Ensayos | Literatura y Feminismo - Por Selva Almada | Ilustra: Leo Petrovelli

En los últimos tiempos me invitaron muchísimas veces a mesas, paneles, charlas sobre literatura y feminismo. Antes me invitaban a mesas sobre violencia de género y literatura (y antes sobre las provincias y la literatura). En los últimos tiempos decliné todas esas invitaciones. A veces inventando excusas, a veces diciendo la verdad: ¿por qué no hablar de literatura a secas? Incluso unas semanas antes de la feria del libro de BA varias escritoras que además de escritoras somos feministas nos quejamos en las redes de lo mismo: lo más importante de la literatura argentina de la última década lo escribimos las mujeres, entonces ¿por qué parece que no estuviéramos habilitadas para hablar de literatura lisa y llanamente? ¿Por qué nos ponen a hablar sólo entre nosotras, en mesas conformadas únicamente por mujeres, casi como esos lugares, tiendas, chozas, que tenían algunas tribus para meter allí a todas las menstruantes juntas? ¿Por qué parece tan difícil pensarnos en una charla mezcladas con varones? La llamada discriminación positiva ¿no es al fin y al cabo discriminación igual? El famoso cupo femenino ¿no es acaso una manera políticamente correcta y un gesto vacío que dice «les damos lugar, les damos voz»? ¿Por qué a los espacios de la literatura con mayúsculas, la que no necesita etiqueta, ni nicho de mercado porque parece estar escrita para pasar directo al panteón de la historia universal (o al menos nacional) de la literatura los siguen ocupando escritores varones, incluso varones que en los corrillos literarios todos, todas y todes sabemos que son abusadores y violentos?

Así que estuve bastante peleada con el título Feminismo y literatura unos cuantos meses. No es que ahora me haya reconciliado plenamente, a las preguntas anteriores me las sigo haciendo y me las seguiré haciendo por mucho tiempo. Pero también me calmé un poco y me puse a pensar qué sería una literatura feminista o de qué hablamos (de qué queremos hablar) cuando decimos literatura y feminismo.

Yo llegué al feminismo hace poco, si tengo en cuenta el recorrido y la trayectoria de muchas otras escritoras argentinas de mi generación. Sin embargo leo desde que aprendí a leer, a los seis años como la mayoría; y escribo desde los veinte. La mayor parte de los libros que leí y con los que me formé los escribieron escritores varones. Probablemente si cada unx de ustedes le da un pantallazo a su biblioteca de formación, le ocurra lo mismo: encontrará más autores hombres que mujeres. Hace poco hubo una convocatoria a vaciar nuestras bibliotecas de libros escritos por varones y dejar sólo los escritos por mujeres y tomar una foto: era impactante ver los estantes casi vacíos aunque quienes se engancharon con la propuesta eran mujeres y casi todas escritoras. Yo no lo hice por pereza (sacar todo y después volver a ordenar), pero no necesito hacerlo para saber que el resultado sería similar: estantes casi vacíos.

Hace poco me descubrí en una entrevista, cuando me preguntaron por libros o autores que me impulsaron a ser escritora, nombrando una constelación de varones: Onetti, Quiroga, Moyano, Juanele, Conti… y es que, si tengo que ser honesta cuando respondo, fueron esos escritores los que me dieron ganas de ser escritora. Pero no fueron ellos porque hayan sido mejores, más estimulantes, más interesantes que otras escritoras mujeres. Fueron ellos porque la mayor parte de mi vida lectora leí a escritores hombres, porque era lo que las bibliotecas, la escuela, la universidad, los suplementos literarios y las vidrieras de las librerías me ponían enfrente. Parecía que no había otra cosa. Entonces me resultaba tan natural que tampoco me tomaba el trabajo de averiguar si había otra cosa.

Ilustración: Leo Petrovelli

Había también un prejuicio que se hizo carne en mí hasta hace relativamente poco tiempo: las mujeres sólo escribían cosas de mujeres y para mujeres. Ahora me pregunto qué vendrían a ser esas cosas de mujeres y para qué mujeres estaba destinado. Supongo que pensaba en temas como la maternidad, el amor, la casa… que estaba segura de que los grandes temas, los temas universales, sólo podían ser encarados por los escritores hombres. Supongo que entonces yo pensaba que había temas mejores que otros, más importantes que otros. Que pensaba que tenía que haber tema, cosa que ahora me ocupo mucho en dejar en claro: no me interesan los temas en la literatura; no me interesa la escritura que piensa antes en el tema que en el universo de sus personajes y de su propia escritura.

Leyendo una nota sobre Sara Gallardo, ella contaba riéndose que a un amigo de su padre le había gustado una novela suya «porque parecía escrita por un hombre». Me di cuenta que secretamente esa había sido mi bandera desde que empecé a escribir: que no se note que soy mujer, que no se note. Y me sentí muy tonta. Me di cuenta de que había pasado muchos años de mi vida disputando los lugares que ocupaban los hombres: la narrativa argentina hasta hace poco era terreno masculino; que esos espacios que entre ellos disputaban a punta de pijazos, yo los disputaba a punta de cinturonga. Me di cuenta que ya no me interpelaban esos espacios, porque había sitios muchísimo más interesantes, pensados y construidos por las mujeres, las lesbianas, las travestis y las personas trans. Y sentí mucho alivio y además mucho entusiasmo pensando en todo lo que tenía por leer de ahora en más: todas esas mujeres que habían escrito antes que yo, que habían publicado y quizá hasta tenido alguna repercusión en su tiempo, como Sara Gallardo, por ejemplo, pero que después habían sido sepultadas por tiradas y tiradas y artículos y artículos de y sobre libros escritos por varones.

¿Y qué hay de las que escribieron antes aún? Cuando un porcentaje muy bajo de la población estaba alfabetizada y este era un privilegio mayoritariamente de hombres… Las que se animaron a escribir cuando las mujeres eran menos que cero, cuando no existía el feminismo, cuando ni siquiera era posible sospechar o soñar con la igualdad de género.

El 2 de julio de 1556 Isabel de Guevara, una mujer que vino a América con la expedición de Pedro de Mendoza le escribe una carta a la Princesa Juana de Austria, Gobernadora de los reinos de España, contándole los servicios y trabajos que prestaron las mujeres de la expedición y pidiendo que se le reconociera su derecho a la tierra, igual que a los hombres:

Muy alta y muy poderosa Señora: 

A esta Provincia del Río de la Plata, con el primer gobernador de ella Don Pedro de Mendoza, habemos venido ciertas mujeres entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo la una. Y como la armada llegase al Puerto de Buenos Aires con mil e quinientos hombres y les faltase el bastimento, fué tamaña la hambre, que a cabo de tres meses murieron los mil. Esta hambre fué tamaña, que ni la de Jerusalén se le puede igualar ni con otra ninguna se puede comparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, ansí en lavarles las ropas como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, a limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas y cuando algunas veces los indios les venían a dar guerra hasta acometer a poner fuego en los versos y a levantar los soldados, los que estaban para ello, dar alarma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados.

(…)

Pasada ésta tan peligrosa turbonada, determinaron subir el río arriba, así flacos como estaban y en entrada de invierno, en dos bergantines, los pocos que quedaron vivos. Y las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban la comida trayendo la leña a cuestas, de fuera del navío, y animándolos con palabras varoniles: que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos.

(…)

He querido escribir esto y traer a la memoria de V. A. para hacerle saber la ingratitud que conmigo se ha usado en esta tierra, porque al presente se repartió por la mayor parte, de lo que hay en ella, ansí de los antiguos como de los modernos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria, y me dejaron de fuera sin me dar indios ni ningún género de servicios, Mucho me quisiera hallar libre para me ir a presentar delante de Vuestra Alteza con los servicios que a S. M. he hecho y los agravios que agora se me hacen, mas no está en mi mano, porque estoy casada con un caballero de Sevilla que se llama Pedro de Esquivel. Suplico me sea dado mi repartimiento perpetuo y en gratificación de mis servicios mande que sea proveído mi marido de algún cargo conforme a la calidad de su persona pues él por sus servicios lo merece.

Isabel de Guevara, una feminista espontánea, quizá la primera del Río de La Plata, no le escribe al rey ni al gobernador; le escribe a la gobernadora, le escribe a otra mujer, formando un lazo sororo. Esta palabra, sororidad, que el feminismo ha traído de vuelta para reivindicar y nombrar la hermandad entre mujeres. Isabel de Guevara así como espontáneamente supo que podía reclamar lo que le correspondía pues había trabajado a la par de los hombres y no se le estaba dando lo mismo que a ellos; también espontáneamente supo que tendría mayor comprensión si le hablaba a otra mujer.

Un par de siglos después, también en el Río de La Plata, una joven de 18 años llamada María de los Santos Sánchez le escribe una carta al Virrey Sobremonte:

Excelentísimo Señor:

Ya llegado el caso de haber apurado todos los medios de dulzura que el amor y la moderación me han sugerido por el espacio de tres largos años para que mi madre, cuando no su aprobación, cuanto menos su consentimiento me concediese para la realización de mis honestos como justos deseos; pero todos han sido infructuosos, pues cada día está más inflexible.

Así, me es preciso defender mis derechos: o Vuestra Excelencia mándeme llamar a su presencia, pero sin ser acompañada de la de mi madre, para dar mi última resolución; o siendo esta la de casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen, me mandará Vuestra Excelencia depositar por un sujeto de carácter para que quede en más libertad y mi primo pueda dar todos los pasos competentes para el efecto. Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor.

(…)

Esta muchacha lograría su cometido, se casaría con su primo y pasaría a la historia como Mariquita Sánchez de Thompson. Esta mujer no fue simplemente la dueña de la casa donde se ejecutó por primera vez el himno nacional, si no una gran luchadora por los derechos de las mujeres. En su calidad de Inspectora de la Escuela Normal también le escribió encendidas cartas a Sarmiento pidiéndole presupuesto para las escuelas para mujeres: en una de estas cartas termina con una advertencia:

Usted es un injusto, no se contenta con la política y los muchachos y quiere pelearse con las mujeres ¡y no sabe usted qué malos enemigos son! No nos haga la guerra que podemos hacer mucho bien estando de acuerdo.

También en algunas cartas que le escribe a su hija y a sus amigas, Mariquita fantasea con un matriarcado (de hecho ella se siente una especie de madre de todos: de sus yernos y de sus nietos; a todos llama hijos y en las cartas que les escribe firma: su madre). En una carta a su hija Florencia le confía:

Si yo no escuchara sino mi corazón y mi gusto, mira lo que haría: Nos uniríamos en la casa grande tú y las Larrea, viviríamos como pudiéramos y nos consolaríamos todas juntas. Los árboles de tu casa, comisionaría a M. Picolet de componerme con ellos la huerta. Haríamos un buen gallinero y todo lo arreglaríamos muy bien… ¡si esto pudiera hacerse! Catalina sería la que correría con todo, le daríamos a ella la plata, ¡qué consuelo para todas! En esto pienso sin cesar.

Contemporánea de Mariquita, pero en EEUU y de una extracción social muy diferente, Sojourner Truth, una mujer negra, esclava, se pronunció en 1851 en un congreso de mujeres en Ohio con un discurso en el que no habla sólo de ser mujer si no de ser una mujer negra:

Los caballeros dicen que las mujeres necesitan ayuda para subir a las carretas y para pasar sobre los huecos en la calle y que deben tener el mejor puesto en todas partes. ¡Pero a mi nadie nunca me ha ayudado a subir a las carretas o a saltar charcos de lodo o me ha dado el mejor puesto! y ¿acaso no soy una mujer? ¡Mírenme! ¡Miren mis brazos! ¡He arado y sembrado, y trabajado en los establos y ningún hombre lo hizo nunca mejor que yo! Y ¿acaso no soy una mujer? Puedo trabajar y comer tanto como un hombre si es que consigo alimento y puedo aguantar el latigazo también! Y ¿acaso no soy una mujer? Parí trece hijos y vi como todos fueron vendidos como esclavos, cuando lloré junto a las penas de mi madre nadie, excepto Jesús Cristo, me escuchó y ¿acaso no soy una mujer?

Si nos ponemos a indagar un poco nos vamos a topar con montones de diarios, crónicas, epistolarios escritos por mujeres de todos los tiempos con una perspectiva feminista aunque ni ellas mismas lo supieran.

Esto me hace preguntarme también cuánta literatura hay por leer desde esta perspectiva. Vuelvo a Sara Gallardo y les recomiendo Enero, su primera novela, escrita a los 25 años, es decir hace más de cincuenta. Nefer, la hija del puestero de una estancia queda embarazada en una noche confusa: violación o despecho por no ser correspondida por el hombre que ama. Las razones de ese coito son ambiguas, pero lo que está claro es que Nefer no quiere parir al hijo de ese que la tomó una noche de fiesta y calor. La novela sigue el derrotero de la chica tratando de ponerle fin a ese embarazo no querido. Y es justo decir derrotero porque no lo va a lograr, porque será derrotada y terminará casándose obligada con ese que en un momento le dirá: «Y bueno, che, hay que perdonar, el vino es el vino… Y al final, al final, tan mal no lo habrás pasado, ¿eh? digo yo…».

La voz de Nefer es una voz deseperada y desesperanzada; una voz que pone de manifiesto una y otra vez las desigualdades de clase y de género. Una chica pobre si se embaraza debe parirlo, en cambio las ricas se revuelcan como quieren y se las arreglan, según la madre de Nefer. La virtud, la moral y las buenas costumbres toman cuerpo en los discursos de los dueños de la tierra, pero solo se hacen carne en el cuerpo de las hijas de los peones: ellas no pueden darse el lujo porque después no tendrán dinero para pagar el olvido. Una joven escritora, de clase patricia, escribiendo hace más de cincuenta años acerca de lo que seguimos debatiendo y estamos cada vez más cerca de conseguir: la posibilidad del aborto legal, seguro y gratuito.

Ilustración: Leo Petrovelli

Leer desde una perspectiva feminista parece sencillo. Ahora cuando se trata de escribir a mí la cosa ya no me resulta tan clara. Por supuesto hay un montón de estudios, ensayos, no ficción feminista. Pero ¿qué pasa cuando hablamos de la ficción? A mí como escritora y feminista ¿me interesa escribir historias en ese sentido?

Como dije al principio a mí no me interesan los temas en la literatura. Muchas veces vienen personas al taller y me dicen: quiero escribir un cuento sobre la justicia… o sobre la paternidad, o sobre la guerra. Tienen muy claro el tema pero no saben nada de los personajes ni del ambiente ni del tono que tendrá ese relato. Siempre les digo que les dejen los temas, descubrir el tema, el de qué se trata, a los críticos, los periodistas culturales y los docentes. Cuando escribimos no nos importan los temas. Cuando escribimos la mayoría de las veces escribimos al tanteo sin saber adónde vamos ni qué es lo que queremos decir. Si supiera qué decir ¿escribiría? Creo que no. Escribo como un descubrimiento, buscando una revelación que la mayoría de las veces no aparece.

Sin embargo cuando escribo no soy un ente vacío. Me siento a escribir con todo lo que me pasó en la vida y también con lo que no me pasó pero deseo, con lo que no me pasó pero me aterra. No puedo negar la mirada que tengo sobre el mundo y sobre las cosas cuando escribo, entonces seguramente mi mirada feminista se cuele en mis textos sin que yo ni siquiera lo advierta.Y creo que es justo que eso suceda. Pero no sé si me interesa escribir una ficción feminista ad hoc. Hace poco leí un posteo de fb de un escritor que decía que nunca hablaba públicamente de las cosas que pensaba, que para eso era escritor, que a lo que pensaba y en lo que creía lo escribía en sus libros. No puedo estar más en desacuerdo. A mí me importa hablar públicamente de todo lo que pienso y de lo que creo. Si para algo sirve ser escritora y tener audiencia es justamente para militar las causas que me importan. Pero no me interesa la literatura panfletaria, ni siquiera cuando el panfleto sea lo más precioso que abrazo en la vida: el feminismo.

[Texto presentado en la Cátedra Bailable. Venado Tuerto. 2018.]


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