Poesía | Un día en el limbo es suficiente para morir de hambre - Por Rosario Moreno Geselj | Ilustración: Buscatus

I

La ruta tiene su costado manso,
ahí, arremangado, donde yo
no me siento. Sigo caminando
con las manos, pero en círculos.

El olor a osamenta del viento
me dice: no te distraigas.
Hay algo en la otra orilla,
y huele justo igual a esto.
Por favor, no te distraigas.

Las almas escuchan, saben,
castigan desde el bajo cielo,
el alto cielo, el altísimo suelo
que se hace aire perfumoso
con el formol que besé sobre tu frente
ahí, desperdigado por la sala de espera.

Finalmente sucedió, me distraje.
Un atado de remolinos pasó sobre mi frente
y no me di cuenta. De repente
estaba otra vez pensando
en lo que pasa después de la muerte.

Por eso en el costado manso
que tiene la ruta, me detengo
ante una casilla roja como el ojo
que se cansa ya de hurgar en la basura
y veo los regalos que alguien dejó:

un cigarrillo y el suelo.
El descanso en el suelo, el altísimo suelo,
el olor a osamenta, mis huesos
clavados en el sueño de la otra orilla.

II

Me senté a unos pocos metros
de tu rodilla seca. Lejos de la carne,
no podía tragarla. Lejos del vino,
no saciaba mi sed.

Sólo tu cuerpo, las partes de tu cuerpo,
los banderines, las botellas exprimidas,
luz de luna bañando a los huérfanos
y a los presos que ansían.

Todo muere con el fuego, todo.
Ni las palabras quedan, ni el recuerdo
de un sueño borroso, una fotografía,
nada. El fuego crea su propia vida,
y ahí estaba yo

sentada, presa del nido santísimo
que protege a los que no están,
con un Virgilio al costado del brazo,
con un Virgilio al costado del sueño,

con todos los nombres del cementerio,
al otro día, advirtiéndome:
nada salva a nadie de la muerte
excepto el anonimato.

III

Por qué te vas al lugar
donde los ciervos sin ojos todavía saben
de qué lado acecha
la amenaza que se acerca a sus pies,
donde el vuelo se convierte
en una manera de cortar la neblina
y las espinas que llueven hacia delante.

Si el humo nunca fue tibio
ni señal de auxilio o alarma
que se detona con el grito de un pie
quemado por la indecisión.

Por qué te vas con esa expresión
de soldado que vuelve sin guerra
al hogar húmedo y terroso,
a la frente abierta de un hachazo
que es el mediodía
cuando todos duermen.

IV

Cubro la rotura con la espalda soleada,
rancia como una viuda
que muere con la alianza puesta,
con una mano que arde
de tanto tapar las balas
que todavía palpitan en la carne
de la ventana que da a la vida.

Pienso: la culpa es una esquina
conquistada por la espera de mí misma.
Un racimo de plumas.
Una ola débil surcando el centro del golpe.

V

Pluma ardida, grito sudado
noche blanda que cae sobre el cráneo
del suicida que le arranca los minutos a la voz,

llevame en tu superficie como animal herido:
con pacífica urgencia, sin preguntas
ni llamados a la policía
ni culpas ni augurios ni esperanza.

Escudo viejo del auxilio, amparo de mudos,
casa sin techo ni paredes,
¿no ves que te espero cada noche
embriagada de rencores y del miedo
de no poder volver a hablar?

Ilustración: Buscatus


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