La toma no arrancó el lunes después de la asamblea como podría presumirse al leer cualquier medio de comunicación rosarino. En la cabeza de lxs estudiantes, la toma había empezado hacía rato. Un grupo de secretarixs del centro de estudiantes del Supe se juntó el domingo a la noche a armar, entre pizzas y birras, un padrón con la gente que iría al día siguiente a la asamblea. Su fin era tener un número estimado y, para no emocionarse, pusieron como condición ser un poco pesimistas:
—Caro, de Segundo C turno tarde, dice que lleva a diez, pero por las dudas pongamos ocho, no vaya a ser…
Con reparos y todo, la lista de asistentes no paraba de crecer y cuando llegaban al número redondo los pibes y pibas entonaban un par de estrofas de la marcha peronista, que oficiaba de himno militante, a pesar de no todos profesar esa ideología. Se fueron a dormir con una linda cifra: ciento cincuenta. Un poco más del diez por ciento del estudiantado.
El lunes a la mañana sacaron convocatoria en los medios, le dieron la última manija a la difusión, que les había ocupado todo el fin de semana y se dispusieron a armar los bolsos. La asamblea estaba convocada para las cuatro y media pero ya desde las tres se veían grupos de chicos poblando el patio del Supe. La reunión duró poco, alguno de los chicos mocionó la toma, alguno pidió la palabra para oponerse, la votación arrojó dos votos negativos y una abstención. La vicepresidenta cruzó miradas con una de sus secretarias: habían tomado el Supe.
Estaban por empezar a seguir haciendo historia.
Paso uno: hablar con los directivos; negociaron algunas clases, pero les dejaron en claro que a partir de ese momento los pasillos, el patio, las aulas, los baños, las paredes y los techos iban a teñirse de azul y rojo, los colores del CESup (Centro de Estudiantes Superior de Comercio), los colores de la educación pública.
Paso dos: pintar la bandera. A las apuradas para no desperdiciar tiempo de visibilización, pero con trazo seguro, escribieron «Escuela tomada» y la colgaron en la reja del frente.
Publicaron en las redes, armaron cadenas en WhatsApp para invitar a otros estudiantes, pusieron música, colgaron una historia en Instagram. Los poquitos que no previeron la toma volvieron a sus casas a buscar una bolsa de dormir y convencer a sus viejos, quienes representaron un obstáculo para la masividad que el Centro estaba buscando. Óbstaculo sorteado por las ochenta personas que se anotaron para quedarse a dormir, y las otras treinta que nunca lo hicieron, pero se quedaron igual.
A las seis el patio volvió a ser protagonista ya que se acercó una exprofesora a dar una clase pública sobre la Universidad, les habló de los comienzos de la universidad pública, del modelo neoliberal, de cómo es eso de pensar al país como si fuera una empresa y las necesidades de los pueblos, un gasto permanente.
A la noche empezaron los torneos: truco, fútbol tenis, cinco remates. Las pibas empezaron a hacer un guiso, notaron eso de que eran todas pibas y llamaron a algunos varones. Proyectaron películas, pusieron música. Los menos, durmieron.
A las seis de la mañana la directora abrió la puerta. Primer (¿y último?) gran error, quedamos pocos y pocas, agitaron, pero se volvieron. Les levantaron la toma de prepo, pero no se iban a quedar ahí; convocaron a una nueva asamblea para el día siguiente, y se definió, con más gente y más ganas, volver a tomar la escuela. Esa noche fueron miles, hicieron ruido para que se les escuche hasta en la Casa Rosada, fueron estudiantes de otras escuelas que no dependían de la UNR y, junto con el Poli, las secundarias fueron ejemplo de unidad.
Durante toda la toma se respiró conciencia, lxs pibes sabían (y siguen sabiendo) por qué estaban ahí, sabían que no podían dejar a lxs docentes solos en su reclamo, pero también sabían que no era solamente el salario digno, si no que el trasfondo de la discusión era: ¿educación pública sí o no? Y sabían que sí, sabían que la educación debe ser laica, inclusiva y gratuita.
Y con todas estas consignas en la mochila, fueron después del tercer día a bañarse a sus casas, a saludar a sus viejos y volvieron a la escuela y, otra vez, se sintieron miles. La última noche, la más dura quizás, durmieron casi todos. Pero, en las charlas de esos grupos que se quedaron mateando, o de esas duplas encargadas de la seguridad, se sentía la inquietud: ¿y ahora?
El viernes se enteraron de que la mayoría de los gremios docentes del país aceptaron ese veinticinco por ciento que no alcanza, pero es un poquito más que antes. En la asamblea que dio cierre a la toma, definieron una reunión para la semana siguiente, porque sabían (y siguen sabiendo) que la lucha continúa.