En una noche de invierno que transpira – preludio de tormenta – nuestra cronista se mezcló entre el público de una obra que explora los contratos sociales que estructuran la cotidianidad. Fue acompañada, dice cada vez que puede mientras habla con Lemebel en medio de la función. Cuenta de amores, desencuentros y esperanza. También de supuestos que no lo son. El humor – salida de emergencia – aparece como el gran sostén del relato, mientras sobrevuela una verdad irrefutable: «cómo cuesta encontrar el amor».
«Quiéreme»
Hacía mucho que no iba al teatro. Nunca habíamos ido los tres. Debo confesar que la espera (hasta las 22) se me hizo larga después de una semana acelerada y sacudida por las emociones y los cambios. En fin, partimos hacia La Morada envueltos en ese entusiasmo que despierta el viento veraniego en pleno agosto que, además, presagiaba la inminente tormenta de Santa Rosa.
Retiramos las entradas y esperamos, sentados cómodamente en un sillón, que las puertas se abrieran al público. Primero hice una revisión panorámica de la sala, de la decoración, de ese patio que humeaba tabaco, y luego, de los pacientes espectadores: algunos tan jóvenes y desfachatados, otros íntimos y tímidos, otros compinches. Y nosotros. Los tres.
22.15 entramos al salón donde se desplegaría la escena teatral. La escenografía se extendía en dos planos: a la izquierda, un baño de piso damero; a la derecha, un sillón y un teléfono retro; arriba, un colchón que oficiaba de cama matrimonial. Una joven (Inés) cantaba sobre el inodoro con un pedazo de torta en la mano; una pareja de hombres (Augusto y Tobías) desplegaban una coreografía de movimientos sexuales. En ese momento caí en la cuenta que de las tres obras a las que habíamos asistido juntos, dos tenían temática gay. Al principio, confieso, sentí una cierta incomodidad por él, por su condición de espectador novato o, tal vez, por mí, por el público en general. ¿Qué era lo que se estaba representando? Nada más y nada menos que una posibilidad de relación (amorosa, sexual) entre el abanico de múltiples elecciones, decisiones y gustos. ¿Era yo solamente la que en los primeros minutos estuvo presa de la lógica heterosexual que nos mantuvo atados hasta hace un tiempo reciente?
La trama es la historia de un grupo de amigos: Inés, la dueña de la casa, decide hacer una fiesta junto con Gino para que su amigo Augusto se reencuentre con Marco, pero aquel había decidido pasar la noche con Tobías, a quien había conocido en un grupo de chat. Una comedia de enredos rioplatense se despliega a lo largo de la obra en donde se descubren en ciertos parlamentos los problemas, las tensiones, las angustias, la esperanza (o la desesperanza) propios de la ciudad posmoderna. Casi todas las actuaciones mantienen el mismo registro (entre vodevil y comedia), pero el personaje de Gino, que parece haberse escapado de las primeras películas de Almodóvar, atrajo mi atención: una voz y una presencia teatral que no podía dejar de mencionar.
Los discursos cómicos (y toda su retórica) son los que sostienen la obra, sin embargo, la risa por momentos se desplaza de la escena para dar paso a la más cruda verdad: queremos que alguien guste de nosotros. El anhelo de ser amados, de ser deseados y de ser queridos es el hilo que enlaza (y hermana) a todos los personajes. Ya lo dijo mejor Lemebel, «¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?/ Y no hablo de meterlo y sacarlo/ Y sacarlo y meterlo solamente/ Hablo de ternura compañero/Usted no sabe/Cómo cuesta encontrar el amor».
Contacto
Ficha técnica:
Dirección: Gustavo Di Pinto
Dramaturgia: Leandro Barticevic y Gonzalo Ortiz
Actúan: Aimé Fehleisen, Hernán Olazagoitía, Damián Sanabria, Fernando Porcel, Cristhian Ledesma y Santiago D’Agostino