidado.
Cada nunca y cada siempre
este vaivén de sombras matinales
flota en el trolebús soviético,
que ya se aleja cual animal decepcionado
desmechando los castaños rojos,
y los fósiles, del bulevar Moscú.