Lecturas | «Desnudo pateando una moto», de Matías Magliano - Por Carlos Román

Las pequeñas partículas de lo real se desordenan y dan cuenta de un tiempo, un momento, que se figura o se fragua, con distintos ángulos. Las historias son mínimas, teñidas de lo cotidiano, pero alcanzan, en su fusión, una escala que las sobrepasa. Hay cesiones entre autor y lector, prestamos, guiños, pedidos mutuos. Las leyes, las normas, los plazos de las acciones, indeterminaciones que hacen relato. Todo es un imprevisto, como quedar desnudo pateando una moto. 


Desnudo pateando una moto es una reunión de cuentos ordenados como las canciones de un disco que uno tiene que terminar de escuchar. En la dinámica de los altibajos que el recorrido propone, Matías Magliano va desarticulando la cotidianidad con una prosa sencilla, y no por eso no envidiable, en la que se confunden los protagonismos para que el lector siempre se sienta parte de los textos.

Como alguien que mira al mundo desde una ventana con un anotador en la mano, pero que en determinado momento se anima a pisar la calle y empieza a transpirar la ciudad, Desnudo pateando una moto desmenuza los microdiscursos que suceden en una esquina cualquiera y expone la crudeza de las miserias que circulan sin ser vistas. Desde los miedos infantes, traducidos después en una desconfianza permanente para enfrentar situaciones límite, hasta perversiones mezcladas con la hipocresía de los que callan y ocultan, mientras haya lugar debajo de la alfombra.

Claro que no todo es óxido y oscuridad, porque Magliano sabe medir los tiempos y en la prosa se adivinan instantes luminosos. La casualidad, esgrimida desde un azar mentiroso, provoca encuentros que desatan cuotas de esperanza. Enamoramientos desafinados acompañan al lector que es invitado a pertenecer a la escena, a pesar de que sólo haya lugar para dos. También hay sexo, efímero tal vez, pero contado con la fuerza necesaria para que el roce de piel con piel se parezca más a un amor confundido que a un error olvidable.

«Perros en la tormenta», el primer cuento, es un gancho al mentón de cada día. Allí se agrupan los temores de un circuito peligroso que el personaje y quien escribe esta reseña detestan: la rutina. El autor no se coloca como dueño de los actos, sino que le tira la pelota a quien lee para que se haga cargo de sus infortunios. El recurso de entregar el protagonismo, que me llevó directamente al cuento «Subjuntivo», de Juan Sasturain, incomoda a cualquiera que se siente a leerlo por las enormes posibilidades de encontrar su nombre en algún pasaje del relato. Marcelo Scalona en el prólogo afirma que terminado el primer cuento, uno ya salvó el valor de la entrada, y es verdad. Cuesta avanzar sin mirar para atrás, no porque lo que viene no merece la lectura, sino por el sacudón que provoca el primer texto.

Después viene el amor o lo que dejaron de él. «Cómo si la luna» y «Antes no era feliz» sangran el recuerdo de algo que se perdió o que sencillamente –como si fuese sencillo– se convirtió en otra cosa. La infancia juega sus cartas y gana el partido. No hay con qué darle a esos retazos de la niñez, que sacuden siempre al lugar exacto y nunca erran el tiro. Después vendrán, como es esperable, nuevas historias de noviazgos que debían terminar, aunque los personajes renieguen de asumir el costo.  Algo que también sucede en «Breve historia de amor en un banco», el quinto cuento, en el que el encierro en el absurdo –para atacar la angustia de un amor que se fue– desata la desesperación del protagonista, que recurre directamente a una mitología artesanal: crear los motivos de la desdicha y extrapolarlos en una leyenda urbana que afectará a cualquiera.

Dos textos más tarde, en «Llamame cuando es así», esta lógica reaparece. Nadie quiere dar por finalizado algo que murió hace tiempo. La insistencia de ambos, revolviendo los mismos estigmas que los obligaron a alejarse, los acerca. El texto es una radiografía del placer por el dolor, de aquellos comportamientos irracionales en los que se persigue la angustia desde una esperanza maltrecha, que alimenta un erotismo que no trascenderá más allá del auricular del teléfono.

El cuento anterior es «Chocolatada», un texto que a simple vista parece perdido en el libro, del que nadie sabe qué hace allí. Sin embargo este es un nuevo acierto del autor. El relato exhibe la perversión y el hijaputismo más aberrante. Y allí es donde inmediatamente su participación es necesaria. Porque la depravación está ahí, en la misma cotidianidad de los encuentros, los amores y la rutina. La invisibilidad termina siendo, casi siempre, una de sus características más brutales. Por eso figura ahí, en medio de otros relatos, en una lectura que puede pasar desapercibida y justificar el camuflaje o quebrar al libro y empezar a sospechar de todo lo que lo compone.

«Desnudo pateando una moto», de Matías Magliano

«Desnudo pateando una moto» es mucho más que el título de la obra. Es una polaroid noventosa (y de principio de siglo también) que teje puentes entre el reviente y la amistad. Deja interrogantes abiertos para explorar los límites de las relaciones humanas y la construcción de las subjetividades en un escenario tan común como una casa con jóvenes de fiesta y sin padres. La ausencia de la ley, de la norma, los dueños de casa que se fueron de viaje y la posibilidad de desatar lo que en otro momento tal vez no podamos hacer. En esa clave, Magliano construye el texto como un cadáver exquisito que va mordiendo los recuerdos de los participantes hasta formar una sola historia. Propone contradicciones que revelan las preguntas que atraviesan a una generación. El principio del placer como norte explorador. El sexo, los vicios, el amor y el desencuentro; y el sol, al final de cuentas, que viene a confirmar que es momento de revisar la noche.

«El Nono» es el penúltimo cuento de un libro que ahora explota los recursos del absurdo. Somos nosotros, cada uno de los lectores, con la vida a poco tiempo de terminar, enfrentando los cerrojos que no hacen más que volver insípidos los últimos años. El refugio parece ser la infancia, la cara de su nieta, que pese a no compartir el mismo lenguaje, lo salva de los enroques de los que quiere escaparse constantemente. Sabe que la muerte es noticia y arrastra con eso los suspiros de una vitalidad a la que no quiere dar por vencida tan rápido, ni mucho menos entregarla a las pastillas, las siestas y pañales.

En el final aparece «Los argentinos en viaje» un relato en el que quedan expuestos los peligros de enfrentarse a los héroes. Bolaño está ahí, a dos o tres mesas en el mismo bar. Bolaño o quien quieras, porque la historia es apenas una anécdota que invita a cambiarle el nombre para preguntarte cómo o qué le dirías al que está allí. También Fogwill, en lo que simula ser una puesta en escena maravillosa. Ocurre en 2002, después del estallido del 2001, del helicóptero, la plaza y los palos. El tono esperanzador del aguafuerte tiene sintonía con el futuro inmediato que vendrá, porque qué sino confiar en el futuro después de la debacle. Anticiparse a él, también puede ser la clave, pero es necesario preguntarse cómo, aunque eso, quizá, necesite de un nuevo libro.

Magliano, Matías: Desnudo pateando una moto, Río Ancho Ediciones, Rosario: 2014


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