Séptimo Arte | Prometheus: En busca de Dios - Séptimo Arte La mitología y sus enroques hace tiempo que sacaron número de taquilla, y esta vez, Prometeo y su historia desembocan en la pantalla grande. Aristas de una película diferente. Por Lucas Alarcón En el año 2091, los arqueólogos Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green) descubren en varias ruinas de civilizaciones […]

Séptimo Arte

La mitología y sus enroques hace tiempo que sacaron número de taquilla, y esta vez, Prometeo y su historia desembocan en la pantalla grande. Aristas de una película diferente.

Por Lucas Alarcón

En el año 2091, los arqueólogos Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green) descubren en varias ruinas de civilizaciones antiguas una serie de signos ancestrales que conforman una especie de mapa estelar. Este patrón sería el plano para dar con los Ingenieros, los responsables de que exista vida en la Tierra. Dios, digamos. Una megacorporación, de fines no del todo claros, financia a los científicos para que a bordo de la nave Prometeo traiga el fuego del conocimiento a la humanidad, que aún en el futuro vive en tinieblas con respecto a su propia existencia. Los protagonistas despiertan luego de dos años de viaje sobre la luna LV-223 junto a sus compañeros de misión.

Hasta aquí los primeros minutos de Prometheus, la vuelta de Ridley Scott a la ciencia ficción, y más específicamente al universo que desarrolló en Alien 30 años atrás. Si bien hay varias referencias a la película del octavo pasajero, Prometheus se puede pensar como su reverso narrativo. Aquí no hay un intruso que se inmiscuye en una sociedad cerrada de humanos con firmes y claros lazos sociales, sino un grupo de desconocidos entre sí (y ante el público) que se introduce en un territorio prácticamente inexplorado. Solo llegamos a conocer un poco al personaje de Rapace, una «Ripley» guiada por la sed de conocimiento (y fervorosa cristiana ¿?), y no por la supervivencia, mientras que los otros veinte tripulantes de la nave son absurdas caricaturas de lo que deberían ser personajes (la Meredith Vickers de Charlize Theron sobre todo, nunca un personaje fue tan irrelevante en un guión, y sobre todo poder llegar a ser interpretado por una buena actriz de renombre)

Solo un personaje aporta una coherencia narrativa y atrapa por su composición: el androide David (Michael Fassbender). Representando el tercer nivel de creación, un producto racional/emocional nacido de las manos humanas, los fines de David son inexpugnables, y sus tratos con nuestra especie maquiavélicamente seductores. El film sugiere que la mente analítica del robot es la única que puede llegar a conectar y comprender a los Ingenieros cuando se genere el ansiado contacto. Pero cuando se establece esta comunicación, David decide no compartirla con sus «amos», asumiendo una postura rebelde, inédita para los humanos que lo acompañan pero previsible por el crecimiento que el personaje va teniendo a lo largo de la historia.

Afortunadamente, la película no esquiva los códigos de la ciencia ficción moderna, por lo que en Prometheus hay varias escenas de alto impacto audiovisual. Cabe destacar la secuencia del «aborto», donde (volviendo al revés de Alien) Scott pone en escena una sanguinolenta expulsión de un cuerpo extraño del cuerpo humano producto de una «violación», remitiendo tal vez a la escabrosa escena del nacimiento de la criatura que fracturó el pecho de John Hurt en la nave Nostromo.

Ridley Scott logra que la propuesta estética del film pueda satisfacer la ansiedad del espectador por contemplar situaciones que suponen una experiencia que se ubican en un nivel superior al de la percepción humana. Sin dudas, los momentos más sublimes son alcanzados cuando los exploradores hallan el templo desde donde se enviaron las señales durante miles de años. Cada sector de este espacio cerrado efectivamente logra que se genere un diálogo con lo divino y lo desconocido. Desfilan seres antropomorfos casi perfectos (y sumamente macabros), tótems ancestrales que custodian secretos guardados a sangre y fuego, pilas de cadáveres no-humanos que sufrieron muertes tremendas, entre otras imágenes hermosamente solemnes. Con menor fuerza, pero igualmente de estilizados, son los paisajes que rodean al nuevo planeta, un lugar sobredimensionado y peligroso, pero capaz de contener unos desiertos infinitos que remiten a los paisajes más bellos de la Tierra.

Cada nuevo escenario que Prometheus pone en pantalla, logra crear momentos de tensión y sobrecogimiento extremos. Las sensaciones que genera son sin dudas superiores a las respuestas algo banales que otorga el guión. Esa incógnita que activa toda la aventura, va disminuyendo a medida que se ofrecen (y en algunos casos se dejan de lado) soluciones netamente argumentativas. Y sobre todo decepcionan. Decepcionan al sugerir que las grandes preguntas que propone la trama quedarán básicamente sin respuesta: ¿Para qué estamos acá? ¿Existe Dios? ¿De donde venimos? Lamentablemente, aún no lo sabemos, y Prometheus poco aporta al asunto.

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