27 de noviembre
En esta pared la bala perforó el silencio.
Un temblor impuesto en la gravedad de la existencia.
Ocho rostros dispersos
ocho cuerpos abiertos en la propia desnudez de la caída
mixtura de oquedades y superficies
que conoce las formas en que el peso de la conciencia
puede penetrar al muro.
No existe el temor al silencio.
Las armas se agitan indecisas de sí mismas
maldicen su propia pólvora
y escupen al viento
sumisas del odio de los otros
penetran los espacios
detienen cada resto de temblor
cada sonido
cada pedazo de miedo y duda.
Ahora la mano que aprieta el gatillo es la que tiembla.
El peso del silencio es más certero
y penetra más hondo en los espacios.
No sé si soy el cuerpo, la pared o la bala
solo sé que muero.
Otra vez en el principio
En el Malecón
Alguien supo que las aguas no serían mansas
y el muro difícil de olvidar.
Ningún golpe de suerte lo desterraría.
Las piedras de las otras orillas son inciertas
como los rostros de las barcas que se asoman a la costa
como los planes de los ojos que se van sin mirar a atrás.
Alguien supo que la noche estaría fría
debajo de las estrellas de esta incertidumbre
la maldita incertidumbre que no avanza ni retrocede
solo permanece
permanece como las rocas del muro
el aire que sostiene a los aviones
o la distancia embalsamada en los ojos de aquellos que nunca la han visto.
Cualquier espacio sería necesario
cualquier orilla la adecuada.
Sobre los muros bajitos nunca hay espacio libre.
Todos saben que la noche es fría
y deben cuidarse de las aguas indóciles
por eso están esparcidos sobre el muro.
Hay música
ojos
bocas
idiomas
y preguntas.
El muro es lo suficientemente grande
para cubrir la orilla y protegernos de todo
pero aquel que se sienta en el muro
solo ve la distancia.
Piropos
Una palabra en la distancia me golpeó de pronto.
Una palabra y un silencio que se borró a sí mismo
en el significado obsceno de la conjugación de un verbo.
La mujer contiene su ira contra el lenguaje
coloca los audífonos
no quiere sentir nada
habita los espacios del sonido
la tranquilidad paralela del sonido
ajena a los disparates de su raza.
Limpia de la lujuria de las calles
dentro de sí misma
protegida de todo y todos
sin perfumes, ropas y sonrisas
inocente, libre, todavía niña
sin curvas o edades
sin sexo.
Muchacha con estrellas en los ojos
Una calle de adoquines
y una muchacha con estrellas en los ojos.
Libros son las manos
idiomas los labios
poemas los pensamientos.
Los adoquines se agrupan.
Bajo las plantas de sus pies
las sandalias recorren los límites de lo imposible:
una calle vieja
una calle nueva
un nuevo sueño
un viejo amor
una nostalgia
que incendia los ojos de la muchacha y la hace soñar
desde cualquier altura
desde cualquier historia.
Cada charco
cada esquina
cada gotera la bendice.
No importa si la lluvia se apresura.
Una muchacha común tendría miedo
y prepararía el paraguas,
pero una muchacha con estrellas en los ojos
siempre se desnuda bajo la lluvia.
Lluvia de abrojos
No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras.
Miguel Hernández
No cesará este rayo que me habita
la muerte en el sagrado cautiverio
si la sangre domina otro misterio
en las alas de la ciudad chiquita.
Un ruiseñor febril al pueblo incita
abriéndole su triste monasterio.
Tras el barro, la pluma y el criterio,
sólo el dolor del canto resucita.
Nace un fulgor, herido en el develo
de un pasado indomable que se atreve,
abro el pecho al ardor de las higueras
donde el hombre en su surco es otro cielo,
cárcel, lluvia de abrojos que conmueve
el corazón de exasperadas fieras.