Cuentos | Refulgente madrugada - Por María Ana

Me pasa algo muy extraño. Siempre fui de tener un sueño profundo y contundente, pero en estos últimos tiempos estoy pasando por una clase de “escasez”. En realidad el sueño no falta, pero si las ganas de dormir, o viceversa, no sé. El tema es que no puedo dormir, y si lo logro, nunca por más de tres horas seguidas. Mi cuerpo tomó esta costumbre una semana atrás. Tengo la teoría de que mi insomnio es un síntoma encubierto, por eso las primeras dos noches me quise auto-analizar. Obviamente, esto no ayudo en nada, al contrario, más tiempo distrayéndome de la necesaria tarea de descansar. La tercer noche armé un rompecabezas, de esos grandes. La cuarta limpie, y hasta lavé el piso de la cocina. La quinta noche pareció de verano, lo que me tentó a salir. Salir a las tres de la mañana un día de semana, era claramente sinónimo de salir al balcón.

Salí al balcón mientras comía un pedazo de pizza, sobra de la cena. Y ahí delante de mis ojos encontré un nuevo pasatiempo, que no me requería más que la imaginación, y mi innata tendencia al delirio.

Tengo un edificio en frente, veo las ventanas, y veo el interior de estas. Nunca antes me había distraído con estos pequeños espacios individuales, hasta esta noche. Las observe, y todas me devolvieron algo concreto y tranquilizador para mi mente, algo simple. Cuartos con la luz apagada, una chica leyendo sentada en un sillón, una pareja mayor delante de un televisor. Nada que me dispara la imaginación, o que me encendiera la locura.

Nada, hasta la ventana del medio del séptimo piso. La cortina de un color rojizo entrecerrada, dejaba un espacio donde se colaba una luz. Imaginé por incontables minutos que era lo que podía haber allí. La luz, para mi, delata una actividad. ¿Un hombre, una mujer? ¿Una persona, dos, tres? Mi protagonista podía estar pasando una velada más que agradable, que se había extendido de manera inesperada o de forma prevista hasta esas horas. Probablemente estaba con alguien, gozaba de una compañía, más que seguro elegía no dormir.

Aunque, esta persona podía no dormir por elección, también podía dejar de hacerlo por obligación. A lo mejor tenía que estar despierta, quizás velaba por alguien. No se podía negar una posibilidad de tristeza detrás de ese velo de color. Podía haber una mente que se estaba torturando, o que estaba siendo violada por fuerzas angustiantes, podía haber dolor, opresión, sometimiento. Había en frente mío alguien que posiblemente necesitara algo, alguien que deambulara por su espacio cotidiano buscando una respuesta, o intentando ingeniar una forma de escapar del día siguiente. Comencé a desesperar de imaginar esta soledad a metros míos. Sentí un impulso, no me podía quedar con ese estado de incertidumbre, no podía abandonar a mi vecino, a ese que estaba tan próximo a mí. Tenia que hacer algo, era una incoherencia, pero algo tan necesario no podía ser tan loco. Así que busque mis zapatillas y mis llaves, y bajé.

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