Cuentos | Fábula de la velocidad - Por Antonin Katari | Ilustración: Marco Caprile

Texto e ilustraciones publicados en nuestra sexta revista

—¿qué pasa que nadie fue tan culo de alcanzarme las témperas? ¿no saben nada de la luz, el color y las acuarelas? ¿cómo quieren que pinte todo el campo de batalla?

—no entienden nada —le dice y dice el poeta— no te aflijas, que no entienden tus trazos

—pero no hay combate, má’ qué guerra, mirá cómo se persiguen unos a otros, parece que se estuvieran cazando— dice el músico, tan analista

—callate vos y tocate algo así me inspiro— le ordena el pintor

—ay, estos artistas, ay, qué sería…— alaba el poeta

un chofer de línea, movilero o permutador apila palos de escoba silbando un bolero y cons­truye la choza que aprendió en una revista

nadie tan apenado nadie sin pastillas juegan a venderse objetos invisibles: los avioncitos pasan por arriba y no hay límites de calles de barrios de ciudades

—aire, aire, ganador sobre la tierra, este suelo árido, lleno de cosas— grita enfático el poeta, y el músico echa un rasguido que cierra la frase

—el conflicto va donde vos vas— le dice el general entusiasmado con sus libélulas robóticas al prisionero, al que suelta para que corra y se meta en una casa y entonces sí va detrás con sus insectos sin comando y puede matarlo

—¿cómo pinto eso, si ni lo veo?— se agarra la cabeza el pintor

—¡qué problema el del artista!— recita el poeta

—¿qué tiene para ofrecer el panadero?

—unos escones, por ahora, baratitos los escones, por ahora

Ilustración: Marco Caprile

una escuadra de almaceneros repasa sus objetivos agarrados de los hombros en la esquina: juntan ramas y tablas, y prenden un fuego que lo bailan y lo giran

vienen corriendo hojas en llamas desde la fogata que hicieron los del correo, una cuadra más allá, ligeras, de un fuego al otro, se tiran de cabeza las hojas

los albañiles ofrecen unos ladrillos que sobraron, dos en promoción, una pila de oferta

hay tractores desarmados, carcazas de sembradoras, fierros incomprensibles abandonados en todas las cuadras

una multitud de un lado y una multitud del otro corre de esquina a esquina en una cuadra, se pasan por al lado y ni se miran, llegan, dan la vuelta y vuelven a salir

—parece que tiemblan, no sé si de frío— dice el pintor, problemático —no sé qué pinto

son casi todos comerciantes, algunos contadores y unos cuantos empleados administrativos de las fábricas que cerraron

en el centro tumbaron los postes de luz para bloquear las calles, tiraban piedras a nadie, des­pués empezaron a tomar mates para pasar el rato y terminó siendo el lugar de la tarde para las señoras

tres secretarios del juzgado corren perseguidos por carniceros que los amenazan con tiras

de chorizo: no se consigue más buena carne y algunos ya empezaron a comerse los caballos

de la Bolsa de Comercio viene una música y es porque está la gran feria de intercambio donde se tiran papeles viejos o se los regalan a los pobres que piden monedas

un ingeniero explica en ronda cómo hacer una casa sólida con cajones de frutas y los verdule­ros lo denuncian por temor a los saqueos

todavía hay barquitos en el parque para andar por el lago, pero ahora tienen escopetas y el juego consiste en simular un enfrentamiento por equipos

la policía, ya sin formalismos, se dedica a robar sin tapujos y rodean manzanas para saquear las casas asignadas por sorteo de la lotería provincial

los jueces siguen firmando sentencias que no leen pero que siempre tienen una pena bien dura aleccionadora

detrás de unos cortinados, por unos cuantos pesos, uno puede descargar su bronca torturando a un acusado de ladrón mientras escucha cómo un escribano va repasando los códigos violados: después sale y camina más tranquilo soñando el éxito como si no conociera el fracaso

—¿qué ofrece ahora el panadero?

—todavía los escones, por el momento

el pintor ahora no consigue pincel y le arranca mechones a los chicos que le pasan por al lado

—¿qué más quieren, si tengo agua nomás? —exclama el heladero ante un escrache de clientes disconformes— váyanse manga de desparpajados— chilla y empiezan a lloverle cascotes y soretes secos desde los árboles

un indigente encontró un huevo de codorniz y quiso montar una fábrica, levantó pedidos: huevo de gallina chiquita –ofrecía— ideal para el té, pero ningún pichoncito salió y los dam­nificados se organizaron y lo molieron a palos para cobrarse la deuda

—vino, como dicen— pide el almacenero que se hizo líder de opinión y formó un convoy que lo sigue y lo respeta y lo obedece, sobretodo cuando hay que intimidar a alguien para que lo dejen comer tranquilo en el restaurant al pie del puente que ofrece la comida que alcanzan a robar del pueblo vecino

—¡con estos colores no se puede cristalizar la pasión de un instante!— se queja el pintor

—no saben nada del goce, no lo experimentaron, qué saben del croma, del germa, de la sus­tancia sensible, qué saben, ni te gastes —llora el poeta— yo acá dejo mi palabra, que no vale mucho últimamente, pero que me estremece, ay, nos estremece, se me aflojan las patas…

El pintor, nervioso, va de un lado al otro, se para ante la obra, la mira, se rasca, y camina

—¡más respeto con el artista, degenerados!— grita el músico —¡quién va a retratar esta guerra que no parece guerra!

—compórtense y combatan que salimos al aire— hace docencia un productor y busca al comentarista de las acciones que se fue a hablar con una de las policías que esperan la indica­ción para meterse a reprimir

—no hay caso, no hay caso— repiten los abogados, que andan en calzoncillos y todos los días se reúnen y comen girasoles y toman ginebra sentados en el cordón: —me tiro del precipicio— dice uno jodón, y se deja caer contra el asfalto

van ser las diez y la estación de ómnibus todavía no se llenó, están todas las camas vacías y unos cinco desahuciados recién arrancan los ejercicios antes de acostarse

unas nenas se pasan yogurt por el cuerpo y cinco borrachos se masturban unos a otros a las carcajadas: uno era un antiguo juez de menores, otro fue maestro, los otros tres siempre borrachos

un ciego sin dientes tantea los picaportes y cuando siente el frío del metal lo chupa mugiendo de placer

todos los camiones tienen las gomas pinchadas y hace dos días se ahorcó con una cámara el último gomero

la basura se amontonó y los arquitectos piensan cómo adecuarla al paisaje urbano

como los asilos cerraron, los viejos andan todos vagando por las calles o tirados en cocheras abandonadas, alguno que otro, al pasar, les arroja algo de comida y con­trola si hay alguno muerto para man­dar a retirar el cadáver: los bomberos se comprometieron a manguerearlos al menos una vez al día en verano

casi todos tuvieron que mudarse a los galpones que llenaron de paja y los hicieron posibilidad inmobiliaria

se rumorea que en puerto norte ya hay algunos que tienen un artefacto que con sólo presionar un botón los desplaza de un lado a otro

los empleados bancarios cuentan anéc­dotas para caerle bien a los quinieleros, que son los únicos que tienen trabajo y decidieron tomar las armas para defenderse

un enano vestido de cura se ríe hasta cagarse porque a un hombre sin miembros unos pibes lo volvieron a dejar de espaldas en la calle y no logra darse vuelta, y entonces va y lo mea, y al hombre le crecen piernas y se para emocionado, camina dos pasos y las piernas se le disuelven, y el enano se revuelca de risa y agarra su mierda y la revolea para todos lados

Ilustración: Marco Caprile

—¿qué ofrece el panadero?

—los escones, nada más

el paseador de perros ahora anda en patineta y los perros lo siguen detrás

—más que nada es una cuestión de salud— opina el comisario médico

detrás de la línea amarilla están parados todos los que van a ser atropellados y esperan su turno

—a ese, con esa carucha, no lo pinto— comenta el pintor y le da un codazo cómplice al músico, que está intentando afinar inútilmente un arpa sin cuerdas: no pasa nada, che— bufa y bufa musical

el pintor mira y se agarra ostentoso la pera, mira y sacude unos trazos sobre un cartón blanco: —si lo ves al panadero, llamalo— le dice al poeta que se quedó dormido y ninguno se dio cuenta

—pintar me da un hambre bárbaro.


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