Crónicas | La canción del camino viejo - El primer mundo está ahí, del otro lado de la carretera. Sólo hay que cruzar la ruta para sentir la fragancia del progreso. De este lado, en cambio, sobrevive lo artesanal en una empresa familiar que pelea contra su propio destino para no desaparecer. Nuestro cronista viajó al neoliberalismo de un par de décadas atrás, se enfrentó a un pasado que se actualiza y escribió lo que sigue.

El primer mundo está ahí, del otro lado de la carretera. Sólo hay que cruzar la ruta para sentir la fragancia del progreso. De este lado, en cambio, sobrevive lo artesanal en una empresa familiar que pelea contra su propio destino para no desaparecer. Nuestro cronista viajó al neoliberalismo de un par de décadas atrás, se enfrentó a un pasado que se actualiza y escribió lo que sigue. 

Por Ernesto David Sánchez | Especial para El Corán y el Termotanque

La gomería «Los Hermanos» es sencilla. Apenas un par de chapas a modo de pared, una foto de un corredor de Fórmula 1, neumáticos tirados para hacer de sillas y algunos estantes de aluminio. Cuando Titi Taboloni entra en escena, todo está dispuesto para que el público lo encuentre cómico. De hecho, Titi se queda algunos segundos parado, dándole oportunidad al público de reírse de su aspecto: flaco y encorvado, con una camiseta de fútbol bajo su jardinero azul y todo el cuerpo lleno de grasa de motor. En una mano la pava, en la otra el mate. Este primer momento fue el más revelador acerca del rumbo que la obra elige.

Después, el noticiero da una información surrealista de cómo los agroquímicos de las plantaciones vuelven violentas a las gallinas de corral, y por la puerta entra bailando Elvis Presley. Por mi parte, mientras estoy sentado en la butaca rodeado de personas que se ríen, no entiendo muy bien hasta qué punto esto es de verdad una gomería, o es la fantasía de unos pacientes de psiquiátrico. Pero como ningún médico entra al lugar…

La obra sigue su propio ritmo, zigzagueando como un borracho que, a pesar de todo, parece saber hacia dónde se dirige. Elvis Presley resulta ser Cuqui Taboloni, el hermano de Titi, que trabaja como animador en fiestas y aniversarios. Estos hermanos heredaron la gomería de su padre, y el negocio familiar es la forma de mantener viva la memoria, además de su propia subsistencia; pero estamos en la década de los ’90, y el progreso llegó al país de la mano del libertinaje de mercado. A pocos metros de ellos se inauguró una ruta, con su propia estación de servicio y gomería moderna. Sin clientela ni posibilidades de competir, ambos hermanos se vuelven los parias sociales, que mantienen su pequeño universo rural con unas pocas monedas, sobre la calle de tierra llamada Camino Viejo.

La canción del camino viejo | Fotografía: Franco Bordes

Con ayuda de las nuevas técnicas de marketing que los yuppies importaron al país, Titi y Cuqui intentarán levantar cabeza y salir adelante con sus raíces sanas, pero los esfuerzos por sobrevivir harán que los medios se vayan desdibujando, hasta confundirse con las finalidades que buscaban. Justo como en el país. Justo como en la obra.

Hoy día, hablar de teatro independiente en Rosario es hablar de La canción del camino viejo. Es un espectáculo que va acumulando años en cartelera, y que cuenta con más de cien funciones. La primera obra que pude debatir con diferentes amigos, porque todos los que la vieron la tienen muy presente y la recuerdan con mucho afecto.

Con buenas interpretaciones y situaciones alocadas y llenas de latiguillos, historia se apoya en su trama para crear humor. Esto usualmente potenciaría la idea de unidad del trabajo, pero las situaciones eran tan disparatadas que, hasta pasada la mitad, no terminé de convencerme de si efectivamente eran personas cuerdas. Es como esa postura del inicio, de detener la historia para que el público se ría; a diferencia de mis amigos, yo la disfruté pero no logré sentir a pleno la empatía y la pena por estos hermanos, porque no terminé de internalizar la premisa de la ficción.

Y sin embargo, a cada instante la obra muestra un profundo cariño por sus personajes. Severo Callaci y Maximiliano Fonseca son los actores que encarnan a estos hombres comunes, intentando darle peso a uno de los tantos dramas humanos que despiertan las malas épocas. Un leve grotesco que colorea las vidas mundanas. Vidas que, para la dramaturgia clásica, tendrían conflictos simples y banales pero que, para las personas que los atraviesan, pueden significar la destrucción del mundo. Este interés por lo cotidiano no resulta para nada extraño, ya que la obra se desarrolla bajo la dirección de Miguel Franchi: uno de los grandes nombres del teatro local, destacado por su empeño en capturar la esencia del barrio y plasmarla en un escenario.

La canción del camino viejo resuena en la memoria con melodía agridulce, sin terminar de definir si quiere ser comedia o drama. Sus personajes cruzan el descampado con la locura frenética del momento, mientras los lazos familiares son puestos a prueba por el hambre y la desesperación. Una obra que zigzaguea un poco con sus gags para lograr sobrevivir, pero que busca con insistencia el camino a casa.



Contacto

La canción del camino viejo

Staff

Actúan: Severo Callaci y Maximiliano Fonseca
Asistencia técnica y luces: Andrés Martorell
Producción TNC: Lucero Margulis
Fotografía: Franco Bordes
Diseño gráfico: Germán Armando
Edición de sonido y paisajes sonoros: Adolfo Corts
Vestuario: Laura Perales
Arte, escenografía y objetos: Guillermo Haddad y Lucas Compareto
Dirección: Miguel Franchi


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