En una de las frías noches de mayo, llegamos con Agustina a Espacio Bravo para presenciar la obra ÑAQUOM (sombras de viento). Durante la espera, intentamos poner palabras para el significado del extraño título, pensando que quizás se trataba de una referencia a una lengua originaria, imaginando qué era lo que estábamos a punto de ver. El paréntesis, pensamos, podría ser la traducción del título. Sabíamos que se trataba de una obra explorada desde la técnica de la danza butoh, cuyo origen se remonta al Japón de posguerra. En palabras de Alicia Boggian (directora), «la danza butoh no busca dejar mensajes, sino que se ubica en el lugar de la provocación a partir de imágenes de los cuerpos en permanente transformación.» Con estas y otras inquietudes entramos a la sala.
La función comienza a oscuras. Hay algo en el ambiente como de misterio. Eso que no llegamos a comprender, pero que nos atrae. Aquel aforismo de Porchia: «El misterio te hizo grande: te hizo misterio.» Aparece el movimiento: un vientre que late. Antes de la creación todo estaba en suspenso (resuena el Popol-Vuh). Solo un vientre que late, rodeado de la sombra y otra vez el misterio. La danza se mueve sobre un tiempo lineal, lenta y progresiva. Se acerca y se potencia, latiendo, se mueve, cambia el foco. Luego la luz: dos nacimientos. En posición fetal, dos cuerpos a punto de descubrirse. No es una obra de teatro ni de danza, es la creación.
ÑAQUOM es como un éxtasis prolongado. Salirse del tiempo (lo que hace que el arte sea arte). A través de las imágenes que forman los cuerpos de las bailarinas/actrices, cuerpos que borran similitudes con lo cotidiano, que se muestran como extrañas criaturas, imágenes acompañadas de una iluminación oscura y tenebrosa, y un paisaje sonoro bordeando lo siniestro, nos transportan a una dimensión sin tiempo, una percepción de la absoluta e incomprensible subjetividad, un mundo tan extraño que parece onírico, y todo esto en un mar de sensaciones en el ámbito de lo irracional. O algo así. Porque quizás en las palabras no estén las cosas, o en la palabra «rosa» no está la rosa. Ni su olor ni su textura ni su color. Ni las sensaciones experimentadas en estas palabras sobre ÑAQUOM.
Luego de la función, compartiendo y pensando con Agustina lo que experimentamos, ella me comentó sobre el concepto de lo siniestro según Freud. Lo siniestro puede ser expresado como una vivencia contradictoria donde lo extraño se nos presenta como conocido, y lo conocido se torna extraño. Recuerdo a Novalis, para quien lo romántico es ver lo extraordinario en lo ordinario. Los cuerpos en la escena de ÑAQUOM logran borrar los rastros de lo humano, aunque por momentos modifiquen los registros para potenciar la contradicción. Esta sensación de lo siniestro, de lo extraño como cosa natural, nos acompaña durante toda la función con una intensidad continua y penetrante. Un acierto de la dirección que el espectador (sin comprenderlo) agradece.
Sin la intención de forzar los conceptos, pero apelando a una especie de intuición intelectual, quizás también haya en ÑAQUOM rasgos del hedor latinoamericano, término que pertenece al filósofo Rodolfo Kusch (un argentino que pensó el NOA desde adentro). En América profunda, Kusch piensa en la oposición entre lo pulcro (el mito levantado por nuestros próceres, quienes pretendían «economías impecables, una educación abundosa y variada, ciudades espaciosas y blancas, y ese mosaico de republiquetas prósperas que abren el continente») y el hedor («el hedor de América es el niño lobo, el borracho de chicha, el indio rezador o el mendigo hediento…»). Según Kusch, «el hedor tiene algo de ese miedo original que el hombre creyó dejar atrás después de crear su pulcra ciudad». ÑAQUOM pone en escena ese miedo originario en pleno contacto con la tierra en la que se está. Y no en la que se es. El estar es el arraigo al suelo, a la tierra, a lo inexplicable, a lo irracional; mientras que el ser es una pulcritud a la que se aspira, un ideal (europeo, quizás) que se persigue. Dice Boggian que el subtítulo «(sombras de viento)» es una metáfora de lo ancestral, de lo que quedó en la memoria y que deviene materializado en la danza, una figura arquetípica que surge del soplo del barro (tierra y agua) y queda en la oscuridad.
Para concluir, pienso en las palabras de Schelling: «lo ominoso es algo que, destinado a permanecer oculto, ha salido a la luz.» ÑAQUOM saca a la luz el hedor de nuestra tierra, danza para materializar nuestros orígenes, explora lo siniestro para encontrar imágenes del fondo de la condición humana. Si esto es así, que las palabras no confundan: solo en el fondo habita la Belleza.
Contacto
ÑAQUOM
Ficha técnica:
En Escena: Eliana Ramos, Antonella Destéfano, María Eugenia Avecilla
Guión y Dirección general: Alicia Boggián
Asistente de Dirección: Lucila Campos Wainer
Producción general: Evangelina Jakas
Asistente Técnico: Agustín Fontana
Diseño de iluminación y realización de objetos lumínicos: Diego Quilicci
Objeto plástico: Paola Distilo
Paisaje Sonoro original: Marcelo Ajubita
Teclados: Ricardo Vilaseca
Grabado de flyer: Maria Eugenia Avecilla
Vestuario: María José Liaud y José González
Prensa: Virginia Giacosa
Video: Ariel Gauna