La noche del sábado rosarino está tranquila. Había sido el primer día de la primavera y anochece haciendo tributo a ese clima que te pone de buen humor. Tengo que admitir que me gusta vestirme bien para dos ocasiones particulares: ir al cine e ir al teatro. Soy un poco como esas viejas que odio pero que al mismo tiempo me freno a mirar. Me estoy poniendo una camisa azul cuando me llega un mensajito de que me esperaban abajo.
Llegué caminando a la Sonrisa de Beckett con no mucha más información que la que pude leer desde mi celular en el sitio web de un diario cooperativo local.
Sabía que la música que sonaría sería de intérpretes mujeres, al igual que todo el elenco. Cada una de las canciones iba a ser enganchada en vivo y con algún sonido un tanto inesperado.
Mientras esperamos que den sala decido prenderme un pucho. Saco el atado, agarro el último cigarrillo, revuelvo los bolsillos en búsqueda del objeto más preciado que podría encontrar en este momento pero nada. Mientras busco a mí alrededor un encendedor con la mirada, me entero que la música que funcionará de coordinadora la decidirá en el momento la DJ Elisa Pereyra sin que las bailarinas sepan. Solo suenan seis temas de los veinte posibles. Es decir, que tanto la música como la bailarina que abrirá, se decidirá sobre el propio ritmo al que se desarrollará la función.
«Las bailarinas hacen piedra papel o tijera para ver quién entra primero» comenta Santiago mientras cruzamos calle Entre Ríos en dirección a la plaza Sarmiento. Improvisación. Nos colgamos viendo los bancos de la plaza y la gente que en ellos se sienta. Hablamos con el dueño de un galgo y cuando nos dimos cuenta toda la gente que aguardaba en la fachada ya había entrado. Caminamos rápido hasta la puerta y la mujer que recibía las entrada nos hizo el típico gesto con la mano de que nos apuráramos. Fuimos lxs últimxs en llegar.
I
La disposición de la sala consiste en tres frentes donde se ubican lxs espectadorxs. El piso es de madera cálida. Estoy sentada en la última fila del frente que justo eligieron para empezar. Decido moverme un asiento más hacia la izquierda porque la mujer que estaba sentada delante mío me tapaba.
Aparecen en escena unos rulos rubios. Una luz cenital. Un atuendo azul eléctrico con múltiples volados que cubre el torso. Las piernas desnudas van y vienen mientras las acompaña una respiración jadeante. Su cuerpo está perfectamente dispuesto para rendirse ante lo que para mí fue orgasmo. Lo azul como la madurez. Mujer que sabe de autocomplacencia: Cecilia Colombero. Estalla. Fin de escena.
II
Espejismo
Dos colores. Dos mujeres. Dos personalidades de una misma cosa.
Lo rosa intenta sobrevivir. Aniñada, saltarina casi infantil pero sin perder una elegancia erógena. Julieta Almirón, aquella mujer morocha, cómica y de simpatía excéntrica en el escenario para mí representa la niñez. Esa niña que alguna vez supo ser la primera mujer que danzó.
Julia Carey alada, ahora es plateada. Casi como una Shakira que se mueve con precisión suiza y una prolijidad sensual. Percibir adolescencia entre música de los noventa y colores brillantes no es casualidad. En su momento de soledad y protagonismo en el escenario realiza mi parte favorita de la obra. Porta dolor e incluso algo de agonía.
Durante la obra reacomodo la postura, cierro la boca, trago y alzo la cabeza varias veces. Cada tanto me absorbe. Pero vuelvo cada vez que un sonido metálico, confuso o molesto choca con la armonía del lugar.
Combaten cuerpo a cuerpo. Se aman cuerpo a cuerpo. El despojo, del color, la identidad o los atuendos, y la apropiación como parte de lo mismo. No existe una sin la otra. Como cuando hacen piedra, papel o tijera antes de entrar.
III
Lo genuino de la piel es que no te deja huir.
Las tres entran a escena con luz amplia. Cada una con su color. Cada una con su personalidad.
Ahora la cuestión etárea lucha por ver quién persiste. En un juego donde se entremezclan volviéndose híbridas intercambiando atuendos y colores. Donde cada una de ellas tiene algo de la otra.
El amor no preexiste. Nos encontramos con él siempre que volvemos a amar. Hay algo de los lazos y de la particularidad del amor que se transforma con el vínculo. Los estados que forman parte del registro de lo amoroso o de estar enamoradx son un eje. Lo metafórico de la idea del amor desde el movimiento. El amor para con otrxs, el amor para con nosotrxs, nunca en estado de quietud.
Termina la obra y nos quedamos sentadxs mientras el público se retira. Sé que la obra fue corta pero estoy satisfecha con lo experimentado. No sería justo pensarla en términos de unidades temporales. Decidimos esperar un rato en la puerta para saludar a las bailarinas. Presto atención a la gente que sale del teatro. La mayoría son mujeres.
En el hall de entrada una de las bailarinas comenta entre amigxs: «lo desconocido te mantiene activa», haciendo referencia a la forma de decidir quién entra primero. El misterio como la contracara del narcisismo, diría un compañero.
***
El disfrute durará treinta o cuarenta minutos dependiendo las improvisaciones y canciones que toquen ese día. Hay una estructura pactada y fija que atraviesa toda la obra pero se trabaja y rellena desde la improvisación.
¿Cómo establecer vínculos entre nosotras desde la danza? Se pregunta una de las bailarinas en una entrevista radial.
El amor como disparador que es distinto cada vez dependiendo de la persona con la que te estés vinculando. Por todo esto y por obra del azar, nunca se encontrarán con la misma obra.
Una vez Franco Trovato Fuoco me dijo: sacar una foto es como colgar tus tripas adelante de todo el mundo. El lenguaje narrativo consiste en eso: poner la interpretación de una a merced de todxs lxs que consumirán. Mostrarse desde lo más íntimo -la forma de interpretar es siempre única y genuina- y dispuesta a que te hagan pelota. Igual que amar. En definitiva acá nada más, ni nada menos, que mi visión.
Los recuerdos de lo que una supo ser y ya no es terminan en una convivencia ontológica en el cuerpo. Siempre volvemos a amar no es más ni menos que una lucha contra el amor líquido desde y para lo contemporáneo no sin antes pasar por el despojo. Desde el amor yoico en continua dialéctica con la libido hacia lo otro, nos encontraremos con la ceremonia de un nosotras que se mantendrá lejos, y con excelencia, de lo solemne.
Ficha técnica
Compañía: Pollera-pantalón
Bailarinas: Julia Carey, Cecilia Colombero y Julieta Almirón
Música: Elisa Pereyra
Vestuario: Guillermina Elinbaum