Cómo habita el cuerpo la ciudad, de qué modo se entrelazan normas y convenciones sobre la piel, cuantas energías se movilizan con mujeres que se ponen en tetas, las muestran, asumen, se liberan y desprenden. Las sensibilidades urbanas se desplazan unas sobre otras, pasó algo. Cuerpos pintados, manchados, desnudos, ensuciados, monstruosos, caminan la peatonal. Las miradas se inquietan, dicen, afirman, se vuelven a someter a sí mismas. Los cuerpos intervienen, van en busca de los otros cuerpos. Algo pasó entre todxs.
En horda Lula, te imaginás, me escribe Ignacio mientras yo adivino, del otro lado, una sonrisa desmedida que apura los dedos para seguir recreando la imagen. Los preparativos para una intervención en el marco del tetazo empiezan a delinearse. Las discusiones, los encuentros y desencuentros de perspectivas, el enredo de ideas y la conjugación de lenguajes se suceden al ritmo de la piel erizada, que no entiende tanto de temperatura sino más bien de intensidades. En un rato salgo para allá, le escribo, ya en la recta final. No se hace la intervención, es la respuesta que recibo del otro lado. Más que un desánimo por la actividad pinchada se constituye como una imagen sintomática de cómo opera el disciplinamiento patriarcal de los cuerpos: la mayoría de quienes deciden finalmente no participar son mujeres. ‘¿Qué te parece que hagamos?’, escucho del otro lado del teléfono en un suspenso que se nos presenta indescifrable.
Hay algo en las intervenciones del orden de lo prefigurativo. La dramatización performática como oportunidad de disputa política presenta un campo para la experimentación. Frente a lo planificado, se juega una instantaneidad de la carne. En eso de andar pensando e imaginando qué otros posibles pueden existir, se arriesga allí un ensayo de nuevos sentidos. Vamos igual, escucho al rato, se suman otrxs tres amigxs. En el medio no había tenido tiempo para contestar pero estamos, una vez más, en la misma sintonía.
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La búsqueda por diseñar estrategias que logren torcer la correlación de fuerzas existentes no quita por decreto la incomodidad aprendida. La decisión estaba tomada pero ¿qué es andar en tetas por la calle? ¿cómo se lleva esa piel que para algunas se nos aparece mutilada de nuestro propio cuerpo? Algo era claro, una teta sorora es una teta contenta y sin tapujos. Pensaba que seguramente en el monumento, entre tanta teta hermana, las mías no tendrían problemas en andar siguiendo la cadencia propuesta por el propio andar. Pero hasta llegar al monumento ¿voy tapada? ¿o desde mi casa directo así, pelando piel? ¿el tetazo es sólo un momento que comienza a las 17hs? ¿o es que en realidad tendría que estar todo el día en tetas?
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Los preparativos son fugaces. Aglutinadxs por un ritual de brujería púrpura, estamos listxs. Desde Mitre y Catamarca hasta Córdoba percibimos los primeros efectos que, lejos de amedrentarnos, nos infunden de ese coraje que Lohana Berkins dice que tienen que tener las mariposas en un mundo de gusanos capitalistas. Qué payasas, desliza una mujer cincuentona por lo bajo. La escuchamos y agradecemos. Ser payasx está muy bien, agrega unx de nosotrxs como conclusión. Qué desastre, nos lanza una treintañera desde la bicicleta. No nos dio tiempo pero a ella también teníamos algo para responderle. Quizá también hubiese sido un agradecimiento. El desastre surge como producto de un desacomodo de la norma. Y no es, justamente, a una norma que estamos intentando ceñirnos. Seguimos. Hola, se dirige un pibe caminando en dirección contraria. Nadie te quiere saludar machirulo, esto no es para vos, es nuestro embate. ¡Vamos las pibas! Se escucha una voz de varón desde un auto. Bueno, alguien que no nos bardea, suspiramos.
Intersección de Córdoba y Mitre. La marea humana se hace cada vez más espesa y ahora tenemos a disposición, para nuestro despliegue, todo el ancho de la peatonal. Avanzamos unx al lado del otrx, con firmeza pero sin avasallar. No nos pensamos abstraidxs del contexto sino ancladxs. Las miradas ceden para abajo cuando se encuentran con las nuestras y casi como en una coreografía improvisada, las cabezas se mueven de un lado a otro reprobando lo que a través del rabillo del ojo alcanzan a ver. Porque tampoco se animan a mirar mucho, para qué hacerse cargo hoy de lo que todos los días se niega. Algo nos choca de lleno y nos deja el habla suspendida hasta casi llegar al Monumento. Una imagen como resumen de época: una madre le tapa los ojos a su niño, lo que viene de frente no puede ser visto. El padre, abstraído de lo que a su costado sucede, mira lo mismo que su hijo no puede ver y sonríe con una mirada que augura la masturbación que perpetrará en breve.
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Días antes del tetazo, escuché cómo se deslizaba a manera de comentario, en el medio de una conversación, que a decir verdad están pasando cosas más relevantes en el mismo momento en que se debate sobre la teta. Bueno, puede ser que haya algo más serio, pensé en decir casi de manera impulsiva frente a esa provocación. Me detuve. Pensé de nuevo ¿hay cosas más importantes? O mejor dicho ¿cabe la posibilidad de que todo eso ‘otro’ que pasa pueda pensarse de manera aislada y jerárquica, dejando que ese supuesto orden de importancia eche por tierra la discusión sobre la teta? ¿es posible decir que no es relevante ese debate cuando pareciera desatarse una guerra civil por la visibilidad pública de una teta que no está siendo mercantilizada para promocionar un producto, que no está formando parte de una escena de una película porno ni tampoco amamantando? La productividad que se nos expropia, por extensión, nunca tiene que ver con nuestro disfrute. Cuando ese deseo se pretende propio, cuando el goce es asumido por la mujer de manera autónoma, molesta. Y si el disfrute se asume en público, las normas de la moral y las buenas costumbres se encargan de darle su merecido.
Entonces sí, hablemos de la teta. Porque hablar de la teta no es sólo ponernos a discutir qué pasa con esa teta que tiene ganas de buena vida y poca vergüenza como dijo Susy Shock que decía su abuela Rosa. Hablar de la teta es comprender cómo el cuerpo se constituye como un campo de disputa sobre el que se expresa un encadenamiento de violencias y se enhebran un cúmulo de reivindicaciones imposibles de soslayar. Hablar de la teta es también hablar de la desigualdad salarial, de la precarización sistemática de nuestras vidas, del acoso, de la justicia patriarcal, de la criminalización del aborto seguro, libre y gratuito y de las múltiples violencias que se solapan con la identidad de género y orientación sexual como son las cuestiones de raza y clase.
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Córdoba y Buenos Aires. Cruzamos en dirección recta hacia la puerta de la Catedral. Doblamos en ángulo de noventa grados para dirigirnos hasta el Pasaje Juramento. Miramos a nuestra derecha y casi como abejas que operan en manada para el ataque ante una amenaza, vemos salir del costado de la Catedral, en sucesión interminable, decenas de policías. Está presente hasta la Gendarmería. La elocuencia de la imagen produce por sí misma. El operativo de seguridad acurrucado por el poder eclesiástico. Hay en la teta una monstruosidad que incomoda hasta lo indecible y la respuesta estatal pareciera no invertir en imaginación. La solución inmediata y efectista termina siendo siempre la misma. La teta es, entonces, el terror frente al que hay que estar precavidos. Cercada, puede mostrarse pero dentro de los límites del orden. La estigmatización de la teta y la consecuente necesidad de tenerla a raya tuvo, como sucedió en el Encuentro Nacional de Mujeres del año pasado, una operación previa que pretendió instalarla como elemento peligroso a prevenir. “Rosario se previene del tetazo” podía leerse en los días precedentes.
Caminando al resguardo de las estatuas de Lola Mora puede sentirse ya el fervor feminista del monumento. Pero todavía falta atravesar el camino que nos llevará hasta el propileo. Una mujer de más de sesenta años me clava la mirada como buscando la mía. Lo logra. La miro incólumne en señal de que no me dejaría atravesar por lo que tenía para decirme. Las facciones se le ablandan y las arrugas comienzan a curvarse. ¡Qué hermosa estás! Me grita. Un poco desestabilizada y fracasando en mi cometido, me devuelvo para agradecerle, entregándole una de las sonrisas más grandes que me salieron en toda la tarde. Muchas mujeres más estaban para ese entonces en el monumento encendiendo un fueguito que pronto sería una llamarada imposible de apagar.
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¿A qué hora es el tetazo el martes? Me preguntó mi mamá durante el fin de semana. Le respondí sacándole la duda y esperando el favor que pensé iba a pedirme. Uh, no me digas, no sé si voy a llegar por el laburo, fue su devolución. Hace algunos meses, en ocasión de otra movilización, me dijeron que nosotrxs, lxs de nuestra generación, éramos a quienes, en el campo de lucha, nos correspondía poner el cuerpo y recibir los golpes de cualquier embestida. Mi mamá, al igual que muchas otras mujeres que fueron al tetazo, tiene 60 años. En el modo de vibrar de los cuerpos dentro del feminismo se muestra un desacomodamiento de los repertorios y roles tradicionales de las movilizaciones. El temblor de la tierra empieza por ahí, por esos cuerpos que se agitan y conmueven por no querer asumirse de maneras preestablecidas.
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Entramos. El Monumento es una marea feminista. Hay de todo, claro, y están también quienes por la propia fuerza de la disidencia colectiva son echados. De nuevo, todo esto no es para los observadores que pretenden hacer del tetazo un producto sexualizado para su placer orgásmico, todo esto es por y para nosotras. En la multiplicidad de organizaciones y personas que acuden por su cuenta, aliadxs de la despatriarcalización y decolonización de los cuerpos, nos fundimos todxs en una misma oleada que pretende hacer del espacio público un territorio de lo vivible. La dinámica que tiene la confluencia de energías se pone en jaque a sí misma explicitando otras maneras de organizar el deseo. Pienso que asumirse desde la experiencia propia como nervio propulsor no implica concebirnos como cuerpos individualizados y despolitizados. Una chica se nos acerca irradiando un entusiasmo que enseguida se transforma en complicidad mutua. Quiero sacarme una foto con ustedes, nos dice. Miramos a la cámara mientras ella se acomoda en el medio. Me pongo acá así también muestro las tetas, agrega y se levanta la remera. Otra piba nos saca la foto. ¡Gracias! Dicen casi al unísono y se alejan mientras la primera vuelve a bajarse la remera para sentarse ambas en el lugar donde estaban.
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Cuando la lógica de representaciones y percepciones del mundo se pulveriza al punto de buscar su desintegración, la energía vital debe ponerse en la producción de otra sensibilidad. Suely Rolnik habla del cuerpo vibrátil para referirse a esa otra disposición de nuestra subjetividad con el entorno. Lxs otrxs se nos aparecen, entonces, como un territorio de fuerzas vivas cuya afección nos atraviesa pasando a formar parte de nuestra propia estructura sensible. Esx otrx se constituye como una experiencia real en nuestro cuerpo generando pequeñas implosiones que obligan a repensarnos constantemente.
Existe en el feminismo una fuerza productora de una tracción desmedida que hasta surge como desborde de sí mismo. Ahí es donde podría anclarse la pregunta por cuál es su horizonte político. Sin embargo, no hay horizonte posible sin una politización creativa. El feminismo, que se expande con una lógica rizomática, entiende de aquello más que ningún otro movimiento político hoy: la profusión de formas de lo posible como motor. ¿Por qué, entonces, intentar una operación que busque su captura? Si el feminismo abre, se filtra por debajo para remover capas solidificadas y complicidades mezquinas, ¿qué productividad puede encontrarse en querer inscribirlo en una totalidad que se lo apropie? Ahí mismo es donde reside una de sus mayores potencialidades: en todo acto de creación está la probabilidad de lo imprevisible, lo inesperado. Así, todo parece indicar que la liberación de potencia creativa que logre construir considerando experiencias anteriores, pero, desde su propia singularidad, está siendo, contra muchos pronósticos, abiertamente feminista.