Séptimo Arte
No queremos presumir, pero creemos convencidamente que con esta crítica nuestro amigo la rompió. No podemos agregar más. Los dejamos que disfruten…
Por Lucas Alarcón
No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado. Bertolt Brecht
Los murciélagos se quedan abrigaditos
En cuevas tristes. Luca Prodan
Mucha expectativa levantó la última entrega de Cristopher Nolan sobre la particular lectura que hizo de Batman, el único superhéroe capaz de rivalizar con Superman en popularidad mundial. Parte de esta ansiedad radicaba en la interesante entrega previa que realizó sobre el personaje en «The Dark Knight», donde presentó a un Joker salvaje, uno de esos fascinantes villanos antológicos que atenta contra el orden establecido y que ya tiene su lugar en ese olimpo cinematográfico de sociópatas carismáticos que habitan el Alex de La Naranja Mecánica, Hanibal Lecter y Tyler Durden. Personajes que son tan saludables para la psiquis humana al estar contenidos dentro de la ficción que cuando aparecen monstruos reales como John Holmes, que mató a unas quince personas durante la proyección de “The Dark Knigth Rises” en Denver, EE.UU, hay que agradecer una y otra vez la experiencia liberadora que ofrece el cine, donde no hay victimas de carne y hueso.
Sin embargo, ese soplo de aire anárquico que pudo percibirse en el anterior film, se revirtió en un olor avinagradamente conservador en esta tercera parte de la saga.
Como suele suceder con los grandes tanques hollywoodenses, esta película filtra el pensamiento dominante (o dominador) que circula por la clase gobernante norteamericana. Basta recordar las clásicas películas de ciencia ficción donde el comunismo era retratado como el peligro extraterrestre que llega desde el planeta rojo para atentar contra el «american dream» y similares. Como punto a favor se puede destacar que estas películas estaban realizadas por verdaderos profesionales del entretenimiento, que conocían a la perfección como manipular a la audiencia sin atentar contra las reglas cinematográficas más básicas como la noción del tiempo y espacio que impone el montaje, una cuenta mas que pendiente en la filmografía de Nolan.
En TDKR, Batman se enfrenta en este caso a la gran amenaza que viene del lejano oriente, Bane, un terrorista hecho y derecho que quiere (atención), organizar una revolución social para luego hacerla estallar por los aires con una bomba atómica que tardar cinco meses en estallar. Bajo esta consigna, en apariencia descabellada, se oculta una clara línea de pensamiento que se viene modelando desde el 2001 bajo la administración Bush y es fielmente continuada por Obama. La película se va a encargar de demonizar a dos de los mayores peligros internos a los que se enfrenta el conservadurismo norteamericano: los movimientos sociales y el imperio de la ley como instrumento de la democracia.
Activistas y fundamentalistas
Desde el estallido de la burbuja crediticia en EE.UU. el OWS (Occupy Wall Street) brega por un sistema económico más justo donde «el 1% más rico de los Estados Unidos formulan las políticas públicas». Utilizando medidas no violentas, solo protestas, máscaras y pancartas, los acampantes esperan pacientemente que su reclamo lleguen a los oídos de los dirigentes políticos con poder de acción. Los integrantes del OWS son mayoritariamente jóvenes que no quieren formar parte de una democracia sometida por las corporaciones y de aquellos que directamente están impedidos de integrar el sistema (inmigrantes, indocumentados, no solventes). El OWS tiene como base central, justamente, Wall Street, el cerebro del sistema financiero mundial.
En una clara alusión a este movimiento social (pacifista, pero constantemente reprimido por la policía) el primer ataque de Bane sucede justamente en la bolsa de valores de Gotham City. Desde allí, Bane lleva un Jueves Negro a Gotham, fundiendo a la vez la empresa Wayne (que se rebela como una corporación especulativa). Mientras da golpes a punta de metralletas y bazookas, el villano lanza proclamas proletarias en un intento de dotarlo de cierta conciencia de clase.
De esta forma, cualquier discurso de justicia económica e igualdad de oportunidades pasa a integrar la agenda del enemigo de América, aquel que derribó las torres. TDKR desvirtúa perversamente el mensaje original del OWS y por lo tanto de todas las otras agrupaciones que surgieron en los últimos años (Indignados, estudiantes chilenos, Revolución Blanca Egipcia etc.), apelando al imaginario colectivo de que la violencia asesina y sangrienta es inmanente a las movilizaciones populares. Si bien es cierto que estos actos insurrectos no se desarrollan de manera pacífica, también es cierto que se forman bajo una gruesa capa de opresión estatal.
Continuando con las analogías sobre el peligro que representa una sociedad regida por una «dictadura del proletariado» que ofrece TDKR, en un tramo ya avanzado de la película Gotham City es sitiada por Bane cortando todos los accesos al exterior. Luego de asesinar al alcalde, Bane comunica a los ciudadanos (sin ninguna justificación argumentativa, dicho sea de paso) que finalmente son libres de «tomar lo que es suyo». Esta supuesta «libertad» se traduce en una especie del «imperio del terror» de las clases oprimidas. Acto seguido, se conforman tribunales populares que juzgan a los ricos y poderosos por «tener mucho y otros tan poco», como dice Catwoman. Se los somete a un interrogatorio demencial para luego ser ejecutados sumariamente.
Cabe aclarar que este tribunal esta conformado (aparentemente) por los criminales que escaparon de la cárcel, liberados por Bane en otro de sus golpes políticos, no por los ciudadanos de a pie que viven asediados por el terrorismo. Slavov Zizek opina que la película merece una segunda mirada cuando llega a este punto. Infiere que el análisis debe pasar al notar que esta «Republica Popular de Gotham City» es el centro del relato, y al nunca ser desarrollado, que se convierte en su «centro ausente». De esta forma conferiría a la sociedad asediada una suerte de actitud de rebaño, una agrupación de millones (¡millones!) de personas que se mantienen impasivas al régimen de turno.
Es de resaltar que toda esta situación está narrada de manera más bien desprolija por Nolan. En algún momento se puede apreciar que los «homeless» pasan a integrar el ejercito de fanáticos del terrorista, identificándose plenamente con sus objetivos, lo que transfiere a los marginados implícitamente ese poder de ejercer el mal sobre la clase media y alta aterrorizada. En ninguna oportunidad el film permite la oportunidad de redención de los insurrectos Jamás se plantea que este levantamiento de las masas puedan tener un fin positivo.
La Ley Dent
En TDKR domina la Ley Dent, una especie de «evolución» de lo que es el Acta Patriótica norteamericana. Luego del 11-S, los ciudadanos norteamericanos debieron ceder algunos de sus derechos y garantías constitucionales en pos de garantizar la seguridad de su nación. Esta disposición tiene múltiples variantes económicas, pero en este análisis cobra importancia la capacidad de penalizar una amplia gamas de actividades privadas, sin importar si sus responsables tienen o no intención real de apoyar actos u organizaciones terroristas. Ya en The Dark Knight Batman daba indicios de su simpatía por este tipo de medidas. Para atrapar al Joker interviene todos los teléfonos celulares de la ciudad en busca de cómplices.
En Gotham City aparentemente la Ley Dent permite encarcelar a los supuestos delincuentes de manera «express», sin que medien tediosos procesos burocráticos penales (por ejemplo, cuando atrapan a Catwoman, es derivada a una cárcel de máxima seguridad…de hombres!). Esos mismos presos, culpables o no, son los que luego Bane libera y sirven de brazo armado para el sitiamiento. Por lo cual, se entiende que bien presos estaban, porque al final eran seres malvados.
Es curioso el papel que se le otorga a la fuerza policial. Si bien en las primeras entregas la corrupción tenía sus redes tendidas dentro de la institución, en TDKR se opta por mostrarla como una fuerza ya descontaminada. De hecho, durante el asedio, todos los agentes están enterrados durante meses en los túneles esperando a emerger para reestablecer el orden, sin un rastro de duda en sus miradas. Y son tan correctos que la suciedad de las cloacas no llega a manchar sus uniformes en todo ese tiempo. Sin mencionar la inexplicable decisión del sangriento villano de dejar que los policías sobrevivan.
Este Estado derrocado pero de buenas intenciones tenía entonces justificada la implementación de la Ley Dent, esta ley de «mano dura», donde no hay riesgo de que las fuerzas de seguridad supriman las libertades individuales, donde los policías son buenos y los criminales son malos. Si bien se puede debatir esta argumentación refiriendo la naturaleza «comiquera» de la película, donde los extremos se caricaturizan, Nolan dejó bien en claro su intención de dotar de «realismo» a los personajes y las acciones que allí suceden, por lo que TDKR no deja de ser la visión del mundo del realizador. Y por eso basta seguir el caso grupo de punk ruso «Pussy Riot», como muestra actual de que un Estado parapolicial dista de ser un Estado de bienestar.
En este esquema, Batman es el agente del «statu quo» nolaniano, la corporización de la Ley Dent. Batman deja de ser un justiciero y se convierte en el caballero moralmente oscuro que propone Nolan. Es tal la escala de brutalidad que toma la revolución de Bane (ah, y la bomba que tarda 5 meses en estallar) que irremediablemente la lucha de clases se traduce en una sangrienta batalla cuerpo a cuerpo, siendo la supervivencia el fin ultimo de este combate. La moral se relativiza, el fin justifica los medios. Batman toma partido y lidera su ejército de policías enterrados en contra de Bane. Aquí la «mano dura» ya pasó al estadio de «gatillo fácil» en épocas de guerra abierta. Representantes de la ley disparando a sangre fría a un ejército de fanáticos y linyeras. Todo está permitido en pos de defender la integridad del sistema en contra de la amenaza fundamentalista, incluso ignorar la ineficaz democracia.
Nolan resalta su afirmación de lo inútil que considera al servicio público utilizando a Robin (o John Robin Blake, un «sidekick» circence convertido en un honesto policía, para dotar de mas «realismo» a la cosa sin pasar vergüenza). Cuando Robin quiere evacuar a unos huérfanos de Gotham City, los efectivos que cuidan la frontera no lo dejan avanzar bajo amenaza de Bane. Una vez superado el trance, Robin arroja su placa al río y se retira para ser el próximo vigilante enmascarado de la ciudad. Una clara declaración sobre la futilidad de la función pública y de que la preservación del sistema depende de la iniciativa liberal, sin trabas ni rodeos.
I´m Bruce Wayne
Tal vez la carga ideológica de TDKR podría ser algo llevadera (cuantos disfrutamos una y otra vez con «Rocky IV») si el protagonista, Batman/Bruce Wayne, tuviera al menos un rasgo redimible. Nolan siempre expresó que esta es su versión de personaje. Afortunadamente, porque el protagonista de esta trilogía sencillamente NO ES BATMAN.
Este tipo de películas «tanque» son vehículos que llevan en sus espaldas la responsabilidad de vender millones de muñecos, merchandising y blue-rays para llenar las arcas de las empresas involucradas. Tal vez, por esta razón, Warner consideró necesario revivir a Batman y toda su línea de productos. Para tal tarea, reclutó a un director algo conocido por hacer un interesante experimento cinematográfico llamado «Memento». Fue así como Nolan leyó los trazos generales del personaje, sin llegar a comprenderlo en profundidad (ni a quererlo) y creó a este pastiche paramilitar cuyo única motivación, al parecer, es tener una novia.
Si hay algo que genera fanatismo en los superhéroes es su sentido del sacrificio. Una vez que su misión es accionada por un mecanismo externo (en Batman, el asesinato de sus padres), nada podrá detenerlos en su afán de hacer justicia. Se involucrarán en luchas ajenas con tal de hacer de este un mundo mejor. Pero a ellos les toca bailar con la más fea, porque deben hacer justicia según las reglas que dictan la ética y la moral. Para saltarlas están los villanos, que tal vez tengan móviles tan honorables como los héroes (Bane resulta ser un romántico enamorado), pero sin dudas sus métodos no lo son.
Este Batman pasa con gran facilidad del trauma de sus padres asesinados y la razón de su existencia a otro mas reciente: su novia asesinada. En un acto de incoherencia absoluta, Nolan decide que esto es demasiado difícil de soportar para el pobre Batman y decide pasarlo al retiro, como se demuestra en el inicio. Solo comienza a usar el manto de nuevo cuando otra mujer, Catwoman, le roba unas joyas. No la injusticia que reina en Gotham (después de todo hay numerosos linyeras peligrosísimos dispuestos a integrar las filas de Bane), no el pacto tácito que asumió al viajar por el mundo para entrenarse e invertir su fortuna en esta cruzada; sino una mujer que le propone un juego de detectives. Esa es la motivación de este Batman. Conseguir a la chica.
Pero como tiene el deber de protagonizar una película, también hará frente a Bane y de paso proteger el «american way of life» que Nolan tanto teme perder.
El Batman de los comics, el de la excelente serie animada de Bruce Timm, incluso el de Tim Burton, jamás abandonaría su lucha contra el crimen por un problema de índole personal. Batman no baja los brazos. Ante el complejo de «perdí mi media naranja» como el que enfrenta el Batman de Nolan, que lo quiebra y lo obliga a levantarse, el Batman «real» no dudaría ni un minuto en alejarse de su misión. Ni hablar cuando se inserta con fórceps en el tramo final cierta filosofía de que «cualquiera puede ser Batman» abajo de la capucha, para darle protagonismo a Robin. El exacto sentido contrario del sacrificio personal. El que convierte a los superhéroes en esos modelos de conducta que sus fanáticos deseamos ser.
Rodando uno de los peores finales posibles para una saga que tuvo sus momentos interesantes, Nolan sacrifica a Batman. Los compungidos ciudadanos honran al héroe caído que los salvó erigiendo una estatua en su memoria. Alfred (Michael Caine) da un emocionante discurso de despedida. Pero, Batman murió, en cambio Bruce Wayne logró cumplir con su objetivo, quedarse con la chica. El mismo Alfred lo ve en Ibiza disfrutando alegremente de la buena vida con Catwoman (que nunca es llamada así, tal vez Nolan temía que fuera un nombre demasiado ridículo para su universo realista). El sacrifico fue una pantomima. Batman no fue más que un juego de ricos para Bruce Wayne, que solo buscaba conseguir el bienestar personal. Se revierte la personalidad del personaje, aquel que era Batman y se disfrazaba de Bruce Wayne. Un anhelo demasiado egoísta para un personaje que es capaz de encarnar los valores más positivos del ser humano, a pesar de su naturaleza trágica.
El mago sin trucos
Siguiendo la escuela publicitaria en la que se graduaron Michael Bay, McG o el último y malogrado Tony Scott, Nolan aún goza de mucho prestigio a pesar de no poder construir una escena de acción sin saltar el sagradísimo Eje de Acción en una secuencia. Hay una corriente de películas que se agrupan dentro del denominado «cinema of chaos», películas donde la confusión del espectador pareciera ser el objetivo primordial de estos realizadores. Hay quienes ven en esta característica una cualidad positiva en pos de captar la atención de una audiencia cada vez más influida por los cortos tiempos que se entrelazan entre el ciberespacio y el zapping.
Si algo quedó en claro con TDKR es una sospecha sostenida que Christopher Nolan viene acumulando a lo largo de su carrera: es un pésimo narrador. Analizando detenidamente su filmografía, se ve que Nolan cuenta en sus films con un «elemento mágico», una suerte de «Mcguffin» narrativo que le permitía formular una narración no-lineal de acciones en el montaje final.
En «Following», su ópera prima, Nolan ensaya la desorganización de la información para contar la historia del perseguidor que al final es perseguido. En «Memento» el salto narrativo es la esencia misma de la película, que sigue el punto de vista de un personaje que pierde la memoria a corto plazo. En «Insomnia», Al Pacino debía atrapar a un asesino mientras pasa días enteros sin dormir, condición que alteraba su sentido de temporalidad. Pasando de «Batman Begins» (que cuenta con los mismos problemas narrativos que TDKR), sigue «The Prestige», un duelo de magos donde justamente el ilusionismo y los mecanismos de percepción son el tema a analizar. Años mas tarde es turno de «The Dark Knight», siendo el Joker el «elemento mágico» en cuestión, donde la tracción a caos con la que se mueve permite que cualquier licencia estructural pase algo desapercibida (por más incoherentes que sean: http://blogs.indiewire.com/shadowandact/film-school-101-a-critics-eye-view-at-a-chase-sequence-from-the-dark-knight). Y por último «Inception», tal vez la mejor película de Nolan, donde da rienda suelta a su creatividad contando una historia de espionaje onírico, pero que evita otra vez ponerse en evidencia al explotar al máximo el recurso de los diferentes tiempos y espacios que ocurren en la personalísima versión que tiene sobre el funcionamiento de los sueños.
En esta oportunidad, Nolan enfrenta una película clásica sin contar con su “elemento mágico”. Y cosas extrañas ocurren entonces. Desde lo formal, en TDKR vemos como se viajan miles de kilómetros de distancia en poco mas de una hora, la izquierda y la derecha es arbitraria en los combates, cuando los flashbacks ya son confusos aparecen unas desprolijas «cabezas parlantes» para ordenarlos, algunos personajes que estaban encerrados son libres en su próxima aparición, Batman en el tercer acto es literalmente ubicuo, la mencionada bomba que tarda cinco meses en estallar y un largo etc. Y desde la coherencia argumental las fallas son innumerables, desde una absurda «prueba de fe» que debe dar Batman para salir de un agujero (digno de Claudio María Domínguez), hasta la insólita actitud del villano de ajusticiar a cualquiera que se cruce por su camino, menos a los personajes que son importantes para la trama (caso el Lucius Fox de Morgan Freeman).
Sin embargo, la apuesta por esta forma de relato colisiona en línea directa contra otra de las leyes sagradas del cine narrativo: el verosímil. Sin verosímil, el espectador es expulsado de la película, ya no forma parte. Si no entiende lo que ve, si no cumple con la reglas autoimpuestas en la película, se pasa de ser un superhéroe como Batman y sufrir o festejar con sus movimientos dramáticos, a un simple mortal que está sentado en una butaca mientras escucha como es masticado el pochoclo por los niños en la fila de abajo.
La conexión única que se crea entre el ser humano con una pantalla de cine por donde ve desfilar imágenes generadoras de esperanza e ilusiones hasta ver como cobran vida los terrores mas profundos; esa experiencia catártica y liberadora que ayuda a que no se generen mas John Holmes por el mundo, queda rota. Queda rota por culpa de un sistema perverso, que invierte millones de dólares en películas panfletarias mal hechas a propósito para sumir a los espectadores en un estado de confusión que facilite ubicarlos en el mismo papel que cumplen los ciudadanos de Gotham City: el del rebaño impasible.