Que las milicias ordenadas por los evangelistas no conmuevan más personas. Que sean rotas por la voz irónica de Carmen recreada por Na Ozetti. Que quienes gritan en las esperas del metro que ahora viene o coiso a matar bichas -o sea, a castigar gays y disidentes de todo tipo-, sean conmovidos por el recuerdo del carnaval, el cuerpo gozoso, el roce y la lentejuela. Que la poesía de Clarice irrumpa sobre esas letanías mediáticas que fueron conformando una serie de adjetivos contra Lula y los petistas: ladrao, bandido, corrupto. O que las imágenes de Glauber y su llanto único y sus desesperación y su grito en Cannes vuelvan, pero con él los cangaceiros, los bandidos en serio, para atravesar el territorio. Que el Brasil del trance sea el de una alegría popular irredenta y no la del crimen en masa que el resentimiento tolera y ampara. Que la mitología sea la de los campesinos alzados del Conselheiro, con sus iglesias rotas y sus piernas cansadas y esa vida comunal inventada en Canudos y la guerra insomne contra ejército y terratenientes. Que no sea, esa mitología, la de un cristianismo de las disciplinas y las persecuciones. Que vuelvan esos camponeses con los de las ligas agrarias de un Juliao y con las largas marchas y asentamientos del movimiento sin tierra, que vuelvan para salvar a Brasil de su propio suicidio. Que las voces negras de una iglesia de Bahía hagan temblar el mundo y que Imanja salga de los mares para recordarle, a cada uno, que creer exige libertades y no obediencia ciega. Y que por ese mar llegaron las y los esclavos, traficados desde el África, y que al menos por la memoria de esos antepasados no se pueden votar estas cadenas. Que el Brasil insurja nuevamente. Que lo haga con los tonos travestis del carnaval y con la fuerza obrera de sus sindicatos, con los acordes del tropicalismo y la poesía de Chico. Que pueda oponer la fuerza de su cultura popular múltiple y plurilingüe ante el horror del fascismo. Que encuentre en ese portugués refundado en las bocas de las esclavas africanas la potencia de una emancipación imprescindible. Que no quiera contestar a la violencia social asesina con nuevos umbrales de violencia, ahora legitimadas y amparadas por el Estado. Que no encubra en argumentos antipolíticos la más cruenta destrucción de la vida en común. Que recuerde la sonrisa de Marielle y las palabras del Lula encarcelado, que sepa que con ellas se tejió lo popular y por eso fueron castigados. Que no responda al miedo con obediencia, ni piense que se salvará del castigo siendo cómplice. Que encuentre entre los fantasmas del sertón el sueño de una vida posible en común. Que pueda mirar las calles feministas como promesa y no como amenaza a combatir. Que algo estalle en el corazón de las sumisiones y que descubran que las urnas no son las urnas, que no hay formalidad alguna, que se juega la vida, para todxs. Nonada. Que la travesía es larga y complicada y lo sabemos. Pero eso no legitima la crueldad como política y horizonte. Que Brasil se despierte en sus raperos, en sus asambleas, en sus sindicatos, en sus partidos, en sus calles, en sus favelas, en sus universidades. Que no se entregue al sueño incauto de una novedad apabullante. Que este sol libriano los ilumine, nos ilumine, nos caliente, nos deje el cuerpo abierto y el alma inquieta. Contra la vida cerrada y opaca de las sumisiones, contra el disciplinamiento feroz, contra un neoliberalismo que paga el hambre de sus votantes con la promesa de la seguridad, contra las ollas vacías y las armas cargadas, que insurja el Brasil popular, vital, alegre, mítico, profundo, trágico y potente.
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