La pucha, el teatro. Esa frase tan pueril vino a redondear todo lo que pensé mientras parado en la vereda del teatro El Rayo leía el programa de la obra Fausto y consideraba la enorme calidad y talento de quienes formaban parte del team; además de la info del programa se intercalaron en mi cabeza pensamientos que comparaban las dos imágenes que veía como si fuera una pantalla dividida al medio con dos tomas diferentes: una era la vidriera de la sala donde se veía el bar-foyer lleno de gente esperando ingresar a ver la obra, la otra era la vidriera del restorán vecino al teatro (de cuyo dueño soy amigo y agradecido ya que me dio trabajo en sus cocinas cuando más lo necesitaba); estaban las dos vidrieras pegadas y divididas por una pared medianera de ladrillos de 20 pero vistas desde donde yo estaba parecían como dije divididas tan solo por una línea de pantalla. Del lado izquierdo veía gente vestida sin uniformidad: algunos coloridos, otros de negro, pañuelos al cuello, lentes, barbas, vestiditos, lunares, labios rojos. Del lado derecho veía un salón muy moderno, popularmente decorado y mesas ocupadas por familias, grupos de amigos, una pareja que sentada ante la vidriera se tomaban de la mano: sus brazos bajaban por la línea de la ventana y se tomaban las manos como si fueran dos animalitos que se están apareando en soledad. Comparaba yo las energías y actitudes de ambos lados de la pantalla, me preguntaba por qué tipo de alimento se iba a buscar a cada lado, y coronaba el torbellino mental con la pueril frase mentada: la pucha, el teatro.
Habrá sonado la campana que convoca a la función porque del lado izquierdo todos empezaron a moverse como el mar cuando baja la marea; los seguimos y entramos con el tumulto. A mitad de camino del ingreso, tras la barra del bar, estaba Aldo El-Jatib, director y mentor de esta sala y grupo. Aldo fue uno de los maestros con quien me formé actoralmente allá finalizando el siglo pasado, si bien en la forma de sentir al teatro me identifiqué y profundicé más con otros maestros y maestras, admiro profundamente a El-Jatib y el despliegue teatral que abarca el teatro, grupo, escuela, revista especializada, obras maravillosas, festival internacional y algunos etcéteras más; lo saludé con un apretón de mano y seguí rumbo a la sala. Al ser los últimos en ingresar nos tocaron las dos butacas de la fila de atrás, ángulo superior izquierdo, desde donde se veía el escenario completo y la grada copada de gente.
En el ruedo escénico se abre la residencia de Fausto. Un alto sillón Berger se yergue al centro, sobre el suelo una enorme alfombra tapiz, a un costado el rincón de los cachivaches, del otro la biblioteca desmembrada: desde allí emerge el viejo, desde el desgarramiento de los libros que se le meten en la carne. Hay humo, luces filtradas, desorden, alimañas, piernas, plumas, calavera. El decrépito doctor Fausto deambula, muta, reniega. El aire es denso, las maldiciones impregnan los tapices y salpican al público que en lo oscuro contempla y se entrega.
Al rato de esa ensoñación donde el viejo Fausto escupe lamentos y desvelos entre el humo de su pocilga intelectual, aparece en la escena un demonio en modo diabla. Viste de cuero negro y no se sabe si es macho o hembra; cuando Fausto se lo pregunta le responde en silencio llevándole su mano a la entrepierna: no lo develan, deberemos imaginarlo. Este espíritu mensajero de las fuerzas del mal trata de convencerlo de que a cambio de su alma reciba los beneficios que más sueña: «¿querés riqueza, juventud, reconocimiento? Pedí lo que quieras: ¡¿querés ser presidente?!» La pucha, el teatro.
Sucedió algo muy loco cuando la cola de esta mensajera luciferana empezaba a calar en el ambiente y el aire se adensaba: un muchacho se levantó del medio de las gradas y bajó caminando rumbo a la salida muy lento, como si se hubiera aburrido u olvidado los choclos en el agua; nadie le dio demasiada importancia hasta que dobló y a mitad del pasillo de salida se desplomó ruidosamente. Tardamos unos segundos en reaccionar, la gente del lugar salió a auxiliarlo, actor y actriz seguían en escena pero se notaba que percibían el suceso y desde atrás nuestro se oyó la voz del director bajando desde la cabina de luces y llegando al frente del escenario donde dijo apurado: «compañeros, público, vamos a detener la función…» y fue rápido hasta el pasillo donde el muchacho tendido en el suelo no reaccionaba. Yo podía verlo perfecto desde arriba pues había caído justo a la altura a donde yo estaba. Lo atendían algunas personas mientras llamaban a una ambulancia, no reaccionaba, actor y actriz en escena detenidos, todos tensos, no se sabía si convulsionaba; de repente el aire se distendió: abrió los ojos el flaco, volvía en sí, le había bajado la presión hasta el inframundo. Lo maravilloso fue que el director volvió al frente y dijo otra vez dirigiéndose a público y artistas: «si les parece bien vamos a retomar la función…». Todos sonreímos, y por supuesto aceptamos. El y ella en escena volvieron a retomar la obra y una vez más el Teatro demostró que es un arte vivo, latente, humano.
La mayoría conocerá la historia de Fausto: un viejo doctor que duda en venderle su alma a un mensajero del diablo a cambio de juventud, dinero, amor. La sorpresa de esta versión teatral es que esta es la pasión de Margarita, la pebeta que deviene en su amor. Lo atrapante y conmovedor en este caso son las imágenes teatrales desplegadas y la profunda fuerza actoral de los tres que actúan. Gustavo Guirado, el director, es uno de los maestros con quien también me formé y de quien más tomé conceptos y aprendizaje: sabe sacar fibras íntimas y salvajes, violencias ocultas y mucha ternura y pasión. En Fausto se nota su maestría: actúan con el cuerpo, con la sangre, con el alma, transpirando, metamorfoseando, excitados, transformados, rotos, eróticos, sublimes.
La pucha, el teatro.
Del otro lado de la pared estarían revolviendo el café de sobremesa y de este lado Margarita con los dedos en la concha gime en el piso enredada en su propio vestido; allá estarían pidiendo la cuenta y acá la Diabla le mete un dedo en culo a Fausto; en el otro salón sirven en copas o mastican los últimos bocados y acá en la sala todos enajenados por las visiones que la obra regala aplaudimos y escuchamos de nuevo al director que lee un comunicado de la Confederación Nacional del Teatro manifestándose en contra de los recortes que están haciendo – como en la mayoría de los organismos nacionales- en el Instituto Nacional del Teatro (¿habrán vendido el alma sus dirigentes?).
Es una obra que hay que ver, ojalá la vea muchísimo público de la ciudad y de otros lares: sería bueno que tanta gente vea este tipo de teatro como tantos van a llenar sus barrigas a boliches.
Contacto
Fausto teatro
Ficha Técnica
Actúan: Paula García Jurado, Anahí Gonzalez Gras y Edgardo Molinelli
Dirección de Arte: Mauro Guzmán
Vestuario: Ramiro Sorrequieta
Sonidos grabados: Corcho Corts
Entrenamiento vocal: Angie Cámpora
Diseño Gráfico: Esteban Goicoechea
Producción Ejecutiva: Yanina Mennelli
Dirección y versión: Gustavo Guirado