Estampida
No pregunten por qué se queda.
Pregunten dónde y responderá como puede
que puede no sabe cómo
quedarse
en la tierra donde crece la cicatriz de los hermanos,
en el descubrimiento de las formas del amor
de los que pierden antes de poder amar,
en la esperanza que cría guaridas de verano para quienes huyen
de lo implacable de la infancia rota,
en la fuerza con la que corre una adolescente
que elige nombrar hasta el hartazgo a pesar de los finales,
en el cuerpo bélico de una voz que abraza y revuelve
y dice
que en el único lugar donde se queda:
No es en la herida.
No es en la sangre.
No es en el cuchillo.
No es en el ejecutor.
No es en la cura.
Sino en el espacio donde cabe
lo rebelde que tiene el deseo,
el sexo que tiene la promesa,
el salvajismo que trae el exilio a lo imposible,
la libertad que invoca el destierro
de las manadas que aman.
De este lado de la línea
¿Qué hacemos con esto?
Es como un niñito que iba a clases de teatro
y se convirtió en un lagarto adicto,
es como el sintetizador de una noche de nuestro pan
o de finales de películas.
¿Qué hacemos con esto, preguntan?
¿Qué hacemos con su bolsillo de agujeros?
¿Qué hacemos con su cara de clown adormecido?
El encierro,
bien se sabe,
es la condena de una duda
o de una parodia
(depende qué domingo)
con la cual pelearnos
o dividirnos los bienes
y servicios,
los miedos y las condolencias.
No te olvides nunca
la suerte que tuvimos esa hora de esa tarde
en la que corrimos
y nunca más
pudimos volver
de esa adolescente.
No te olvides nunca que creemos
en la sublevación de un rincón fusilado
que florece detrás
de la línea de las púas de los bajos.
Ahí
están tus ojos.
Dicen llevame
como dicen los locos
y la muerte se te escapa.