Crónicas | Mujeres oscuras - Por Lautaro Lamas

En la oscuridad de un cuarto habitado por sillas, donde varias personas se desencuentran, tres mujeres que son una conversan con un hombre que regresa de un viaje que nunca hizo. La historia se enreda hasta cortarse, para volverse a armar. Nuestro cronista anotó los detalles mientras esquivaba los cuerpos que componían la escena. Cuenta que el texto lo escribió de un tirón, después de la risa, que salió hacia el aire, como mariposas.


Tras pasar la hoja de la puerta de entrada a la sala, nos recibe una mujer con un pecho al aire amamantando a un bebito de chuzas pajozas; se aprieta una teta para que salga más leche y le susurra cositas al oído.

Un hombre de ambo oscuro y camisa clara nos saluda como a viejos conocidos; nos ubica en butacas acomodadas contra los lados del espacio escénico: es como si llevásemos sillas a una casa y nos sentáramos contra las paredes a observar a sus habitantes. Podemos verlos y vernos entre los que somos público: veo las reacciones y las miradas de los que tengo enfrente y voy y vengo entre eso y los detalles de escena.

Una muchacha con vestido de larga caída verde se mira en un espejito, espejito. Tiene cabecita de quinceañera aunque ya va para los treinta y ocho. Habla con extraños dichos y refranes, como un Sancho Panza casto, flaco y femenino; lee un libro de tapas viejas con extraños consejos de embellecimiento.

Una mujer mayor está sentada y espera en un sillón bajo, tiene una fuente de loza bajo sus pies; lleva ropajes cargados y un sombrero ruso encasquetado. Cada vez que hable nos hará soltar la risa como mariposas.

Las luces los bañan desde arriba y los vuelven oscuros y vivos; son como luces y sombras de una noche cruda. Están silenciosos o susurrantes, y todos pendemos del silencio hasta que el hombre afable rompe ese hilo transparente con su voz, que le viene como desde una cavidad interior.

Es todo poética teatral, imágenes que cobran vida y se desmenuzan. Acciones que nacen desde una palabra, una mirada o un gesto y se contagian, como la peste de Artaud.

Dos de las mujeres cortan cebollas. Se tienen bronca, pero no una bronca de teatro, sino una bronca de mujer entregada al placer del sexo contra mujer entregada al martirio casto. La gringa se reconoce fogosa y gustosa, la morocha de vestido verde le reprocha su promiscuidad, aunque luego reconozca que cuando mira un hombre, la conchita le hace así, así.

El hombre, que es medio huevonazo, pide que le den opiniones ante cada corbata que se prueba. Ha vuelto de algún viaje a este lugar habitado por tres mujeres oscuras. ¿Son sus mujeres internas? ¿Son las mujeres de su pasado? ¿Son su presente vivo? Son todo eso y más. Son arquetipos femeninos de conducta social y personal. Son las mujeres con que se relaciona al mundo y son a su vez su reflejo. ¿O es él el reflejo y el imaginado por ellas?

La obra es como meterse no en uno, sino en cuatro libros de imágenes pop-up que se intercalan como barajas de naipes. O como escuchar a la abuelita del inconsciente colectivo contarnos un relato antes de dormir, pero la abuelita se va quedando dormida y mezcla el cuento con sus imaginaciones, sus pesadillas y sus sueños.

Las imágenes se entrelazan pero también se superponen, se integran e hilan. Es un entramado de emociones y potencias actorales. Cada uno es invocación de los otros, entonces se interponen capas de realidades. Se disfruta, mucho, son de mis preferidos en esto.

Todo lo que aparece en la escena cobra vida y poética: las facas camperas, la mesa de madera curtida, el vaso de cristal con agua, el espejito espejito, las corbatas, la fuente de loza, las cebollas. Arden los ojos. Estamos metidos tan adentro de la escena que yo tengo que correr las piernas cada vez que pasan. Y cuando salen o entran por la puerta que está a mi lado me dan ganas de levantar un dedo y rozarles la tela de sus prendas.

Cuando se sientan a la mesa y comparten un banquete de cebollas iremos descubriendo que esos arquetipos de mujeres universales pero también particulares son la madre, la esposa, la hija. Y todas las posibilidades que esos cruces permiten.

Antes de terminar, el hombre les contará el cuento de caperucita como chiste, ¿es un chiste la historia de esa muchachita con caperuza roja (su sangre femenina y cíclica), amenazada por un lobo (un hombre) capaz de devorarla (violarla, matarla)? Ellas lo miran a él, mudas. Y cuando se despida porque tiene seguir, y sobre la mesa tire unos mangos (¡que no llegan a cien, amarroco!) por la cena, ellas lo seguirán mirando mudas, serias, y cuando él finalmente salga y escuchemos resonar sus pasos que se alejan, ellas se mirarán, buscarán la botella de vino rojo, se servirán en copas de cristal y a la luz incierta de la vela brindarán, felices y cómplices la tres, brindarán por ese hombre oscuro que finalmente se marchó.


Dirección y dramaturgia: Ricardo Arias

Actúan: Laura Copello, Paula García Jurado, Gustavo Guirado y Vilma Echeverria.


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