Crónicas | Sin miedo, actuar - Un grupo de jóvenes, entre tantos que colman las calles de la ciudad, decide hacer teatro, darle cuerpo y vida a imaginarios colectivos. Y eso no es poca cosa. Bogan en la creación artística, le hacen frente a las circunstancias cotidianas que muchas veces, para los virtuosos, son adversas o un tanto imposibles de soslayar. […]

Un grupo de jóvenes, entre tantos que colman las calles de la ciudad, decide hacer teatro, darle cuerpo y vida a imaginarios colectivos. Y eso no es poca cosa. Bogan en la creación artística, le hacen frente a las circunstancias cotidianas que muchas veces, para los virtuosos, son adversas o un tanto imposibles de soslayar. Jóvenes que plantean interrogantes abiertos, repletos de cosquilleos y palpitares que nos permiten, luego de abandonar los recintos donde se llevan a cabo las funciones, seguir preguntándonos. 

Por Muna | Especial para El Corán y el Termotanque

[Actuar sin importar, pero actuar pues]

El artilugio burlón del tiempo

Llegar con los minutos contados, una y otra vez. Sacar de quicio a las personas que te esperan, que aguardan minutos interminables por tu mera presencia para poder pasar a otra cosa. Siempre me sumerjo en una riña interminable con el tiempo que nunca parece alcanzar cuando las múltiples responsabilidades y actividades te ponen en jaque. Y así llegué a la función del día sábado, entre saltos, apurones y mi acompañante que me esperaba clavada en una esquina…

No soy de ir mucho al CET porque es el teatro que más lejos queda de mi casa y salvo que haya una obra que desee mucho ver, ni aparezco por esa zona. Esa sensación de no llegar, de que el lapso no alcanza, o se esfuma entre los dedos como granitos minúsculos de sal; es una característica típica de la era postmoderna y la inmediatez de desear todo ya, aquí, ahora, llegar, ir, resolverlo en la inmediatez de un solo «zas». Quizás, y luego de analizarlo, me percaté que lo mismo sucedía en Sin miedo, actuar. Lo nuevo se apodera de lo viejo, por más que el mensaje de la obra sea sobre rememorar con nostalgia lo que podría haber sido al llegar al final de los días, y darle para adelante a la vida misma que aún no acaba. Son las nuevas formas de hacer teatro que a mí me ponen nostálgica, ya que se apoderan de los viejos formatos de ensayos minuciosos y obsesivos que rozaban la perfección, si es que existe, y que el tiempo no venía a apresurar nada porque el arte no se hace a las apuradas. Lo contemporáneo en lo escénico implica, no siempre, obvio está, la inmediatez por montar obras por el solo hecho de montarlas o porque la fecha de estreno ya ha sido asignada en la sala. O abarcar mucho, pero no apretar en nada. Hablo desde el desconocimiento, y sólo haciendo frente a mis humildes pareceres e intuiciones. Parecería ser que ya lo minucioso y la prolijidad excesiva no son moneda corriente en la visión de los directores de escasos años o experiencia. O también resulta moneda circulante el actuar por el simple hecho de ser actores con ganas de subirse a un escenario. Y que sea lo que sea…

Sin miedo, actuar.

Balada de los nobles artistas de la postmodernidad

Un chico, «Piantao», comienza a gritar verdades y silogismos en medio de la noche silenciosa y oscura. Ese loco, alumbrado por la luz de la conciencia, que brilla aún más fuerte que miles de luces LED y que las luces de los arbolitos navideños con toda su parafernalia, se encuentra perturbado y amedrentado por creerse poca cosa para esta sociedad hipócrita. Es reprendido por un anciano que de lo único que vive es de recuerdos y limitado dentro de sus propias estructuras oxidadas y prejuiciosas. La vieja, esposa del viejo, aparece como una sombra de la felicidad que nunca fue, regada por las memorias que renacen con la aparición de Piantao.

La lucha parece ser entre lo viejo que no deja lugar a lo nuevo. Entre el deber ser y el placer de ser el que a uno se le dé la gana. Invitan a actuar sin miedo, ante la inminente muerte o también convidan a repensarse en la paradoja de encontrarnos muriendo a diario y pasar desapercibidos por la vida ante los temores irrefrenable de la muerte. Pero sobre todo, ante los temores irrefrenables de no saber vivir ni de a ratos. Y el más vivo, el que más lejos está de yacer inmóvil, es siempre el tiro al aire que nunca encuentra el hueco donde hallarse disparado.

¿Cuántas veces se ha sido un faro desvelado en la noche, que resplandece con luz propia, e intenta mitigar el dolor propio y ajeno, cuestionando las formas y los espacios imposibles de habitar?  Esto sucede en nosotros, los jóvenes, que desde adentro de nuestro sentir se forjan las miles de posibilidades bondadosas que el cauce de la humanidad podría llegar a tomar, para alzarse con la libertad de la vida que muchos hoy nos  quitan. Sin miedo, actuar me deja entrever eso. Almas plenas y nobles que interpelan desde su lugar a aquellos sujetos sin un ápice de cuestionamiento propio.

 Ser verdad desde lo poco creíble

Envueltos en una cadena de oraciones rimbombantes de metáforas, los cuerpos se disponían en escena para refunfuñar desde lo imposible, y abrirle una ventanita esperanzada a lo verdadero que entra sin pedir permiso. Lo verdadero se refleja en el discurso inconformista que cuestiona las antiguas costumbres que oprimen aquello que resulta justo.

El espacio escénico esa noche en el CET fue plano, sin mayores algarabías en el aire. Sin acciones sobresalientes. Sin el mínimo esbozo de sorpresa.

Sin miedo, actuar.

El teatro está conformado por una multiplicidad de elementos que lo interpolan. Uno de ellos es la verosimilitud. Algo en escena, debe ser lo más verosímil posible a la vida fuera de escena. Y esto se aplica también a la obra más absurda de todas. Por eso, ponerse en la piel de lo viejo a los veintitantos años, resulta un tanto complejo de imaginar aún para el más imaginativo de todos los ávidos mortales. Y lo digo con experiencia en el asunto. Una vez actuando, hice de madre de una compañera cinco años menor que yo. Nadie me creyó. Añorar hacer teatro, mostrarse, y perpetuar algún sentido en la mente de alguien es típico de los actores jóvenes, que muchas veces producen en poco tiempo, sin importar la calidad del resultado. Ante un texto fuerte y unas circunstancias no tan bien dadas, la posmodernidad emerge, surge entre las grietas de una producción concluida que deja entrever las formas nuevas del hacer teatral, donde el mostrarse es más importante que lo que se muestra y los resultados, más significativos que el camino que se transitó para llegar a ellos.

Tal vez, ese mismo texto en otro contexto más creíble, hubiese sido digno de aplaudir de pie, como sí es digno aplaudir de pie, el esfuerzo que implica y la labor inmensa que conlleva montar una obra en los tiempos que corren. Bien lo sabrán los muchachos de Despertar. Hace tiempo me había fanatizado con Jodorowsky, luego, gracias al cielo, se me pasó, pero nunca olvidaré una de sus frases más conocidas. «Siempre entre actuar y no actuar, elijo actuar. Si me equivoco, al menos me queda la experiencia». Actuar, sin miedo,  sin importar, por el simple hecho del acto mismo que nos colma de experiencia, aunque en determinados ámbitos, se deben medir un poco mejor las circunstancias dadas para sumergirse en un limbo poético de placer infinito.


Contacto

Despertar • Teatro

Ficha técnica

Dirección: Samanta Barale
Dramaturgia: Raúl Alberto Apt
Asistente de dirección: Victoria Vilardell
Actuan: Raúl Apt, Lucía Carlini, Marcos Recio

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