Una que sepamos todos
Nuestro cronista miró por la ventana, sintió el frío de la ciudad e imaginó un viernes de cine entre casa. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Lejos del calor de las frazadas y los guiones de Woody Allen, enroscó la bufanda en su cuello - no sin antes taparse las orejas con un gorro de lana - y encaró hacia dónde un amigo lo esperaba con la guitarra sobre las piernas para colorear la noche. Bebieron para anestesiar el viento y cantaron hasta que no hubo más qué decir. Aplausos y hasta la próxima.