Ensayos | ¿Quién es esa chica? - Por Mariana Bortolotti

Who’s that girl?
When you see her, say a prayer and kiss your heart goodbye
She’s trouble, in a word get closer to the fire
Run faster, her laughter burns you up inside
You’re spinning round and round
You can’t get up, you try but you can’

Madonna, 1987

 

Who’s that girl? se preguntaba la banda de sonido de una película que seguía las andanzas de una Madonna joven y rebelde, a fines de la década del ’80. ¿Quién es esa chica?, me pregunto cada vez que veo esta fotografía del primer Rosariazo. Poco sabemos de «la chica con el palo», como la llama Florencia Garat, sólo que en un punto de su vida participó de las convulsionadas jornadas de mayo de 1969.

Who’s that girl? When you see her, say a prayer and kiss your heart goodbye. ¿Quién es esa chica por la cual puedes perder el corazón y la cabeza? La imagen nos devuelve un escenario de protesta callejera, una encrucijada urbana hacia la cual nuestra «chica con el palo» se dirige presurosa.

En esta fotografía, tomada por Carlos Saldi y publicada por la Revista Boom, la chica encarna una potencia que nos atrae, que no permite que nos cansemos de verla y que se ha convertido en un emblema de este 50 aniversario.

Rosariazo | Fotografía: Carlos Saldi

En el movimiento de nuestra chica, en ese correr hacia adelante, se devela un gesto de sublevación que, en verdad, es doble. Por un lado, aquella que la liga a otras y otros presentes en la imagen; por otro lado, otra que la lleva a desentenderse del comportamiento socialmente aceptable en una joven mujer para salir corriendo sin preocuparse por el movimiento de su minifalda ni por ese cabello alborotado que parece dirigir su desafío a toda escuela de peinado que intente fijarlo.

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La chica del palo no estaba sola, otras jóvenes aparecen en las fotografías de la época. No son tantas como los varones pero su presencia no pasa inadvertida. El diario La Capital menciona «un crecido porcentaje de mujeres» entre quienes se manifiestan tras el asesinato del estudiante Adolfo Bello. En la revista Boom aparece un chiste de Roberto Fontanarrosa en donde un policía le dice, a modo de excusa, a su superior: «Ud. no se imagina comisario… ¡La de extremistas disfrazados de mujer que había!..»

¿Quiénes son estas mujeres? Formaron parte de una generación que creció entre proscripciones políticas, presiones militares a gobiernos civiles y dictaduras, una generación que ingresa en la vida política en la convulsionada y rebelde década de 1960.

Para las juventudes latinoamericanas los ‘60 serán sinónimo de Revolución Cubana, de la figura icónica del Che Guevara y de la posibilidad concreta de protagonizar un cambio revolucionario en escenarios atrasados como el nuestro. Con el correr de la década, el proceso de fuerte politización no haría más que crecer y profundizarse en una amplia franja de la sociedad argentina, encabezada por las juventudes, al calor de las luchas antiimperialistas del llamado Tercer Mundo pero también de las protestas en los centros mismos del poder imperial, los movimientos por los derechos civiles, los movimientos pacifistas norteamericanos, el Mayo Francés y la Primavera de Praga en 1968.

La llegada de un nuevo golpe de estado en 1966 en nuestro país, con su secuela de persecución política, censura cultural y represión policial, aceleró la toma de posición para muchas y muchos. La idea de oponer a la violencia de arriba la violencia de los de abajo, tal como planteaba Frantz Fanon en su libro Los condenados de la tierra, fue sumando legitimidad en una sociedad sumida en un gobierno dictatorial.

Pero esta década fue también convulsionada en otros aspectos, confluyeron fuertes transformaciones de orden económico, social y cultural que impactaron en el campo de posibilidades y en el horizonte de expectativas abiertos a las mujeres en la Argentina. La creciente y sistemática incorporación de mujeres al mercado laboral –tanto en las industrias como en servicios–, proceso en marcha desde principios de siglo, tuvo una fuerte aceleración en estos años. También fue creciendo en proporción el conjunto de mujeres que combinaban estudio y trabajo y el de aquellas que conservaban el empleo aun habiendo contraído matrimonio y teniendo hijos.

Los sesenta muestran el gran avance en los niveles educativos a los que arriban las mujeres –para 1970 las mujeres representaran el 50% del total del país que alcanzó la escolaridad media y el 37% de quienes accedieron a un nivel universitario–. A partir de aquí el hecho de estudiar y trabajar se convirtió en una realidad aceptable y cada vez más frecuente para las jóvenes de la época.

A medida que crecía la presencia de mujeres en los espacios de trabajo y en las universidades, se producían grandes cambios en las costumbres y las formas de la vida cotidiana de varones y mujeres, que modificaban los roles de género. Así como comenzaba una paulatina pero definitiva devaluación en el mercado de los prejuicios morales de la «virginidad» de las jóvenes, emergían nuevas formas de concebir la familia, la maternidad y los afectos. Entre otras cosas, la aparición de la píldora anticonceptiva sería clave en este proceso, ya que brindaba una creciente autonomía a las mujeres, separando el deseo sexual de la reproducción y permitiendo construir proyectos personales por fuera del hogar.

Aquí, la mujer | Diario La Capital

Estas fueron transformaciones paulatinas que habilitaron, poco a poco, nuevos modos de organización familiar y de desarrollo personal. Estos nuevos modos se presentaron bajo los formatos de la mujer «moderna» –una «lavada de cara» para el estereotipo tradicional de la madre, esposa y ama de casa– y la joven «liberada» –como el modelo de femineidad más rupturista–. Entre estos imaginarios, ampliamente difundidos por los medios de comunicación masivos, oscilaron las mujeres de la época. Entre las nuevas libertades ganadas y las obligaciones tradicionales profundizadas, la revista porteña Primera Plana resumía muy bien esta encrucijada afirmando que «la mujer moderna no se ruboriza pero sigue respetando al hombre».

La tensión constante entre lo nuevo y lo viejo se expresaba también en la prensa rosarina. Buen ejemplo de esto es la sección Aquí, la mujer que aparecía los domingos en el diario La Capital. Allí se publicaban consejos y se presentaban novedades de moda y peinados. Por ejemplo, en la edición del domingo 11 de mayo de 1969, la sección da recomendaciones para las novias prontas a casarse. Se indica la necesidad de conservar la «naturalidad» de la novia a la hora de elegir el maquillaje para la boda, «que parezca ella misma». Por otro lado, se admite la posibilidad de que la vestimenta seleccionada consista en «un vestido muy corto, botas blancas largas y tapado de noche hasta el piso…». En otra ocasión, Aquí, la mujer se ocupa de quienes desean aprender a conducir un automóvil. «Mujeres al volante», si bien reconoce que «hay grandes expertas en la materia», se dirige a las novatas con indicaciones ilustradas para dominar las maniobras de estacionamiento.

Lady boom | Revista Boom

Por su parte, Lady boom, suplemento para la mujer de Boom, era un poco más audaz en sus propuestas. Se ocupaba, por ejemplo, de «las relaciones peligrosas», tal como titulaba un informe especial sobre las relaciones prematrimoniales. La propia Boom convertía en nota central de su n° 18 a «La mujer de los años 70», allí delineaba «El prototipo para la próxima década: suave, femenina con la dosis necesaria de sex-appeal».

El «deber ser» femenino se modificó, efectivamente, de forma irreversible. Aunque con límites, es innegable que las jóvenes de los ‘60 vivieron experiencias inéditas para la generación de sus madres.

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¿Quién es, entonces, nuestra «chica del palo»? Tal vez, una estudiante universitaria que había concurrido con compañeras y compañeros del movimiento estudiantil a protestar por la avanzada dictatorial sobre la autonomía universitaria que venía cobrándose muchas jóvenes vidas. Tal vez, una trabajadora que se sumó al dolor, la furia y la solidaridad que invadió el centro de la ciudad al conocerse la muerte de Bello y de Blanco.

¿Qué habrá sido de nuestra chica? ¿Habrá cambiado, tras las duras jornadas de mayo, la minifalda por jeans y zapatillas –como me contó una militante de esos años–, para poder escapar más ágilmente de la policía? Como «mujer de los años ’70», ¿podemos reconocerla como «moderna» o «liberada»?

Más allá de lo que dictaban los mandatos sociales, nuestra chica salió a la calle junto a otras y otros, reaccionó frente las injusticias y resistió a la dictadura vigente. Ese gesto de sublevación, capturado por la cámara, condensa una época de rebeldía y desafío a todo lo instituido. Vaya en ella nuestro recuerdo a todas las que participaron en los Rosariazos.


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